LA JORNADA

La fuerza humanitaria ha de ser compasiva

Hoy más que nunca necesitamos caminar juntos al encuentro de culturas, compartir vivencias y facilitar la convivencia, comprometernos en la unión y velar por la unidad, por el bien colectivo global. Esto exige la cooperación de todos los seres pensantes, el auxilio de todas las sabidurías, el entusiasmo por cohabitar realizados, pues a un gran espíritu todo le afana y desvela. En su lenguaje de acción no vive la indiferencia. Sabe que, en toda época, hay mucho que forjar y lo concibe como parte de su presencia. Esta ha de ser la línea de trabajo, el tesón y la constancia por un mundo más equitativo, donde nadie quede excluido, confiando ciegamente la solución al libre desarrollo de las fuerzas del mercado. Sin duda, este camino de prerrogativas para unos y de gravámenes para otros, es equivocado. Bajo esta ideología dominante, del capitalismo salvaje, la fuerza humanitaria se aletarga por intereses; utiliza a las personas sin miramiento alguno, y cuando ya no son productivas las descarta.

Precisamente, este abandonar vidas humanas ha injertado socialmente una regresión sin precedentes, con la consabida deshumanización de cualquier estructura política, económica, social, y hasta religiosa. Desde luego, hemos de impulsar otros horizontes más abiertos, que nos faciliten un hermanamiento, promoviendo una globalización cooperativa. Está bien que los líderes se unan y trabajen en conjunto, como lo han hecho los ministros de Educación de América Latina y el Caribe, reunidos en Buenos Aires, para instar a las autoridades de la región a impulsar al sector educativo como una vía para alcanzar el desarrollo y lograr una mejor vida para todos. Yo también creo, que la educación debe repensarse mucho más, sobre todo para que esté orientada hacia lo armónico, la ciudadanía mundial y los derechos humanos.

No podemos permanecer pasivos ante la triste frialdad de los acontecimientos. El corazón bienhechor, en su verdad, calienta y respira de otro modo. Sólo así podremos tener el coraje de propagar la compasiva fuerza humanitaria, liberadora de tantos sufrimientos, que germina de la marginación, de la explotación y de la paranoia humana. Ciertamente, se requiere de otros bríos, más auténticos, de respuesta contundente a tantas injusticias, como es la de ignorar a las multitudes que continúan viviendo en la pobreza material y moral, sin apenas hacer nada por ellos. Cualquier gesto que nos active el alma en beneficio de nuestros análogos, debemos aplaudirlo, vociferarlo, extenderlo. Escondernos en la insensible pereza, mientras no nos toque de lleno, ni nos molesten, es una manera ruin de transitar por la vida. Somos así de estúpidos. Hace tiempo que deberíamos haber despertado. A los poderosos del planeta hay que pedirles un acto de humildad, para que reconozcan este ambiente de desigualdades creado por ellos mismos.

Ya está bien de endiosamientos, de no compadecerse por aquellos que sufren las inútiles contiendas, por el desplazamiento forzado o la separación de sus familias. Indudablemente, hemos de dejarnos ayudar, incluir el ejercicio del acompañamiento en nuestro itinerario existencial, en lugar de volvernos locos con los cierres de fronteras, que lo único que hacen es enfrentarnos más unos con otros. Quizás tengamos que aprender a anteponer las necesidades de los descartados a nuestro bienestar egoísta. Esta es la compasión, mucho más que sentir piedad, es ponerse en el lugar del otro, sufrir con el otro.

Ahí están los gritos de cientos de refugiados y migrantes al ser trasladados desde albergues informales a hoteles y apartamentos en el Norte de Grecia, como parte del comienzo de una operación conjunta de la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR) y las autoridades griegas. “No sé cómo describir la diferencia de donde estábamos, almacenes abandonados sin calefacción, a donde estamos ahora. Pensamos que nunca pasaría. Las memorias de esos días estarán siempre en nuestra mente, fue una temporada muy difícil”, afirmó Rula Manan, solicitante de asilo político siria, quien vivió con su familia en un depósito por más de siete meses. Ante estas penurias, solo cabe pensar una cosa, que aún no hemos aprendido a amarnos. Tal vez sea el desafío que el futuro nos pone en nuestras manos; puesto que si fundamental es pensar, no menos sentir y sobre todo hacer porque sí, ¡donándonos!

corcoba@telefonica.net

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