Alfredo M. Cepero/Escritor.
FotoPor su parte, la maquinaria (el "establishment") del Partido Republicano tiene que tomar ahora una decisión difícil. Beberse el purgante de Ted Cruz, ingerir el veneno de Donald Trump o suicidarse rechazando a los dos con la postulación de otro candidato que no sea uno de ellos en la convención de Cleveland.
Los resultados de las primarias republicanas de éste 15 de marzo han iluminado con claridad el camino hacia la definición de quién será el candidato que postulará el partido en su convención del próximo 18 de julio en Cleveland, Ohio. Después de la suspensión de su campaña por Marco Rubio, ya no caben dudas de que en la última etapa de esta "carrera" quedan sólo dos "corredores" con verdaderas probabilidades de ser postulados: Ted Cruz y Donald Trump.
Marco, por su parte, se retiró con la elegancia y el optimismo de un fiel discípulo de Ronald Reagan, que en 1976 fue bloqueado por su partido a favor del entonces presidente Gerald Ford y regresó en 1980 para vengar la derrota de Ford y pasarle la aplanadora al pusilánime Jimmy Carter. El discurso de Marco no fue el de un derrotado sino el de un político realista que preparó el camino para aspiraciones futuras. Sabe que, a sus 44 años, le quedan por lo menos 5 elecciones presidenciales para hacer realidad sus aspiraciones de llegar a la Casa Blanca.
Pero, basta ya de Marco que, aunque tiene futuro, no es relevante en este momento. Quienes fuimos sus partidarios tenemos ahora que retomar el camino y escoger a un candidato con genuinas credenciales conservadoras y con las mayores probabilidades de derrotar a Hillary Clinton. Ese candidato es Ted Cruz. Porque, aunque el gobernador John Kasich proclame a los cuatro vientos como una gran hazaña su única victoria de esta temporada en su estado de Ohio, cojea de la misma pierna izquierda que hizo fracasar a John McCain en el 2008 y a Mitt Rumney en el 2012 en sus intentos de destronar a Obama.
Por su parte, la maquinaria (el "establishment") del Partido Republicano tiene que tomar ahora una decisión difícil. Beberse el purgante de Ted Cruz, ingerir el veneno de Donald Trump o suicidarse rechazando a los dos con la postulación de otro candidato que no sea uno de ellos en la convención de Cleveland. Porque, por mucho que Mitch McConnell, John Boehner, Mitt Romney, John McCain y el resto de la élite del partido acusen a Obama de ser el único culpable de la rebelión encabezada por Trump, la realidad es que la culpa cae también sobre sus cabezas.
En las parciales del 2010 los votantes dieron a los republicanos el control de la Cámara de Representantes y en las del 2014 el del Senado para que detuvieran la carrera desenfrenada de Obama hacia la transformación radical del país. Pero la élite optó por no enfrentarlo con el objeto de preservar sus prebendas. Pusieron el partido por encima de la nación y ahora están pagando el precio. Esa fue la vergüenza a la que se enfrentó Ted Cruz en el Senado.
Como en el Yugo y Estrella de José Martí, Cruz sabía que "todo el que lleva luz se queda solo". Pero prefirió mejor andar solo que mal acompañado. Y, como en el Yugo y Estrella, se paró encima del yugo de la iniquidad impuesto por las élites del partido para que en su frente luciera "mejor la estrella que ilumina y mata". Su premio es ser ahora la última esperanza de mantener vivo el movimiento conservador, preservar la integridad del partido y salvar a la nación americana de otros cuatro años del descalabro causado por Barack Obama con una victoria de Hillary Clinton. La misma que, según la mayoría de las encuestas, derrotaría a Donald Trump en las elecciones generales de noviembre.
Por otra parte, para entender mejor este rompecabezas político se impone una contabilidad de los votos obtenidos hasta ahora por los candidatos republicanos. Tras la última jornada electoral de éste 15 de marzo, Trump sumó al menos 152 delegados y ascendió a un total de 621y su gran competidor ahora es Cruz, senador por Texas, quien logró 26 delegados y llegó a los 396. Por su parte, Marco Rubio se va con 168 totales (obtuvo 5 este martes); John Kasich consiguió 75, y se mantiene en carrera tras ganar Ohio y acumular 138.
Las élites del partido podrían muy bien estar maquinando la estratagema de postular a uno de ellos en una convención abierta en Cleveland para evitar el purgante de Cruz o utilizarlo como antídoto al veneno que les resultaría Trump. Creo, por mi parte, que tienen que actuar con extremo cuidado si quieren evitar una hemorragia que les costaría la victoria en noviembre. Ni Cruz, ni Trump, ni los partidarios de ambos son florecitas sin espinas que se dejaran aplastar sin infringir heridas a sus atacantes. Un número quizás hasta mayoritario de delegados abandonaría la convención y no sería necesario esperar a noviembre para conocer el triunfador en las generales: Hillary Rodham Clinton. Luego, mi consejo es que deben de olvidarse de postular a cualquiera que no sea Cruz o Trump.
Por otra parte, lo que si pueden y deben hacer dos hombres de la integridad y los principios de Rubio y de Kasich es facilitar una solución justa y dentro de los parámetros de las reglas de la convención. Con un total de 306 delegados entre los dos, Rubio y Kasich podrían inclinar la balanza a favor de Trump o de Cruz. Pero, tomando en cuenta que ambos han dicho en el día de ayer que "tendrían un gran problema" en apoyar a Trump, todo indica que el beneficiado podría muy bien ser Ted Cruz.
Esto deja abierta la posibilidad de una reacción intempestiva por parte de Trump y de las huestes casi fanáticas que apoyan incondicionalmente su candidatura. El magnate ha dicho que la regla de los 1237 para que un candidato sea elegido en primera vuelta son caprichosas y no obedecen al sentido común. Insiste que debe de ser postulado el aspirante que llegue con mayor número de delegados, aun cuando no haya logrado la meta de 1237.
Esa meta parece, sin embargo, ser muy difícil de alcanzar, aún por este hombre desafiante que no está acostumbrado a perder. Las encuestas más confiables indican que Trump ha obtenido hasta el momento el 45 por ciento de los votos emitidos en las primarias de los estados que ha ganado. Según analistas políticos de la reputación y la capacidad de Brit Hume y de Karl Rove, el magnate tendría que ganar el 60 por ciento de los votos en las primarias restantes para llegar a los 1237 votos que le garanticen una victoria en la primera vuelta.
Trump se olvida, por otra parte, que en ninguna institución o país puede haber orden sin reglas y que él mismo dice haber utilizado a su favor las leyes vigentes a la hora de declarar sus cuatro bancarrotas. Y, utilizando una metáfora deportiva, el magnate pretende ganar un juego de béisbol de nueve innings en la quinta entrada. Esto sería no solamente una violación de las reglas del juego sino una injusticia a quienes han pasado todo un año luchando por una victoria respetando esas reglas. Eso puede haber estado justificado a la hora de lograr sus famosos "deals" en el mundo convulsionado de bienes raíces de Manhattan pero no es aceptable cuando se trata de decidir los destinos de una nación de más de 300 millones de habitantes.
Así las cosas, esta campaña de 2016 por la presidencia de los Estados Unidos será recordada por muchos años como un momento crucial en la historia política norteamericana. Barack Obama ha superado a Jimmy Carter en la labor de transformar en forma radical sus instituciones y debilitar sus cimientos económicos, sociales y jurídicos. Por lo tanto, como nunca antes desde la paliza propinada por Ronald Reagan a Walter Mondale en 1980, lo que está en juego es el futuro de esta nación como pináculo de prosperidad, ejemplo de tolerancia, cuna de la democracia y faro de la libertad en el mundo. Si la élite republicana pone al partido por encima de la patria estará firmando la sentencia de muerte de la que una vez fuera una gran esperanza de la humanidad. Un terrible legado que le granjearía el repudio casi total del pueblo norteamericano.
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