El terror me tomó por sorpresa bailando “La Negra Celina”
Fue todo de repente. Ruidos por doquier acompañados de un horrible movimiento bajo los pies. Difícil mantener el equilibrio. Gritos de hombres, mujeres, niños que gritaban por algo que no se conocía y que se comenzaba a experimentar. La energía eléctrica desapareció dando paso a las luces vehiculares, salimos DEL RON RON CLUB y como una pesadilla miré caer en pedazos el edificio de los Bomberos, postes del tendido eléctrico cayeron a mis pies. Nadie sabía que estaba ocurriendo en Managua.
El edificio de “Pollos Rostizados” diagonal al actual MTI –Ministerio de Transporte e Infraestructura- casi me sepulta y desde el parquecito del viejo Plantel de Carreteras pude observar como el Estadio Nacional de forma rítmica, sin salirse de su circunferencia, me brindaba un macabro espectáculo.
¿Qué está ocurriendo? Pregunté a una anciana que se cobijaba con el cielo de Managua esa madrugada, y ella, de rodillas, serena muy segura de sí misma me contestó.: ¡¡¡Se perdió Managua!!! “Este es un terremoto y vos muchacho no sabes qué cosa es esto” señaló la humilde mujer. El reloj marcaba las doce de la madrugada con veintiocho minutos del veinte y tres de diciembre de mil novecientos setenta y dos. Había comenzado una odisea en el mismo infierno. No concluí de bailar “La negra Celina”. Lo cierto es que jamás volví a tener la oportunidad de bailar esa canción, sobre todo con una bella mujer que miré en la penumbra de fiesta navideña una sola vez en mi vida.
Macabro recorrido
Corrí y llegué al Rincón Español –Restaurante-, un hueco en la pared frontal permitía salir nerviosa y apresuradamente a todas las personas que disfrutaban de una noche navideña en la propia calle Colón, frente a la Casa del Obrero, hoy Central Sandinista de Trabajadores-CST-. La empresa Alka Seltzer celebraba la Navidad con sus empleados en ese local. Ayudamos a salir a varios amigos y amigas que estaban gozando de la música de Luisito Rey –papá del cantante Luis Miguel- en vivo entre ellos a Nohelia Pérez Quintana y Dally Elisa Berrios. En momentos de descontrol total un taxi nos condujo sobre la Avenida del Ejército. Muchas casas caídas comenzaban a obstruir el tráfico. El Banco de Sangre destruido en un santiamén. Llantos, gritos desgarradores y aún no comprendía nada de lo que ocurría.
Pellizqué mi brazo izquierdo, sentí, no era pesadilla. Otro temblor y las viviendas pequeñas, medianas y grandes caían frente a nuestros ojos como naipes, tolvaneras rojizas alumbradas por faroles de vehículos que con rumbo fijo y otros sin él comenzaban a deambular por la Managua atacada por un terrible terremoto. Llegué con muchas dificultades al barrio Largaespada, de la vieja Mansión Somoza seis cuadras al sur. Allí nos recibió un tercer temblor que concluyó la obra infernal.
El edificio la Protectora-Empresa de Seguros- frente a la otrora Embajada de Estados Unidos de Norteamérica-hoy Radio Sandino- resistió el embate telúrico pero los daños fueron irreversibles y al final el polvo se convirtió en polvo. El barrio Largaespada, al igual que la mayoría que conformaban la Managua sucumbieron ante un feroz terremoto no comparado con los ocurridos en 1844, 1885 y 1931. Esto, el terremoto del veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y dos era otra cosa. Era algo horrible. No se supo en que instante la fiesta navideña se convirtió en dolor. No podemos decir que brotaron lágrimas en esos momentos. Muchas veces –el terremoto lo puso al descubierto- era tan grande el dolor que las mismas lágrimas sufren tanto que no quieren siquiera dar la cara.
La Miscelánea “Angelita” en el corazón del barrio Largaespada, destrozada, en sus escombros estaba el hijo de la propietaria Angelita Reyes de Lai, lloraba esta gran mujer ante los escombros de su vivienda, igual cosa hacia Ramón Lai su marido. José Ramón Laí Reyes -Chonin-, el hijo de estos estaba enterrado en los escombros. Sin medir consecuencias, propia acción de joven, penetré entre piedras, bloques, polvo y logré llegar donde estaba semienterrado el niño. Halé bruscamente de su brazo y logré rescatarle, aun vivía, aún vive en Brasil convertido en Ingeniero. De prisa llevamos al niño al Hospital Bautista ubicado a escasas cuatro cuadras. ¡Decepción! El Bautista en el suelo, destrozado, ya muchos heridos y muertos estaban en sus costados esperando una inútil atención.
Un pavoroso incendio en el corazón de la Capital surgió posterior inmediato al terremoto. Mercado Central, San Miguel, los dos más grandes y populosos de Managua fueron calcinados por las llamas. Farmacia Ramos, Sabas Acosta eran parte de la antorcha que ponía punto final a la existencia de Managua. Las llamas avanzaron y a su paso destruían todo. Imposible ayudar a las miles de personas que habían quedado atrapadas en ascensores, oficinas, edificios comerciales y casas particulares. Feo decirlo pero los que vivimos el terremoto de 1972 estuvimos en el mismísimo infierno.
Esa madrugada friolenta, cargada de pesadilla real, me recordó el momento agradable que horas antes había gozado en el barrio San Sebastián en casa de nuestro compañero de estudios Julio César Chacón actualmente radicado en Costa Rica. Logré llegar en Jeep Scout facilitado por el profesor Justo Pérez Mora, ya fallecido, al famoso barrio. Julio Chacón de rodillas, frente a los escombros de su vivienda, toda su familia había quedado sepultada, una familia entera, no podía aceptarse esa triste realidad, apenas minutos antes nos tomamos un par de tragos en la acera de esa casa atendido por su propia Madre. “Todos están allí” me señaló Julio Chacón. Procedimos a quitar destrozos y a evacuar muertos. Se profundizaba en ese instante la dolorosa tarea de rescatar heridos y muertos. Julio no se detenía y continuaba tarareando ante estas horribles escenas la Canción de la Alegría de Beethoven. No había lágrimas, estas vendrían después, siguen surgiendo hoy al recordar a los más de diez mil muertos que dejó a su paso el sismo. Sin bomberos, sin policía, sin Cruz Roja, sin nada. Solo aferrados a la voluntad de Dios.
Faltaron ataúdes
Ataúdes hicieron falta. Tipitapa fue solidario, nos obsequió ocho Cajas mortuorias que sirvieron para dar cristiana sepultura a un número igual de victimas. La mayoría de muertos compartieron tumba. Palas mecánicas cavaron fosas de ocho por veinte por tres metros. Camiones de volquete depositaron centenares y centenares de cadáveres en las tumbas comunes.
Muchos amigos, familiares de estos quedaron enterrados para siempre. En el cementerio Oriental de Managua, ante estas escenas nadie lloró a sus muertos, tal como dijéramos anteriormente, las lágrimas vendrían después y es por eso que muchos de los que vivimos esa terrible experiencia lloramos, incluso, ante la ternura infinita de un pajarito.
Casa Vargas y el edificio del Diario Novedades tampoco estuvieron al margen del desastre, Nunca más Managua que nos recibió y acogió en su seno con ese amor que no se compra ni se vende. Nunca más Managua con sus barrios sanos, cafeterías y poetas, cuentistas, ensayistas, pintores y declamadores ávidos de cultura progreso y amor. Nunca más volvería a ser Managua como la Managua que vivió hasta las doce y veintiocho minutos de la madrugada del veintitrés de diciembre de mil novecientos setenta y dos.
El saqueo
El saqueo también dio la cara para concluir la obra infernal. Muchos indiferentes al dolor ajeno llegaron de los departamentos y/o municipios a saquear, a robar, a hacer más daño a los damnificados. Personas “honorables” hoy caminan plácidamente por municipios cercanos a la capital olvidando su fea acción de saqueadores de terremoteados. La Guardia de Somoza también saqueaba y arrebataba bienes a aquellos que se querían aprovechar. No había duda, había comenzado otra triste acción contra Managua. ¡El saqueo! El vergonzoso saqueo.
Managua sin luz, sin agua, sin alimentos y sin casas. Tratábamos de cuidar los pocos enseres en regular estado que habían quedado a familias amigas, entre ellas los Pérez Mora, Los Coca, Los Navarrete, los Ortega, los Barretos, los Sevillas, entre otras honorables familias del barrio Largaespada. Hicimos un alto en la pesadilla ante la noche del veinticuatro de diciembre en plena media calle del barrio Largaespada. “Feliz Navidad” dijera don Carlos Sevilla, conocido como Chale Sevilla, ya fallecido, a decenas de personas sentadas y acostadas en plena calle alumbrada por la luna decembrina. Managua seguía temblando.
Un trago de whisky evacuado quién sabe por quién y donde supo a nada. Surgieron abrazos, feliz navidad, simple como por llenar un vacío, cumplir con un requisito establecido. Todos sin regalos, sin gallina, pavo y pollos, sin tragos, sin uvas peras y manzanas. Sin nada. Con mucho dolor y sin poder llorar.
La ayuda internacional y el abuso
La ayuda internacional no se hizo esperar. Países amigos enviaron aviones cargados de medicinas, ropa y alimentos. Anastasio Somoza Debayle nombró Coordinador de la ayuda internacional a su propio hijo del mismo nombre apodado el “Chigüín”, la mayor parte de la ayuda llegada del exterior quedó en poder de los “Controladores” de turno en el Aeropuerto “Las Mercedes” hoy “Augusto César Sandino”.
El capital de los otrora dueños de Nicaragua se incrementó con la desgracia de los capitalinos y allí recomenzó el fin de la dinastía Somocista. Ya había iniciado el 21 de Septiembre de 1956 en León. Todo acaba. Todo tiene su tiempo.
Cómo no recordar en este triste pasaje la figura morena del inmortal Roberto Clemente, el big leguer, que nos había visitado durante el XX Campeonato Mundial de Base Ball Aficionado, “Nicaragua Amiga 72”. Roberto cargó de víveres y medicinas su avión y salió de Puerto Rico rumbo a Managua con mucha ayuda. Lo hizo de noche. Roberto Clemente se perdió para siempre el 31 de diciembre de 1972 pero su gesto e imagen quedaron estampados en el corazón de todos los nicaragüenses en particular de los que sufrimos la embestida del terremoto.
Anastasio Somoza Debayle no perdió un segundo para hacer negocio a costa del sufrimiento de todos los que habitábamos la Capital.
“Abandonen Managua, abandonen Managua…” decía un sujeto con megáfono en mano desde un helicóptero que volaba sobre los escombros de la Capital. Advertían que la epidemia podía iniciar de un momento a otro. El hedor de muertos –humanos- ya era una molestia para los que nos resistíamos a abandonar nuestra querida Capital. Al final el éxodo. Miles de familias ordenadamente dejamos atrás a Managua físicamente, la Managua intacta iba en nuestros corazones. Para principios de febrero de 1973 ese éxodo fue retornando a Managua, poco a poco. Muchas familias quedaron para siempre viviendo en el interior del país, otras tantas se fueron de Nicaragua para nunca más volver.
Managua jamás volvió a ser lo que era. El terremoto de 1972 todo lo destruyó, sin embargo, como el Ave Fénix la Capital con el apoyo de sus hijos ha venido surgiendo de las cenizas. Aunque para ello se ha tenido que hacer un recuento del daño que nos ocasionó el sismo que hoy a cuarenta y tres años de distancia le recordamos con nuestras viejas referencias. Referencias destruidas físicamente pero que están intactas en nuestras memorias. En nuestros corazones.
Papum, los Balcanes, el Infierno, el Abanico, el Plaza, el Adlon Club, el Club Managua, el Cuarto Bate, la Conga Roja, el Eskimo, el Salazar, el Lacmiel la Financiera; Tienda de Carlos Cardenal, Panadería Cagnoni, la Sopa de Arriba, en medio y abajo, la Noche Criolla con sus patitas de chancho, Chico Toval, los Coyotes de la Roosevelt, Tropigás, el Versalles, el Mouling Rouge, el Almendarez, la Galletería Cristal, el Club de Clases, los Dormitorios Públicos, las Honorables putitas lindas de La Hortensia, Cafetería La India, el Foker, la Colonia Montoya, el Café Vargas, la Carne Asada del Gran Hotel , el Jardín Central, los Juzgados del Trébol, el Bóer, el Luky Seven, la Palmera, el Charco de los Patos, el Mercado Central y San Miguel, el Buen Tono , la Estela Alfaro con sus galanas muchachas; la Cumbancha, el Gato Abraham, el Mamón; las Dos y media, el Nilito Blanco que aún este último se resiste a morir y el Munich que recién cerró sus puertas. Estas y otras referencias populares tienen su propia historia.
Jamás resucitó Cafetería “la India” en cuya sala principal los poetas, ensayistas periodistas de la época se daban cita para “resolver el problema de Nicaragua”. Tampoco Casa Vargas con su inolvidable y humeante café nos volvió a albergar. Las minifaldas, los escotes y los Coyotes de la Roosevelt se fueron con el terremoto, también “Cebollón”, Pedro “Tuco” y Juan “Culón” y hasta Peyeyeque se confundieron en la argamasa del brutal sismo que paralizó el corazón de nuestra Capital. Las miles de golondrinas dejaron de cagarse sobre nuestras cabezas en el sector del Banco de Londres, Jardín Central y Tienda de Don Carlos Cardenal. Lamentable. Doloroso.
Premonición
A mediados del año 1972, el Ingeniero Carlos Santos Berroteran apareció anunciando sus “premoniciones científicas” de que iba a ocurrir un Terremoto de grandes magnitudes, debido, supuestamente, a que ya se había cumplido la supuesta “vuelta cíclica” de 30-40 años desde la ocurrencia del Terremoto del 31 de marzo de 1931 y porque, presuntamente, habían “movimientos raros” en el subsuelo de Managua. Nadie quiso ponerle atención a Santos Berroteran.
La verdad es que esa noche el cielo se puso rojizo y el calor aumentó más que de costumbre, y finalmente llegó el traqueteo infernal de las doce y veinte y ocho minutos de la noche de aquel 23 de diciembre de hace 43 años.
Managua fue destruida por el terremoto de 1972 en treinta segundos, igual que Hiroshima, sueños, aspiraciones, toda una frustración, impotencia, pero lo fundamental. Nadie se rindió. Todo producto de un sismo 6.4 es la escala Richter. 320 mil afectados, sin viviendas, sin dirección. 10 mil muertos. -Diversas fuentes afirman que fueron no menos de veinte mil los muertos- Muchos perdieron a sus familias. Cuarenta y nueve minutos después del primer sismo el otro, luego otro y Managua cayó a mis pies hecha pedazos. Sin previo aviso, muy propio de la naturaleza. Muy intimo del Creador.
Los temblores no dejaron a la Capital en paz, sismos de menor intensidad mantuvieron su ritmo después de la catástrofe. Centenares de movimientos telúricos se suscitaron después del veintitrés de diciembre, aún para marzo de 1973 Managua sufría los embates de la falla sismológica de Tiscapa que se había activado a las 12:28 de la madrugada del 23 de diciembre de 1972, teniendo como epicentro las orillas del lago de Managua.
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