“Mientras continúan cada día las violaciones más escandalosas de la ley internacional humanitaria y los derechos de los refugiados, los participantes de la Cumbre Mundial Humanitaria (CMU) se sentirán obligados a expresar buenas y vagas intenciones sobre la necesidad de ‘hacer cumplir las normas’ (…). A base de buenas intenciones, la cumbre se ha convertido en una tapadera que permite que estas violaciones sistemáticas sean ignoradas, en especial por los estados”.
El pasado 5 de mayo la organización Médicos Sin Fronteras anunció su boicot a la primera Cumbre Mundial Humanitaria con un comunicado cuajado de frases como la anterior. Poco después, las autoridades griegas comenzaron la evacuación forzosa de miles de refugiados de los campos de Idomenei. La casualidad quiso que la vergonzosa actuación europea se produjese en paralelo a la inauguración de la cumbre.
En asuntos humanitarios, la Unión Europea padece un problema de presbicia. Sus principios brillan claros en África central, Venezuela o cualquier país lejano de nombre impronunciable, pero se difuminan a medida que los problemas se acercan a casa. Esto es una metáfora de lo que ha ocurrido en la CMU, donde 173 delegaciones oficiales (incluyendo 55 jefes de estado) demostraron una asombrosa capacidad para llegar a acuerdos firmes sobre los asuntos periféricos y arrinconar en el cajón de las declaraciones retóricas algunas las cuestiones que, literalmente, destruyen cada día la existencia de quienes deben ser protegidos y quienes los protegen.
El resultado principal del año y medio de preparación de esta cumbre es un acuerdo de los 30 principales donantes y agencias ejecutoras para mejorar la transparencia, flexibilidad y eficiencia del gasto, lo que incluye apoyarse cada vez más en programas de donaciones monetarias y reducir el uso de cupones o ayuda en especie. No es un asunto menor. La concentración arbitraria de recursos, la vinculación de la ayuda a intereses comerciales o el desmesurado papel de los intermediarios internacionales frente a los locales han lastrado el impacto de unos fondos cada vez más escasos, sobre todo si consideramos que las necesidades globales se han multiplicado por 5 en los diez últimos años. Si el conjunto del acuerdo fuese aplicado en todos sus términos podría suponer una liberación anual de unos 1.000 millones de dólares.
Este resultado se queda muy corto y buena parte de los temores de MSF con respecto a la cumbre se han hecho realidad. No sólo los líderes reunidos en Estambul han perdido la oportunidad de afrontar una reforma radical del modelo de intervención humanitaria, sino que las discusiones han sorteado algunas de las cuestiones más relevantes y urgentes, como la inviolabilidad de las instalaciones y profesionales que protegen a la población civil o el deterioro galopante de las obligaciones internacionales con respecto a los refugiados y solicitantes de asilo, por no hablar de la reforma de una ONU cuya sumisión a las miserias e intereses de los gobiernos ha quedado clara una vez más a lo largo de la cumbre.
Las inacabables y tediosas discusiones técnicas acerca de la naturaleza y el impacto de la ayuda son una manera eficaz de evitar los nudos que están en el origen de los problemas a los que se quiere hacer frente, sean políticos o económicos. Este es un juego que los gobiernos autocráticos han practicado con habilidad a lo largo de medio siglo de acción humanitaria y parece claro que los estados más desarrollados, como los europeos, están aprendiendo sus reglas con rapidez. Todos menos el Gobierno español, cuyo Ministro de Exteriores se despachaba la semana pasada con un emocionado artículo sobre la necesidad de proteger a los profesionales sanitarios en conflicto. Él no se ha dejado distraer por los tecnicismos del debate de la ayuda humanitaria… tal vez porque en esta legislatura se ha ocupado de volatilizarla casi por completo, reduciendo sus presupuestos un 70% desde 2011. Había poco que discutir.
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