Ya no tienen que derrumbar la puerta porque ya están entre nosotros en la prensa, las instituciones de enseñanza y hasta en los deporte
Una galardonada producción cinematográfica de 1993 sobre la toma del control de la compañía Nabisco por especuladores bursátiles fue titulada “Los bárbaros en la puerta”. Las versiones superficiales sobre la historia de Roma atribuyen la caída del imperio a los ataques externos de tribus germánicas como los hunos, los francos, los vándalos, los sajones y los visigodos. Los politólogos norteamericanos de nuestros días señalan a Corea del Norte e Irán como las mayores amenazas a la supervivencia de esta democracia que ha sido ejemplo de libertad, justicia y prosperidad durante 241 años. En mi opinión y en la de muchos eruditos de la historia, todos estos análisis son incompletos porque toman en cuenta solamente los factores externos que condujeron a la crisis de estas sociedades. Ignoran los factores internos que las debilitaron desde dentro y facilitaron el éxito de sus enemigos externos.
De hecho, las sociedades no son una idea abstracta. Están conformadas por seres humanos, por los sueños, deseos, triunfos y fracasos de hombres y mujeres; además de factores económicos, políticos, religiosos y sociales, que también surgen de la acción y el comportamiento humanos. En los momentos críticos de una sociedad, se pueden observar hechos, como por ejemplo, un ser humano venido a menos, degradado, sin lealtades fijas, que ha idolatrado lo menos humano que hay en su interior, que es capaz de pensar que todo es negociable, incluso lo inalcanzable. Por tanto, el problema no solo radica en lo que ocurre fuera de nosotros sino dentro de nosotros.
Una de las causas fundamentales que dieron al traste con el Imperio Romano, residía en la pérdida de la moral. Este deterioro, especialmente en la clase alta, la nobleza y los emperadores, trajo un impacto devastador en el pueblo romano. Ejemplo de ello los encontramos en la inmoralidad y la promiscuidad de los actos sexuales, incluyendo el adulterio y las orgías. Y quizás de mayor importancia fue la corrupción sistemática y generalmente aceptada de sus gobernantes.
Entre la Roma de principios del primer milenio y esta sociedad norteamericana del principios del segundo hay numerosas similitudes. Por ejemplo, una sed insaciable del estado en castigar al ciudadano con impuestos onerosos y numerosos. Una decadencia moral de la Roma de los últimos años de su imperio que vino aparejada de una corrupción generalizada en todos los órdenes de la administración estatal. Esto trajo consigo un progresivo divorcio de la clase política respecto a la población. Un ejército de burócratas sin mandato ciudadano que no aportaban nada positivo para el crecimiento económico, sino que servían a superestructuras creadas para dificultar muchas veces con trámites y organismos varios, multitud de gastos, el desarrollo de la sociedad. Y oleadas migratorias incontrolables que se resistían a ser integradas a la cultura y las costumbre de la nueva sociedad. Este es el mismo panorama actual de los Estados Unidos y de numerosas naciones de Europa.
Ejemplos de este último fenómeno es la reciente invasión musulmana de Europa que amenaza la seguridad interna y la estabilidad institucional de naciones como Alemania, Francia, España, Italia y hasta la gélida Suecia. Si la alucinante política migratoria de los Estados Unidos en los últimos cuarenta años no es replanteada en su totalidad esta sociedad podría sufrir una crisis similar a la europea en un día no muy lejano. Un rayo de esperanza en este país parece ser la decisión de la actual administración Trump de confrontar la situación migratoria con medidas drásticas pero necesarias.
Pero ningún estudio de la crisis de la sociedad norteamericana en estos momentos estaría completo sin un análisis pormenorizado de sus conflictos internos. A continuación, una lista ilustrativa que de ninguna manera puede considerarse exhaustiva, pero que nos ayuda a entender mejor los peligros inherentes al actual estado de la sociedad norteamericana.
El ataque a la santidad de la vida humana
El aborto fue desde los inicios de esta nación una decisión privada y secreta de quienes optaban por la deplorable decisión de poner fin a una vida humana. Eran los tiempos de una población que, en su mayoría, creía en la existencia y en la providencia de un Ser Supremo. En la actualidad, el aborto no sólo ha dejado de ser un acto reprochable y un asunto secreto sino es considerado como un derecho de la mujer a deshacerse del feto indeseado poniendo fin a la vida en su seno materno. Se ha llegado al extremo de financiar el horrible procedimiento con los impuestos de quienes repudiamos lo que para nosotros es un asesinato.
Según estadísticas dignas de crédito, se estima que en el 2015 se realizaron 908,000 abortos en los Estados Unidos. Y de acuerdo a un informe de las Naciones Unidas con fecha del 2013, solamente nueve países del mundo superan a los Estados Unidos en la realización de este acto abominable. Estos son: Bulgaria, Cuba, Estonia, Georgia Kazakhsta, Rumania, Rusia, Suecia y Ucrania. No es casualidad que, con excepción de Suecia, todos ellos estuvieron bajo el control de regímenes comunistas.
El deterioro de la institución del matrimonio
Había una vez un tiempo en que la gente se casaba para toda la vida. Tomaban en serio la admonición de: “Unidos en lo adelante para bien y para mal, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad, amarnos y compartir hasta que la muerte nos separe, de acuerdo a la ley sagrada de Dios”. En la actualidad, el juramento ha perdido todo sentido porque, hasta quienes se molestan en contraer un matrimonio en el que muchos ya no creen, están listos a recurrir al divorcio hasta con el frívolo argumento de que el cónyuge tiene mal aliento.
La mayor parte de nosotros sabemos que el 50 por ciento de los matrimonios terminan en divorcio en este país. Un número que es también alto en los países de Europa . Pero, según estadísticas del McKinley Familiy Law, en los Estados Unidos se produjeron 813,862 divorcios en el año 2015. Los números aumentan para matrimonios en segunda y en tercera, con porcentajes de divorcio de 60 y 73 por ciento respectivamente. La triste y peligrosa realidad es que sin matrimonio no hay familia y sin familia no hay nación.
El escarnio de los símbolos nacionales
Quienes hemos vivido como yo más de medio siglo en este país hemos visto como de manera progresiva y constante la izquierda materialista y atea–si al igual que los comunistas–se ha adueñado de los medios de prensa y de las universidades para promover su agenda de transformar radicalmente a la sociedad norteamericana. Lograda esta meta, ahora la han emprendido en el campo hasta hace muy poco políticamente virgen de los deportes.
Es así como hemos visto en tiempos recientes el repulsivo espectáculo de jugadores de fútbol americano negarse a ponerse de pie para rendir tributo al himno y a la bandera. El himno y la bandera que han servido de inspiración y sudario a miles de norteamericanos que han caído defendiendo la libertad y la democracia en el mundo. La misma libertad que les permite a los manifestantes hacer escarnio de los símbolos sagrados de esta nación. Quienes amamos a este país tenemos una deuda de gratitud con un Donald Trump que se ha enfrentado a estos miserables y a la comparsa aberrante de una prensa que exalta su bajeza como un acto de rebelión ante la injusticia.
La destrucción de la historia y de sus personajes
La elección de Barack Obama en el 2008, un mestizo que se proclama negro, hizo a muchos albergar la esperanza de un nuevo amanecer de armonía entre blancos y negros en los Estados Unidos. Pero ha ocurrido todo lo contrario. Según un informe de la prestigiosa firma encuestadora Rasmussen, el 47 por ciento de los norteamericanos opina que las relaciones raciales empeoraron durante la presidencia imperial de Barack Hussein Obama.
Las expresiones de ese rencor encarnizado entre blancos y negros se manifiesta en el nacimiento de movimientos militantes negros como Black Lives Matter y Antifa. Después de agredir a la policía y a sectores conservadores blancos y negros, estos terroristas nativos la han emprendido ahora contra la misma historia de los Estados Unidos.
Para ellos, el general sureño Robert E. Lee fue un racista que debe ser erradicado de los libros de historia de los Estados Unidos. Algo hasta cierto punto comprensible por su condición de Jefe del Ejército Confederado. Pero ahí no para la cosa. Thomas Jefferson, el autor de la Declaración de Independencia, tiene que ser purgado de la historia norteamericana porque fue dueño de esclavos en su plantación de Monticello. La pregunta es ¿hasta dónde pretenden llegar estos energúmenos? ¿Seguimos con al padre de la Patria Americana, George Washington?
Yo estoy convencido de que quienes derrumban estatuas y las embadurnan con pinturas no conocen la historia ni saben lo que están haciendo. Son instrumentos de gente perversa como George Soros, empeñados en destruir la sociedad norteamericana para construir una nueva según sus caprichos y aberraciones. Privar a un pueblo de su historia es como despojar a un niño de sus padres. Los convierte en entes sin referencia ni orgullo que los hace fácilmente manipulables.
Espero haber contribuido con estas palabras de alerta aunque sea en una limitada medida a despertar la conciencia del pueblo norteamericano frente a los peligros internos que lo asechan. Los peligros externos representados por Irán y Corea del Norte son reales y no pueden ser ignorados. Pero el mayor de todos es el que representan los bárbaros que viven entre nosotros. Ya no tienen que derrumbar la puerta porque ya están entre nosotros en la prensa, las instituciones de enseñanza y hasta en los deportes. ¡Ojalá que no sea demasiado tarde para salvar el hermoso proyecto de libertad y de democracia que nació en Filadelfia hace 241 años!.