LA JORNADA

Fronteras

De niño me emocionaba mirar el globo terráqueo. Antes de usarlo como balón de fútbol, me sorprendía encontrar países bautizados en honor a mis amigos (Isla Mauricio) o a la comida que preparaba mamá cuando le daba flojera cocinar (Islas Sándwich). Los nombres compuestos también inundaban mi curiosidad, haciéndome imaginar los rostros píos de sus conquistadores: Antigua y Barbuda, San Vicente y las Granadinas, San Cristóbal y Nieves.

Un momento esclarecedor fue descubrir que las islas también podían ser Repúblicas y caber más de una dentro de la misma extensión de tierra: República Dominicana / Haití. Pero lo más sorprendente, sin duda, eran los países replicados: Alemania Oriental / Alemania Occidental, Irlanda del Norte / República de Irlanda, Corea del Norte / Corea del Sur. ¡Más claro ni el agua! Los adultos gustaban de levantar muros y trazar fronteras con sus hermanos cuando estos pensaban diferente.

Este acto de emancipación o independencia, en vez de condenarlo, comencé a practicarlo yo mismo llegada la mayoría de edad. Lo recomiendo ampliamente, en especial a quienes creen ser la encarnación de las Naciones Unidas y van por la vida presumiendo el millar de amistades.

—Oye, pero es tu hermano, deberían hacer las paces —dicen, según ellos, muy diplomáticos.

No entraré en detalles (por mucho que me guste incomodar) en torno a la relación sostenida con el hombre expulsado de la vagina de mi madre. Diré acaso que llevamos años sin dirigirnos la palabra; tantos, que he perdido la cuenta.

—Pero es tu hermano… —insisten los paladines del diálogo— Qué más pudo hacer para que no quieras verlo…

Es inevitable que sospechen la existencia de un evento inconfesable o truculento para justificar esta ruptura. Sin embargo, la respuesta es simple, está bajo la dermis. Es decir, se cree que la compatibilidad de ADN es una fuerza-cósmica-superior-encargada-de-mantener-unidas-a-las-personas-sin-importar-que-no-tengan-en-absoluto-temas-afines-de-conversación-durante-la-sobremesa.

Dirán que exagero, pero si quitamos de la ecuación esa “fuerza-cósmica-superior-etcétera”, vemos con muy buenos ojos el alzar paredes y cercas para escondernos y/o protegernos de nuestros vecinos. No hay remedio, somos independentistas por naturaleza. Primero nacemos queriendo huir de casa. Luego legislamos el divorcio. Después construimos estaciones espaciales para alienarnos del resto de la humanidad. Finalmente inventamos el Infierno para escapar del “amaos los unos a los otros”.

Es clarísima la diferencia entre país e individuo, pero un país existe por los individuos que lo habitan. Y si se demuestra que el deseo de la mayoría es ser independiente, ¿qué remedio tiene el país? En lo que a mí respecta, no tengo queja en lo absoluto. Mi independencia son unas merecidas vacaciones tras más de dos décadas de tener que escuchar a un merolico insufrible.

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