Vivimos en un mundo bueno, con buenas personas en el mismo. La raza humana ha demostrado una y otra vez que un espíritu de amor y compasión puede superar la adversidad, el temor, la injusticia y la agresión. Los desastres naturales, las hambrunas, las enfermedades, los conflictos, el terrorismo y la tiranía han traído lo peor; pero este espíritu indómito seguirá marchando, manifestándose todos los días por todo el globo terráqueo.
Aunque apenas han transcurrido siete años del nuevo milenio, ya hemos podido ser testigos de que la humanidad ha tenido que enfrentarse a muchas tragedias que han suscitado una gran cantidad de apoyo que ha salvado y transformado innumerables vidas humanas. Tal vez, el ejemplo más sobresaliente de esto ocurrió a fines de 2004, cuando un terremoto submarino produjo un tsunami que causó muertes en naciones que van desde Indonesia hasta Sudáfrica. En vista de la devastación, el mundo abrió sus corazones, despachando inmediatamente suministros, personal médico y ayuda financiera a la región para ayudar a la gente a reconstruir sus vidas. Cerca de siete mil millones de dólares estadounidenses fueron entregados por gente de todos los países y todas las condiciones para ayudar a la reconstrucción de esas naciones.
Casi un año antes de esa catástrofe, un terremoto en Irán destruyó la ciudad de Bam, causando cerca de 80 mil muertes. Las naciones de todo el mundo –incluyendo Estados que no tienen buenas relaciones con Irán– despacharon suministros y equipos de búsqueda y rescate al área, salvando muchas vidas.
Por otro lado, naciones relativamente desarrolladas han sido también receptoras de la asistencia humanitaria y el apoyo espiritual. Después que el huracán Katrina devastó la zona de Nueva Orleans en Estados Unidos en 2005, desafiando la capacidad de la única superpotencia del mundo a reponerse, se volvió a presenciar la caridad en una escala global.
Ya en nuestro hogar, un devastador terremoto azotó la región central de Taiwán en septiembre de 1999, causando más de dos mil muertos y miles de millones de dólares en daños. Grupos de rescate de todas las naciones acudieron al lugar de los hechos. También llegaron provisiones de auxilio de todo el mundo para las víctimas del seísmo, y el pueblo de Taiwán no se ha olvidado de eso.
El Gobierno, las organizaciones y el pueblo de Taiwán se encuentran siempre entre los primeros que responden ante un desastre. Mostrando solidaridad con las víctimas del maremoto, Taiwán fue el octavo mayor donante de dinero en efectivo y suministros, con más de la mitad de sus 23 millones de habitantes haciendo una contribución. Los voluntarios de la Fundación Budista Tzu Chi acudieron a Irán para ayudar a reconstruir escuelas, así como distribuir comida, medicina y suministros; a la vez que millones de dólares en efectivo y bienes fueron donados al pueblo de Estados Unidos por el pueblo de Taiwán, que recordaba claramente la ayuda ofrecida a ellos hace apenas una generación por el pueblo estadounidense.
El espíritu humano no sólo conoce cómo recobrarse, sino también cómo alcanzar el desarrollo. La continua integración de los Estados en Europa comprueba esto, ya que pueblos divididos por el lenguaje, la cultura y la interpretación histórica se han unido bajo el estandarte de la Unión Europea, adoptando una sola moneda y trabajan para integrarse en todos los frentes.
El mundo se enfrenta a otro desafío en el día de hoy. De casi 200 países en el mundo, Taiwán es el único al que se le ha negado un escaño en las Naciones Unidas. China continental, que reclama sin fundamentos que nuestro territorio nacional, ha presionado a la ONU para que ignore los principios de su propia Carta, que insta a todos los Estados amantes de la paz que sean miembros de ella. Yo deseo desafiar a cada uno de ustedes en el día de hoy para apoyar a Taiwán como miembro de la ONU. Los desafío para logremos que el espíritu humano sea libre una vez más. Los reto para que muestre el amor hacia sus prójimos. Este no es un acto político. Va más allá de los partidos, razas, credos y cualquier otra distinción. Es un acto humano en defensa de la igualdad y la dignidad humana.
Al procurar ser miembro de la ONU, no estamos pidiendo un favor al mundo. Estamos sugiriendo el retorno al espíritu de unidad que encierra ese editorial, a ponernos del lado del frecuentemente citado principio de que todos somos creados iguales, y para percatarnos que todos nos encontramos juntos en este sentido. Usted, como lector, posee la fuerza para ayudarnos a que esto ocurra. Muestre lo que verdaderamente siente. El pueblo de Taiwán cuenta con Usted.
*Ministro, Oficina de Información del Gobierno Taiwán |