“The Russians Are Coming, the Russians Are Coming”, una comedia cinematográfica norteamericana de 1966 sobre un submarino ruso que encalla por error en una isla frente a las costas de Nueva Inglaterra
Durante más de un año, Hillary Clinton, los demócratas y la prensa que les acompaña en su desenfrenada carrera hacia el abismo al que nos quiere llevar la izquierda, han estado acusando a Donald Trump de haber conspirado con los rusos para ganar las elecciones presidenciales del 2016. Incapaces de confrontar la realidad de haber perdido unas elecciones que creían ganadas, han apelado a esta farsa que, a diferencia de la película de 1966, no tiene nada de comedia. Por el contrario, tiene todas las características de una tragedia americana que ha divido a la nación y obstaculizado la agenda del Presidente Trump para restaurar la prosperidad y la hegemonía de la primera potencia del mundo.
Donald Trump nunca conspiró con los rusos. Hillary Clinton y sus gendarmes de la intriga y de la mentira fueron quienes utilizaron falsas acusaciones rusas para descarrilar la candidatura de Donald Trump. Caso en cuestión, el infame informe recopilado por el ex agente secreto inglés Christopher Steele de fuentes de inteligencia soviética sobre supuestos delitos de Donald Trump. La campaña política de Clinton y el Comité Nacional Demócrata pagaron 9 millones de dólares por una patraña que más tarde fue declarada totalmente fraudulenta.
Pero, como decía un ya difunto amigo mío que hacía despliegue de una fina ironía: “Dios castiga sin piedra y sin palo”. En los últimos días la acusación contra Trump se ha convertido en un “boomerang” que ahora amenaza a sus propios fabricantes. Según The Washington Post, una publicación que ha hecho todo lo posible por destruir a Trump, el FBI cuenta con pruebas de que, tan temprano como el 2009, tuvo lugar un complot entre rusos y norteamericanos. En el seno de dicho complot campearon por su respeto el soborno, el chantaje, la corrupción, la extorsión y el pandillerismo.
En el 2009, Donald Trump ni estaba en Washington ni se había declarado siquiera candidato a la presidencia. Eran los tiempos en que reinaba en la capital norteamericana su “majestad” Obama y se enriquecía en forma grotesca la mafia de los Clinton, como en la venta del 20 por ciento del uranio norteamericano a Vladimir Putin. Sobre este tema regresaré más tarde.
Entre las revelaciones recientes se ha sabido que el FBI contaba con un agente infiltrado en las filas de los mafiosos. Ese agente dice contar con videos, grabaciones de audio y documentos que respaldan sus acusaciones. Afirma tener información fidedigna sobre la forma en que fue comprometida la seguridad nacional de los Estados Unidos a su más alto nivel. No había hablado hasta ahora porque se lo prohibía un acuerdo de mantener en secreto sus investigaciones.
Después de muchas insistencias por comisiones del Congreso, el Departamento de Justicia le ha dado finalmente permiso para que declare ante las mismas. Lo que diga este agente podría poner a correr no solo a los Clinton sino a otros funcionarios de la Administración Obama como el ex Fiscal General Eric Holder y el ex Director del FBI Robert Mueller. Por razón de sus posiciones como jefes del Departamento de Justicia y del FBI respectivamente en aquellos momentos, ninguno de ellos puede negar conocimiento de estos hechos delictivos.
Este es el mismo Mueller que hace poco fue designado Procurador Especial para investigar la supuesta conspiración de Donald Trump con los rusos. Las revelaciones recientes lo convierten en cómplice o por lo menos en testigo de aquellos delitos. Este señor no puede investigarse a sí mismo y su tiempo como Procurador Especial debe terminar de inmediato. Es más, la más elemental justicia demanda el nombramiento de otro procurador, totalmente ajeno a los hechos. Un hombre que, sin prejuicios ni conflictos, investigue las recientes revelaciones sobre una conspiración equivalente a delito de alta traición por parte Hillary y de otros funcionarios de la Administración Obama.
Como lo prometido es deuda, regreso a la abominación de la venta de uranio norteamericano a Vladimir Putin, el obsesivo “zar de todas las Rusias” empeñado en restaurar el Imperio Soviético sobre las cenizas de los Estados Unidos. La historia es compleja pero es de suma importancia para entender el peligro del cual se salvó este país cuando Hillary resultó derrotada en el 2016. Si ella hubiera ganado nada se habría sabido de estos delitos contra la seguridad nacional.
En el año 2010, la agencia nuclear rusa Rosatom adquirió el control de la compañía canadiense Uranio Uno. Dicha compañía tenía licencias para extraer el 20 por ciento del uranio norteamericano. El acuerdo entre Rosatom y Uranio Uno necesitaba la aprobación del gobierno de los Estados Unidos para que el mismo tuviera vigencia. La Administración Obama aprobó el acuerdo a través de una comisión en la cual la flamante Secretaria de Estado, Hillary Clinton, era uno de los 9 miembros.
Siguiendo con la saga, Frank Giustra, un acaudalado empresario minero canadiense y contribuyente generoso a la Fundación Clinton, había vendido en el 2007 su compañía de UrAsia a Uranio Uno. Como por casualidad, individuos relacionados con Uranio Uno y UrAsia, incluyendo a Giustra, donaron 145 millones de dólares a la Fundación Clinton.
Para no quedarse atrás, el corrupto y maquiavélico Bill se hizo con unos honorarios de 500,000 dólares por una disertación de 20 minutos en Moscú a funcionarios del banco ruso depositario de las cuentas de Uranio Uno. El descaro y la arrogancia de estos Clinton no tienen límite. Consideran que las leyes no se aplican a ellos y se sienten con derecho a una impunidad que es un insulto al resto de los ciudadanos.
En circunstancias normales estas comprometedoras revelaciones sobre la corrupción y la maldad de los Clinton y de sus apandillados en el Partido Demócrata habrían sido suficientes para silenciar sus acusaciones contra Trump. Pero en el ambiente de odio que se ha apoderado de este país en el último año no me hago ilusiones sobre un regreso a la moderación y a la civilidad. La izquierda, con el concurso entusiasta de una prensa dominada por gente que no ve otra realidad que la dictada por su fanatismo, inventará otras mentiras y diatribas para seguir despersonalizando a Trump. Sin embargo, al menos por el momento, ha quedado demostrado que fue Hillary y no Donald Trump quien conspiró con los rusos para alterar el resultado de las elecciones y restar prestigio a la democracia norteamericana. La verdad que nadie podrá negar es que, con Hillary, si llegaron los rusos.