En memoria del poeta José Cuadra Vega, “Don Josecito”. II Parte (Leer Parte I)
Tras la muerte de su progenitora favorecieron la orfandad materna del panida
Por Henry Peralta

El poeta José Cuadra Vega, con uno de sus admiradores.

Foto Archivo
“Don Josecito” nació un 21 de febrero de 1914 en la colonial y turística ciudad de Granada, siendo uno de los nueve frutos del amor entre la profesora y poetisa Josefa María Vega Fornos, de ascendencia judío sefardita, y el comerciante Manuel Antonio Cuadra Urbina.

Por azares del destino, el 10 de enero de 1920, nuestro querido bardo, que estaba próximo a cumplir seis años, sufrió el golpe emocional más grande que puede recibir una persona: la muerte de su madre.

Por eso, su infancia -me comentaba- fue triste “porque mi madrecita linda, preciosa y encantadora no me vio crecer; y yo no pude gozar del amor, las caricias, la dulzura y el calor de ella”.

Doña Josefa María Vega Fornos tenía cuarenta años cuando la venció la tuberculosis “ya que en ese tiempo no se conocía qué era el bacilo de cosh, que es el que produce la enfermedad. Por lo tanto, el que la padecía estaba liquidado, era hombre muerto. No había en esa época una medicina específica para contrarrestar o curar dicha enfermedad”.

“Debe haber sufrido muchísimo, porque es una enfermedad que dilata mucho en el cuerpo. No es como las que matan violentamente en unos días. Mi madre tuvo cinco años o más con esa enfermedad, y dadas las circunstancias, dejaba nueve hijos: tres mujeres y seis varones… Debe haber sufrido mucho”.

Tras la muerte de su progenitora, las dos hermanas suyas, dadas sus condiciones -doña Lolita Vega, casada pero sin hijos; y Paulina Vega, soltera- favorecieron la orfandad materna del panida y sus ocho hermanos, puesto que ellas se hicieron cargo de los nueve, aunque los mayores se independizaron poco tiempo después y abandonaron el hogar. La relación con sus tías era perfecta -me contaba don “Josecito”.

Don “Josecito” habla sobre sus hermanos

Sus hermanos fueron, a saber: Manolo, Ramiro, Luciano, Gilberto, Abelardo, Julia, María y Mercedes.

“Luciano, periodista, el traductor de Squier; Ramiro Tipitapa Cuadra, escribía postalitas en el tiempo de Somoza, dándole sus buenos aguijonazos, sus buenos pinchazos, dados con mucha decencia, con muy buen humor, sin vulgaridad -tanto es así que Somoza lo mandó llamar en dos, tres ocasiones para conversar con él, porque le caían muy bien las cosas que publicaba-”.
“Todo mundo sabía que Somoza tenía una jaula de tigres, y cuando éste lo invitaba a su casa: ‘Alagranputa, ese hijuela madre me hecha a los leones’, decía ‘Tipitapa’ Cuadra, y por eso nunca fue a la cita”.

“También están: Gilberto, el abogado; Abelardo Cuadra, ‘El rebelde hombre del Caribe’ y Manolo, el de mayor capacidad intelectual, celebrado y reconocido como gran poeta”. (Al recordar a este último, el semblante de “Don Josecito” se muda y una gran tristeza embarga su rostro.)

“Manolo, el de mayor cultura, el de mayor capacidad poética, todo mundo lo conoce. Manolo era un crítico de todo lo que hacía Somoza, fue exiliado muchas veces a Costa Rica. Enfermó de cáncer, un cáncer terminal, y trajimos a Manolo a morir aquí. Fueron nueve meses de amarguísima, de dolorosísima agonía. Cáncer en el riñón, ¡Qué horror! ¡Por Dios!, ¡Cortemos hasta aquí sobre Manolo!…”

En ese momento, un silencio tétrico y sepulcral se adueña del lugar, mientras un cúmulo de nostalgias pálidas y mustias se grafican en el rostro del poeta, remeciendo su semblante, filtrándose en su masa cerebral, en los viejos rincones de su memoria donde descansan solemnemente los frescos e indelebles recuerdos de su hermano.

Al mismo tiempo su corazón se desgrana de dolor al sentir de nuevo la pérdida de aquél, cuya ausencia es desgarradora. Imágenes fantasmagóricas de Manolo vencido por el cáncer se vivifican en la mente de “Don Chepito”, atormentándolo, inflamando de dolor su pecho.

Minutos más tarde… recupera el aliento y prosigue su triste relato:

“Y además, Manolo publicó varios libros, libros que tuvieron gran acogida, porque tenía una prosa muy buena; era una prosa brillante la de Manolo, y brillante su poesía también”.

En la tercera y última entrega, hablaré sobre su Doña Julia.

Partes I, II y III



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