Por Carlos Miguélez Monroy
En Estados Unidos mueren cada año 50.000 personas por sobredosis de heroína y otros opiáceos de prescripción médica cada año, según la BBC. El terror social a la heroína obedece a su alta mortalidad y a que, como otros opiáceos, produce adicción más rápido que el resto de estupefacientes. Cualquiera que la pruebe tiene altas probabilidades de desarrollar una adicción, se suele decir.
Entre los expertos a los que entrevistó el periodista Johann Hari para su libro Tras el grito se encuentra Bruce Alexander. Este psicólogo encontró una grieta en los experimentos que se hicieron con ratas en los años ‘80 para una campaña de Partnership for a Drug-Free America. En el anuncio de televisión se veía a una rata en una jaula donde tenía dos recipientes para elegir: uno con agua y el otro con agua mezclada con cocaína. Al final del anuncio se mostraba a la rata bocarriba, muerta por una sobredosis.
Alexander reprodujo el experimento pero, además de la jaula con la rata sola, en otra puso a varias ratas con diversos juegos y elementos de “entretenimiento”. La rata que estaba sola incrementaba su dosis de agua con cocaína conforme pasaban los días. Hasta que moría. Las ratas que vivían en comunidad apenas probaban el agua que contenía la droga, lo que pone a prueba las teorías de la adicción que la atribuyen sólo a una dependencia química.
De la gente que consume alguna droga, un 10% ha sufrido daños o desarrollado un problema de adicción, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Pero no es noticia el 90% de personas capaces de utilizar estupefacientes sin dañarse a sí mismos o a los demás. Las noticias de sobredosis, de epidemias de droga, de robos, de asesinatos convierten lo anecdótico en norma general en la mente de las personas. Se distorsiona la realidad.
Si la adicción sólo se compusiera de un componente químico, los parches de nicotina habrían triunfado como método para dejar de fumar. Pero en Estados Unidos, sólo un 17,2% de quienes los usan lo han conseguido. Este porcentaje de componente químico en una adicción no deja de tener relevancia, pero hay que tener en cuenta experiencias traumáticas de la infancia, la falta de vínculos sociales, la soledad no elegida y el aislamiento que puede producir nuestra “vida líquida” de interconexiones sin significado, sin profundidad y, a veces, sin sentido.
Al rascar en la infancia de personas que han padecido adicciones, Hari se encontró infancias rotas, llenas de dolor y de experiencias que muchos no pueden soportar sin el consumo de drogas para evadirse, para huir de los barrotes de su propia cárcel mental.
En su libro En el reino de los fantasmas hambrientos, el médico canadiense Gabor Maté propone enfoques para tratar la adicción sin dejar de tener en cuenta tanto sus raíces bioquímicas como las socioeconómicas. Entrevistado por Hari, afirma el doctor que nada en sí es adictivo; una sustancia se convierte en adictiva cuando encuentra a una persona susceptible para caer en la red.
“El trauma de la infancia te hace sentir mal respecto a todo: mal respecto a la familia, mal respecto a la vida […]. La gente se pregunta: ¿por qué los adictos continúan con su adicción? Porque los hace sentirse bien, y el resto de su vida no los hace sentir bien”. La adicción en sus distintas formas es una enfermedad que responde al aislamiento social que se cura con vínculos auténticos entre personas.
De ahí que el médico proponga cambiar los enfoques punitivos por otros basados en la compasión, en ofrecer a los adictos un entorno en el que se sientan escuchados y cuenten con apoyo médico y psicológico. Los miles de millones de dólares empleados en perseguir, juzgar y encerrar a los consumidores pueden destinarse a este tipo de tratamientos y a programas de prevención y de educación. Las penas de cárcel y la humillación fortalecen los barrotes de su adicción y de ese infierno interior.
Comprender la adicción a las drogas puede contribuir a desentrañar nuestro hiperconsumo y el uso de las tecnologías que convierte en zombies a muchas personas que miran una diminuta pantalla mientras caminan por las calles, por el metro o por un parque.