La mujer desde los tiempos de Eva ha vivido bajo el yugo del hombre, a su sombra, victima de su imbecilidad y fortaleza física superior, soportando reproches y culpas ajenas, vejaciones, violaciones y toda suerte de horrores dignas de todo Adán que se de a bien respetar. También es verdad que durante el paso de los siglos la mujer a base de mucha inteligencia, coraje y ovarios ha ido poquito a poco haciendo entrar en razón al hombre en cuanto a que ella es un ser humano, y por ende debe ser tratada como tal, con los mismos derechos y obligaciones, y porque también es gracias a su persona que la raza humana sigue en pie en este mundo.
Y uno podría pensar que la cosa va de perlas, sensacional, que la mujer luego de tanto esfuerzo y sangre derramada logró ser igualita al hombre: derecho al voto, a estudiar carreras universitarias, a salir a la calle a buscarse la vida fuera de una cocina y a que nuestro querido ex presidente convirtiera al femenino todos las palabras masculinas y neutras, para que quede bien claro y clara que todos los mexicanos y mexicanas somos iguales e igualas en el más extenso y extensa sentido y sentida de la palabra.
Pero luego uno se da una vueltecita por el mundo real, que es el que nos muestra la televisión -aunque usted no lo crea-, y cae en la cuenta de algo. El plan que montaron ciertos hijos de la gran puta fue muy sencillo. Irse a los extremos. Si los musulmanes tienen a sus mujeres aterrorizadas, amaestradas y cubiertas por velos y con el clítoris amputado, pues en occidente los hombres, bajo la falsa bandera de libertad y democracia, dijeron a sus mujeres que está muy bien que salgan a la calle semidesnudas y con el clítoris por delante como Paris Hilton. Llenaron la programación televisiva -comerciales incluidos- de mujeres ejecutivas en minifalda muy seguras de ellas mismas. Crearon grupitos musicales de niñas que le cantan a la rebeldía en paños menores. Saturaron todos los medios de comunicación con mensajes sexuales explícitos. Y las mujeres se tragaron el anzuelo, o mejor dicho, no les quedó otro remedio que tragárselo. Para triunfar en la vida hay que emular a esas artistillas rellenas de silicona que dicen luchar por los más altos valores y libertades pero invariablemente terminan contoneándose en lencería.
"Pero si tenemos a la Merkel en Alemania y a la Bachelet en Chile, eso comprueba de sobra que la mujer está a la par con el hombre, incluso en el manejo del poder político". Eso piensan y dicen los imbéciles de toda la vida, hombres sin escrúpulos que descubrieron la fórmula para tener de nuevo a las mujeres en el redil como sus esclavas, con la autoestima en el subsuelo para que puedan regresar a gatas a comer de la palma de su mano. Seres moralistas todo terreno que cacarean con cifras en mano que en este nuevo siglo el número de mujeres ha incrementado en las empresas, pero que ojala se dieran una vuelta por las calles para que vieran cómo ha incrementado el número de agencias de edecanes, que hasta para promocionar un cepillo de dientes tienen que entubar a las mujeres en vestidos microscópicos para que los ojos de los hombres derrapen en sus curvas en vez de estrellarse en sus dientes amarillos.
Vivimos en un mundo de espejismos. Hoy, que las mujeres se sienten en el pináculo de la igualdad social, la realidad es justamente la contraria: han entrado a las fauces del lobo, y Sor Juana Inés de la Cruz, Oriana Fallaci, Frida Kahlo, Simone de Beauvoir y demás mujeres ejemplares han de estar revolcándose y maldiciendo en lo más profundo y oscuro de sus cenizas.
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