A veces parece que los seres humanos nos pasamos el día votando: para elegir nuestros representantes políticos, o hasta qué vamos a cenar hoy. Se vota incluso si puedo cultivar mis Amnesia Haze (un banco de semillas feminizadas) y utilizar esa marihuana para consumo lúdico o medicinal, o si cometo una ilegalidad a este o al otro lado de según qué fronteras. Los norteamericanos aún se frotan los ojos tras las elecciones presidenciales y los californianos ya están decidiendo si aprobar la legalización del uso recreativo del cannabis. California fue el primer estado en autorizar el cultivo para fines medicinales (en 1996) pero será de los últimos en regularlo. Mientras, cultivadores y consumidores se han movido en la amplia franja que separa lo ilegal de lo indudablemente legal. Pero como casi siempre que una norma amenaza con asentarse, muchos dicen preferir “un texto mediocre ahora que uno perfecto más tarde”, ya que esas zonas de “penumbra” legislativa son una manga ancha por la que se cuelan muchas prerrogativas difíciles de arrebatar a los que disfrutan de ellas.
Y mientras la maquinaria legal avanza lenta pero implacable, los precios se disparan en la zona: el precio de los terrenos industriales se ha disparado tres o cuatro veces por encima del precio que tenían en 2013 y sostienen que los impuestos podrían alcanzar el millón de dólares. Así que tanto detractores como defensores ven transformarse sus expectativas y la discusión se aleja de las cuestiones más morales para dedicarse a algo mucho más prosaico: el dinero. Con una crisis económica todavía muy fresca en la memoria, y apelando a la individualidad (que en Norteamérica es religión), muchos abogan por una defensa de esta hierba que podría llenar las arcas municipales, atraer el turismo y desde luego ofrecer a enfermos crónicos una alternativa mucho más controlada, segura y fiable que la actual. Y muchos países observan con lupa estas propuestas.
Una vez más, lo que vota América nos afectará a todos.