Por Xavier Caño Tamayo
La dimisión del primer ministro italiano Matteo Renzi, tras la victoria del No en el referéndum en Italia, más el inesperado Brexit de hace unas semanas, ha generado que medios, voceros y portavoces teman una inestabilidad institucional en la Unión Europea. Pero tal vez lo que preocupa a los de arriba, sea bueno para quienes están abajo. Veamos.
Hace once años, el entonces canciller alemán Gerhard Schröeder aseguraba que eran necesarios dolorosos sacrificios para obtener buenos resultados económicos y sociales en la nueva Europa unida. Se cumplió, porque sí se han hecho grandes sacrificios. Pero siempre, los mismos. Funcionarios, empleados públicos, trabajadores, autónomos, pequeños empresarios, campesinos, pequeños comerciantes, desempleados, inmigrantes, jóvenes, los pobres y siempre las mujeres. Y los resultados no tienen nada de bueno para la mayor parte de la ciudadanía.
Unos años después, embarcada a la fuerza la mayoría ciudadana en la crisis, el político alemán Oskar Lafontaine denunciaba que los mandatarios europeos desmantelaban el Estado social y hacían retroceder a Europa al siglo XIX. Se recortaban logros, derechos sociales y económicos, que tanto había costado conseguir, con la excusa era rebajar los déficits públicos. Empezaba la tiranía de la austeridad, convertida en señal de identidad de esta Unión Europea.
Ante la pasión de esta Unión Europea (UE) por limitar el déficit público, el economista Juan Torres nos ha recordado que el techo del déficit público del 3% del PIB no responde a criterio científico alguno. El 3% de PIB como máximo déficit público se lo sacó de la manga Guy Abelle, un funcionario francés, atendiendo una petición del presidente francés François Mitterrand, que quería una norma fiscal aparente con la que frenar las demandas de más presupuesto de sus ministros.
Desde hace muchos años, esta Unión Europea no ha dejado pasar ocasión alguna para dejar muy claro al servicio de quien está, que no es precisamente el pueblo trabajador. Y, para hacerlo con comodidad, no ceja de vaciar de contenido y razón de ser la democracia que se supone es materia prima con la que está construida la UE.
Una prueba indiscutible de lo dicho es que en 2005 las ciudadanías de Francia, Holanda e Irlanda rechazaron una construcción europea poco democrática: dijeron NO a la Constitución Europea. Pero los neoliberales constructores de su Europa, como magos de feria distrajeron con trucos, amagos y palabrería a la ciudadanía, olvidaron a conciencia la voluntad ciudadana y dieron el cambiazo. No habría Constitución Europea, pero sí Tratado de Lisboa, que es lo mismo para el caso, porque afianza y remacha el Tratado de Maästricht, claramente al servicio del poder económico, especialmente el financiero, como se comprueba desde hace años.
Esta UE (que no es la de la ciudadanía) ha castigado a la gente con una austeridad infame mientras inyectaba millones y millones de euros para salvar a una banca responsable de la llamada crisis. La crisis de Grecia fue el expositor más claro de esa deriva. Sobre esa grave crisis, el Nobel de economía Joseph Stiglitz acusó a la Unión Europea de haber impuesto una estrategia económica catastrófica a Grecia para obligar a arrodillarse al Gobierno de Syriza. Y añadió no recordar depresión económica alguna tan deliberada y desastrosa como la de Grecia, pero por culpa de la Unión Europea.
Sirva el aserto de base, con los hechos antes expuestos, para evaluar si esta UE conviene o no a la gente común. Pues, por si no fuera suficiente, esta UE ha levantado una fortaleza carísima contra inmigrantes y refugiados y ha enviado al infierno derechos y garantías sociales de la gente. Sin olvidar que el Tratado de Lisboa, que sustituyó a la negada Constitución europea, se coció en comités oscuros y secretos. Ni Parlamentos nacionales ni Parlamento Europeo intervinieron. Porque para la minoría dominante, la ciudadanía es un decorado o, cuanto más, una masa de extras y figurantes.
Y, mientras no cesa la austeridad, se reducen los ingresos públicos y la elusión y evasión fiscales campan a sus anchas. ¿Es casual que sigan impunes Andorra, Gibraltar, islas británicas del Canal de la Mancha, Irlanda, Holanda, Malta, Chipre, Austria o la City de Londres? Paraísos fiscales, donde con cabriolas, atajos y trampas financieras consiguen que los ricos paguen muchos menos impuestos. Entonces, ¿para qué quiere el pueblo trabajador esta Unión Europea?