Por Esther Peñas
La reciente publicación de El manicomio químico (Enclave), del psiquiatra Piero Cipriano, en el que relata sus experiencias en las instituciones psiquiátricas que ha dirigido o en las que ha participado, poniendo en entredicho la ligereza con la que se realizan los diagnósticos relacionados con la salud mental y advirtiendo de la frivolidad con la que se prescriben los psicofármacos, ha reabierto un delicado debate.
“El verdadero manicomio hoy son los psicofármacos. Estamos en presencia de una inquietante mutación antropológica: los psiquiatras y las empresas farmacéuticas ya no se limitan a curar a los enfermos, también pretenden curar a los sanos”, asegura Cipriano.
Los psicofármacos son sustancias químicas que actúan sobre el sistema nervioso central, modificando o corrigiendo su actividad. España es el tercer país del mundo que más psicofármacos receta a menores de 17 años, después de Canadá y Estados Unidos. Las cifras de Unicef aseguran que las tasas de depresión y ansiedad entre adolescentes han aumentado un 70% en los últimos años.
“Los diagnósticos también están sujetos a la moda. Si hace unos años casi todos nosotros conocíamos algún caso de alguien que hubiera sido diagnosticado de trastorno bipolar, hoy ¿quién no conoce a alguien cuyo hijo o hija padece un síndrome de déficit de atención o hiperactividad (TDAH)?”, comenta la pediatra Dolores G.M.
“Es normal que un niño sea inquieto, que le cueste centrar su atención, y más en nuestra sociedad, con la cantidad de estímulos a los que se ven expuestos, pero hay muchos médicos que despachan casi por defecto TDAH como diagnóstico, y lo peor es la medicación que se les prescribe en estos casos”, continúa la doctora.
El psicofármaco más habitual para combatir el TDAH es el ‘Ritalín’, el metilfenidato, clasificado por la Agencia Antidrogas de Estados Unidos como un narcótico de clase II, la misma que recibe la cocaína y la morfina. Es una anfetamina, que tomada por un adulto lo excitaría pero que en menores produce el efecto contrario, los aplaca.
Nadie duda de que los fármacos sean necesarios pero, ¿son la única solución? La mayoría de las ocasiones, este comportamiento ‘anómalo’ en niños y adolescentes es coyuntural, asegura la doctora y, en otros casos, más que conductas patológicas, “son síntomas que apuntan a cuestiones más profundas. Los padres muchas veces buscan las causas de por qué su hijo no estudia, por qué no aprueba, etc., en vez de pensar qué está sucediendo en la familia. Tal vez se haya iniciado un proceso de separación, o las relaciones familiares estén deterioradas, y el hijo acusa ese ‘dolor’ con ‘esos trastornos”, explica el psicoanalista y psicólogo Carlos Ledesma.
Hay patologías más o menos objetivas, pero ¿qué sucede con los estados del alma, con el estado de ánimo, si se quiere una fórmula más prosaica? Malestares cotidianos como la tristeza, melancolía, nostalgia, apatía, que se presentan de manera puntual o cuya compañía se prolonga porque está asociada a determinados acontecimientos (la muerte de un ser querido, la pérdida del trabajo, una ruptura sentimental, etc.) pasan a ser sospechosos de ser ‘enfermedad’.
“Es ridículo que te diagnostiquen depresión y te mediquen contra ella cuando lo que ha ocurrido es que se ha muerto tu mujer. Es normal que todo pierda su sentido, que no tengas ganas de hacer nada, que incluso quieras morirte, todo eso se llama duelo, y hay que pasarlo, y es una temeridad recetar psicofármacos cuando hablamos de periodos depresivos más o menos razonables justificados por una causa concreta”, dice la psiquiatra Marina Ortiz.
Ledesma puntualiza que “hay cuatro tipos de fármacos psíquicos y un montón de variantes: ansiolíticos, antidepresivos, antipsicóticos y anticonvulsivos. Después están las marcas. Imagínate a un adulto que ha perdido a un ser querido, y que sufre tristeza, depresión; otra persona, con una historia y cultura diferente, que haya perdido el empleo y que presente esos mismos síntomas, y a un tercero que ha tenido que marcharse de su país, y que presenta el mismo cuadro sintomático. Apatía, tristeza, melancolía. La psiquiatría las medica con los mismos fármacos, pero no todas las tristezas son iguales ni requieren un mismo periodo de duelo”.
Los datos son preocupantes: los informes de la Agencia Española de Medicamentos y Productos Sanitarios, AEMPS, revelan que la utilización de antidepresivos en España se ha triplicado en diez años.
Allen Frances dirigió durante años el ‘Manual Diagnóstico y Estadístico’, DSM, la enciclopedia de las enfermedades mentales, la Biblia de las patologías de la mente. En su libro ¿Somos todos enfermos mentales? (Ariel), asegura que “las farmacéuticas están engañando cuando nos hacen creer que los problemas se resuelven con pastillas. Los psicofármacos son muy útiles en trastornos mentales severos y persistentes, pero no ayudan en los problemas cotidianos. Todos tenemos desajustes de ánimo, algunos cuya causa conocemos y otros no, pero eso no significa que cualquier manifestación que altere un estado de ánimo normal haya de ser tratado con psicofármacos”.