LA JORNADA

Corea: La Guerra de 64 años

Truman ganó el argumento con MacArthur pero creó las condiciones para este conflicto de 64 años en que un país que no puede siguiera alimentar a sus habitantes ha chantajeado descarada y consistentemente a la primera potencia del mundo.

Hace menos de un mes se cumplieron 64 años del final de las hostilidades del conflicto de Corea, el 27 de julio de 1953. La conflagración militar terminó con la firma de un armisticio por el que fue creada una zona desmilitarizada entre Corea del Norte y Corea del Sur a lo largo del paralelo 38; así como se procedió a un intercambio de prisioneros de guerra. Ahora bien, hasta el día de hoy no se ha firmado un tratado de paz entre las partes en conflicto. Por lo que, de hecho, sigue vigente el estado de guerra entre las dos Coreas.

Para entender mejor esta anomalía en la historia de los conflictos bélicos y de la política internacional vale la pena dedicar un breve espacio de este análisis a los acontecimientos que nos han puesto hoy a las puertas de una alucinante conflagración nuclear. La historia de Corea del Norte empieza con la partición de la Península de Corea y la creación de la República Popular Democrática de Corea en 1945, al final de la Segunda Guerra Mundial.

Corea del Norte recibe entonces la asistencia militar de Rusia y China Comunista con el fin de unificar la península bajo un solo gobierno e integrarla al eje del comunismo internacional. El 25 de junio de l950, Corea del Norte invade a Corea del Sur y las Naciones Unidas, a instancias del gobierno de los Estados Unidos, crea una fuerza militar integrada en el 80 por ciento por soldados norteamericanos para detener la agresión.

Harry Truman, el hombre que cinco años antes había puesto fin a la Segunda Guerra Mundial con un horrible holocausto nuclear, no se dejó intimidar y confrontó con las armas la agresión comunista. Sacó su mejor carta en el arsenal militar y puso la operación bajo el mando del General Douglas MacArthur.

El 15 de septiembre de ese año, MacArthur desembarcó en Inchon, partió en dos la avanzada del norte y los hizo retroceder más allá del Paralelo 38. Su objetivo era derrotar a las tropas de China Comunista, recuperar para la democracia todo el territorio de la península coreana y alcanzar una victoria total sobre los comunistas. Pero su comandante en jefe, Harry Truman, no estuvo de acuerdo por temor a que el conflicto desembocara en una Tercera Guerra Mundial. Truman ganó el argumento con MacArthur pero creó las condiciones para este conflicto de 64 años en que un país que no puede siguiera alimentar a sus habitantes ha chantajeado descarada y consistentemente a la primera potencia del mundo.

En los últimos 25 años, Corea del Norte ha superado todo tipo de obstáculo en sus planes para convertirse en potencia nuclear, incluso el derrumbe de su mecenas y protector la Unión Soviética en 1991. La dinastía que comenzó con el guerrillero Kim Il-sung, continuó con su hijo Kim Jong-il y se mantiene en el poder con su nieto Kim Jong-un se ha convertido en una amenaza real y una fuente de terror para todo el mundo, incluyendo a los Estados Unidos.

Sin embargo, los principales culpables de esta pesadilla no hay que buscarlos muy lejos porque todos han sido moradores de la Casa Blanca en representación de ambos partidos. Presidentes tanto demócratas como republicanos han optado por el apaciguamiento antes que por la confrontación. Algo así como calmar a una fiera llenándole la panza con la esperanza de que, cuando tenga hambre de nuevo, nos perdone la vida. Y estos tres Kim son fieras que han mandado a las regiones infernales a miembros de su propia familia.

En 1994, el entonces presidente Bill Clinton encomendó al iluso y crédulo Jimmy Carter que calmara a la fiera con promesas de ayuda económica a cambio de que renunciara a su programa nuclear. En octubre de ese año, Clinton aprobó un plan de $4,000 millones de dólares en ayuda energética a cambio de que Corea del Norte renunciara a la beligerancia nuclear. Los norcoreanos, como todos los comunistas, hicieron la promesa y después se defecaron en ella.

En el 2002, el entonces presidente George W.Bush, en su discurso sobre el Estado de la Unión, se llenó la boca para decir que Iraq, Irán y Corea del Norte formaban lo que calificó de “el eje diabólico”. Un año más tarde, “bushito” se vio forzado a admitir que había estado negociando en secreto con los carniceros de Pyongyang. Una prueba de que su desplante ante el Congreso fue una pura retórica que es totalmente inútil cuando no va acompañada de una seria y creíble amenaza militar.

Pero el campeón del apaciguamiento, como lo demostró en toda su infortunada presidencia, fue el Mesías Barack Obama. En sus ocho años pidiendo perdón por el poderío norteamericano, Obama salió corriendo de Iraq y dejo el camino abierto a ISIS, le regaló 240,000 toneladas métricas de alimentos a los norcoreanos y financió el terrorismo iraní en el monto de $1,700 millones de dólares. Con Obama, el “eje diabólico” de Bush multiplicó su riqueza para atacar a los Estados Unidos.

Esta fue la herencia que se encontró al llegar a la Casa Blanca el Presidente Donald Trump. Veinticinco años de apaciguamiento por sus antecesores que permitieron a Corea del Norte atrincherarse en su poderío nuclear para seguir atemorizando al mundo. Trump se propone parar en seco al orate norcoreano cambiando no sólo el tono sino el contenido de la política seguida hasta ahora por los Estados Unidos. El pasado ocho de agosto, el presidente prometió desatar una lluvia de “fuego y furia” sobre Kim Jong-un si éste se atrevía a utilizar armas atómicas contra cualquier territorio norteamericano o contra cualquier aliado de este país.

Como era de esperar, el “establecimiento” político de Washington se puso nervioso y la prensa de izquierda lo atacó sin piedad. Lo acusaron de llevar al mundo al borde de una tercera guerra mundial. La razón es que, a diferencia de sus predecesores, cuando Trump habla de tomar medidas militares la gente cree en la amenaza. El loco de Pyongyang se encontró con un “loco” en Washington.

Yo, por mi parte, estoy convencido de que Trump no está loco sino que es un genio de la manipulación y de la estrategia. Lo demostró a plenitud cuando ganó unas elecciones que todos vaticinaban como perdidas. Por primera vez en los últimos 25 años los norcoreanos no saben qué hacer ante un hombre que ha roto todos los moldes de los presidentes que le han antecedido. Esta podría ser la camisa de fuerza que calme la fingida “locura” de Kim Jong-un y ponga fin a los chantajes de Corea del Norte.

Esta conducta de Trump puede tener su antecedente en la llamada “Teoría del Loco”, utilizada por el ex Presidente Richard Nixon para llevar a su conclusión la guerra de Vietnam. En su libro “Nixonland”, el escritor Rick Perlstein lo explica de esta manera: “Caminando por la playa con uno de sus asesores en 1968, Nixon le dijo ‘Yo quiero que los norvietnamitas crean que yo estoy dispuesto a hacer cualquier cosa drástica para poner fin a la guerra. Que piensen que mi anticomunismo es tan fuerte que controla mis actos. Entonces el mismo Ho Chi Minh vendrá corriendo a negociar la paz”.

En esto reside la capacidad de Trump para lograr lo que no lograron otros presidentes. Su amenaza es creíble, porque para que una amenaza nuclear sea creíble tiene que parecer real. Su amenaza parece totalmente real. La supuesta disposición de Trump a aceptar la crítica de utilizar por primera vez armas nucleares después de 1945 es atemorizante. Y esa podría ser precisamente su carta de triunfo. Todo el mundo sabe que ni Clinton, ni Bush ni Obama se habrían atrevido a utilizarlas. Nadie puede predecir lo que hará Donald Trump. Sobre todo el cerdito grotesco de Pyongyang. Gracias a Donald Trump los norteamericanos y sus aliados pueden dormir tranquilos.

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