LA JORNADA

¡Somos humo que se va!: Adiós José Arnulfo Obando

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Por Róger Trujillo Jr.
¡He sentido con frecuencia el aletazo de la gloria! debe haber dicho José Arnulfo Obando dirigiendo al mejor púgil del planeta, así como exclamó Rubén Darío próximo a la muerte. ¿Cuantos podríamos repetir esas palabras en el ocaso de nuestra existencia?

Involucrado en tres de las cuatro coronas mundiales de Chocolatito González el mejor rostro deportivo de Nicaragua, Obando pertenece a un puñado muy escaso de seres como Angelo Dundee, Freddie Roach y Mayweather Senior, listado que se lee con la velocidad frágil de un segundo, pero el estratega de Román estuvo ahí, sí, en medio de esos dinosaurios que han manejado a Dioses del tinglado como Muhammad Alí, Manny Pacquiao y Floyd Mayweather, difícilmente verá otra generación nicaragüense una dupla tan destructiva en el ring como la (González -Arnulfo) cosechando éxitos a granel en los escenarios más soñados de la tierra.

Sin la estridencia de un Donald Trump ni la verborrea de Don King; Obando supo manejar el éxito con la pinzas separándolo al sitio correcto. La gloria es un traje de alquiler, “como el candor de muchacha que pasó los dieciséis” y muchos se precipitan en ese despeñadero de los excesos cuando se viene desde abajo, donde la escasez pulula. Cocteles y hoteles de primer mundo, ciudades monumentales, beldades plagadas de curvas, ¡difícil ser humilde senores cuando el lujo es fácil de tocar y el dinero no tiene límites!

”Otro corazón que no late más, al menos para mí, y es que pasa la vida, pasa el dolor, somos humo que se va”, a todos nos llega el final ante la invicta, arrolladora y temible muerte, el round del nocaut inevitable, la cita impostergable. Pero Arnulfo nos deja el mejor testamento de vida, con una herencia que no erosiona la terquedad del tiempo: Chocolatito González, el ”David” que sus manos moldearon, un artista del boxeo que se mueve como las manos de Velázquez pintando las Meninas.

Le vi una vez, fue un diálogo en corto, bajando del cuadrilátero después de la conquista del tetra campeonato en el Forum de Inglewood, no hubo tiempo para la instantánea, no tuve la visión del profeta Daniel para enterarme, que un mes después el reencuentro no habría agenda que lo consignara.

Olvide como suelen pasar, los “Límites” de la vida: “una línea de Verlaine que no volveré a recordar, una calle próxima que está vedada a mis pasos, un espejo que me ha visto por última vez, una puerta que he cerrado hasta el fin del mundo…”, estúpidamente olvide a Jorge Luis Borges.

Desde Miami, Florida, EEUU

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