Si esta gente persiste en sus diferencias, el suicidio que anuncié en el 2016 podría convertirse en el entierro de un partido que por muchos años ha sido el refugio de la libertad, el individualismo y el orgullo del gentilicio americano.
El 8 de marzo del 2016, en medio de la contenciosa campaña presidencial norteamericana y bajo el título de “El suicidio de un partido”, condené las declaraciones de Mitt Romney y de John McCain cuando ambos dijeron que jamás votarían por Trump si éste fuera postulado por el Partido Republicano. A continuación afirmé: “… el partido que nació predicando la unidad en la convención de Filadelfia de 1856 tendrá la oportunidad de predicar con el ejemplo declarando un alto al fuego en esta sangrienta guerra civil de 2016. Si no lo hace estará cometiendo suicidio y causando un daño irreparable a la nación norteamericana”.
Lamentablemente, para las élites del Partido Republicano, Donald Trump era y sigue siendo un hombre arrogante, grosero, mujeriego e incapaz de pasar la prueba de urbanidad y conducta sofisticada de la política tradicional de Washington. Pero la gente que eligió a Donald Trump no prestó atención a las cizañas de esas elites. Su objetivo no fue elegir a un santo ni a un diplomático sino a un hombre que acabara con la corrupción, la hipocresía y el control asfixiante de un Washington que se sirve a sí mismo en vez de servir los intereses de su pueblo.
Por eso, a pesar del antagonismo de Romney, de McCain y de los activistas del movimiento de “Nunca Trump”, el millonario fue postulado. Y ocho meses más tarde, el 8 de noviembre del 2016, fuimos testigos del inesperado milagro de la elección de Donald Trump como cuadragésimo quinto presidente de los Estados Unidos.
Sin embargo, a contrapelo de toda lógica y poniendo en peligro la propia existencia del partido, la mayoría del “establecimiento” del Partido Republicano le sigue haciendo la guerra al presidente. Parecen incapaces de entender que el fracaso de la presidencia de Trump será considerado por los votantes como un fracaso de todo el partido y les pasará la cuenta a todos por igual. Buena noticia para unos demócratas sin mensaje y que han perdido el camino pero que sólo tendrán que sentarse a esperar a que los republicanos se maten entre ellos.
Porque eso es lo que los republicanos están haciendo cuando no se ponen de acuerdo en cuanto a cómo votar sobre la derogación y sustitución del Obamacare. Cuando muestran una pasividad cómplice ante la “cacería de brujas” de la acusación de que Trump conspiró con Putin para derrotar a Hillary. Cuando cierran los ojos ante las filtraciones a la prensa por funcionarios del gobierno, unos rezagos del obamismo y otros miembros del “Nunca Trump”.
Cuando, por otro lado, muestran renuencia a investigar los múltiples crímenes de los Clinton en cuanto a ventas de uranio a Rusia, las mentiras sobre Benghazi, la corrupción flagrante de la Fundación Clinton, la destrucción de treinta mil correos electrónicos, etc., etc. etc. No en balde el presidente se quejó hace un par de días:”Es muy triste que los republicanos, incluidos algunos que aprovecharon mi ascenso para llegar donde están, hagan muy poco para proteger a su Presidente”, escribió Trump en un tuit.
Ahora bien, como dice el viejo refrán, “en el pecado llevarán la penitencia”. Porque los republicanos en el capitolio se pasaron siete años aprobando proyectos de ley para derogar el Obamacare, muchos de ellos similares a la versión aprobada recientemente por la Cámara Baja y en problemas ahora en el Senado. Sabían entonces que Barack Obama los vetaría y que, por lo tanto, no había riesgo político para ellos. Fue sólo una miserable estrategia politiquera para lograr votos en las elecciones.
Los republicanos pidieron a los electores que les dieran mayoría en el poder legislativo para enfrentarse a las políticas de Barack Obama. El pueblo norteamericano respondió con una intensidad inusitada que paró en seco a los demócratas y rompió su monopolio en el capitolio. En las elecciones parciales del 2014, los republicanos ganaron 247 escaños en la Cámara de Representantes frente a 188 los demócratas. En el Senado, los republicanos ganaron 54 frente a 46 los demócratas. En las elecciones generales del 2016, no sólo mantuvieron el control del capitolio sino se hicieron con la Casa Blanca gracias al carisma y la combatividad de Donald Trump.
Ahora tienen control total del gobierno y no pueden echarle la culpa de sus fracasos a Barack Obama. Saben además que tienen un presidente deseoso de firmar el proyecto de ley, cualquier proyecto de ley que sea capaz de derogar el ignominioso mamotreto que se encuentra en artículo de muerte. Pero están asustados porque saben que confrontan un riesgo político y se portan como rameras, con perdón de las rameras.
Como ocurre con frecuencia, la gente se acostumbra fácilmente a los regalos aunque muchas veces sean inútiles. De pronto el Obamacare tiene un renovado apoyo entre quienes cambian libertad por seguridad y muchos senadores y representantes republicanos quieren mantener sus curules y sus privilegios. Creen que la abstención los salvará de responsabilidad en cualquier efecto negativo que pudiera traer consigo una derogación del Obamacare.
Pero la cosa no es tan fácil. Cualquier abstención para complacer a quienes desean mantener el Obamacare defraudaría a los electores, muchos ellos motivados por la candidatura de Trump, que en el 2016 pusieron el control total del gobierno en manos republicanas. Al poder absoluto le sigue la absoluta responsabilidad y las acciones producen reacciones.
Vaticino que, si los republicanos no se ponen de acuerdo para poner en la pizarra sólidos logros legislativos antes de finales de este año, en el 2018 la izquierda seguirá apoyando a los demócratas y la derecha podría quedarse en casa. Se acabaría la fiesta para el partido del elefante y con el final de ella estaría en peligro la supervivencia de un Partido Republicano condenado a ser minoritario como consecuencia de los drásticos cambios demográficos de los últimos 20 años.
Aunque es muy pronto para decirlo, este Partido Republicano del 2017 podría encontrarse en una encrucijada similar a la que confrontó el Partido Whig en las elecciones norteamericanas de 1852. Incapaces de ponerse de acuerdo las alas del norte y del sur de dicho partido sobre el candente tema de la esclavitud, los whigs del norte se unieron al ya existente Partido Demócrata mientras los whigs del sur fundaron el Partido Republicano. Los demócratas esclavistas y los republicanos anti esclavistas. Lamentablemente, a partir de la presidencia de Franklin Delano Roosevelt, los republicanos se dejaron arrebatar por los demócratas la bandera de la defensa de los ciudadanos de raza negra.
De continuar la lucha entre la media docena de facciones divergentes, el Partido Republicano podría declinar como fuerza política nacional. Los conservadores, los neoconservadores, la derecha cristiana, los moderados y los libertarios parecen muchas veces militar en partidos distintos. Si esta gente persiste en sus diferencias, el suicidio que anuncié en el 2016 podría convertirse en el entierro de un partido que por muchos años ha sido el refugio de la libertad, el individualismo y el orgullo del gentilicio americano.
La última vez que este partido mostró una sólida cohesión ideológica e intensa militancia política fue durante las campañas y la presidencia de Ronald Reagan. Según el historiador George H. Nash, la llamada “Coalición Reagan” logró aglutinar cinco facciones: la libertaria, la conservadora, la derecha cristiana, la tradicionalista y la anti-comunista. Pero eso era ‘harina de otro costal”. En Reagan coincidían el talento político y el carisma personal que no se repiten con frecuencia en la historia de los pueblos.
Sin embargo, Donald Trump, quien Dios me libre de compararlo con Reagan, podría ser el detonador para una nueva coalición o hasta un nuevo partido verdaderamente conservador, libertario y cristiano. Sin dudas tocó un nervio sensible en el cuerpo político norteamericano cuando ganó la presidencia frente a los establecimientos demócratas y republicanos, al mismo tiempo que desafiando todos los pronósticos.
Su misión, como la de Juan el Bautista, fue dar la voz de alarma y anunciar la buena nueva. Ahora corresponde a otros, con menos resabios pero igual determinación, terminar la obra. Ella consiste en aglutinar a esas fuerzas con la capacidad de detener la caída en picada que sufren los Estados Unidos ante la asechanza de quienes, desde su interior, están tratando de transformarlos en una nación de parásitos.