Por Carlos S. Velasco
Los esfuerzos entre organizaciones humanitarias del norte y del sur han conseguido que algunas empresas adopten códigos éticos que mejoren las condiciones de trabajo y frenen los abusos de las multinacionales contra sus trabajadores en los países empobrecidos, cuyas legislaciones no protegen a los asalariados. La batalla por los derechos laborales se ha trasladado al escenario de la comunicación y la denuncia social, donde las grandes multinacionales son más vulnerables.
La lucha contra la explotación laboral globalizada comenzó en los años ochenta, cuando las ONG y los sindicatos se movilizaron a través de denuncias públicas que afectaban a la imagen corporativa de las empresas y ponían en tela de juicio su legitimidad ética. Las empresas del norte habían trasladado buena parte de sus actividades al sur donde las legislaciones eran permisivas y los salarios muy bajos. Pero nuestra sociedad ha contemplado sus acciones: salarios rastreros, condiciones infrahumanas, agresiones verbales y físicas, y situaciones de confinamiento. Hace años que Nike aceptó, pero parece que no se ha respetado siempre, un código de conducta después de una virulenta campaña desatada por sus desmanes en Indonesia, China, y Tailandia. Estudiantes contra las Fábricas de Sudor (Students against Sweatshops), una asociación universitaria estadounidense, obligó a la multinacional a publicar parte de la ubicación de sus subcontratas. Aún así, la opacidad ha sido una constante.
En el Reino Unidos cinco grandes empresas textiles -como Marks & Spencer y C&A- asumieron sus respectivos códigos éticos después de tres años de presiones por parte de los consumidores y la coordinación de la ONG Oxfam.
La empresa suiza Migros, dedicada a la distribución de productos, remitió una carta a sus proveedores de Almería (España) para advertirles de que si no mejoraban sus condiciones laborales dejarían de trabajar con ellos. En la misma carta se explicaba que esta medida respondía a las peticiones de clientes que se negaban a consumir alimentos sin garantías sociales.
En 1998 la Organización Internacional del Trabajo (OIT) enumeró las empresas que habían redactado códigos éticos, el 90% pertenecientes a países del norte. Este éxito debe ser matizado y sopesado: sólo el 15% de los códigos mencionan la libertad de asociación y sólo el 25% se comprometen a no recurrir al trabajo forzado. Su aplicación es todavía una asignatura pendiente.
Algunas multinacionales dicen no creer que la equivocación resida en las malas condiciones laborales o de contratación que imponen en el sur, sino en una mala gestión de su comunicación. Una “eficaz” campaña de Nike puede eclipsar la (pésima) situación laboral de 500.000 trabajadores.
Parece que ha llegado la hora de revisar esos compromisos, muchos de ellos abandonados o tergiversados, porque la corrupción ha adoptado diversas formas financieras y servirse de paraísos fiscales, porque padecen millones de trabajadores de países del Sur mientras el glamour y los premios siguen amparando a sus explotadores.
Todavía persiste una mentalidad empresarial que no tiene en cuenta lo establecido por la OIT. Un anuncio en un periódico expresaba lo que muchos piensan: “estimado empresario, si tienes problemas con tu negocio, si no puedes pagar mano de obra, tenemos la solución, países del Este, un trabajador cobra 50 dólares al mes. Trasladamos sus máquinas allí”. En algunos casos, los gobiernos locales se “acomodan” a las exigencias de las multinacionales. En otros casos, temen el impacto económico que supondría el traslado de la empresa. Y es que algunas corporaciones tienen poder para hacer y deshacer a su voluntad.
Uno de los informes sobre Nike en diversos países de Asia, realizado sobre más de 5.000 trabajadores, confirmó que se habían producido abusos como salarios bajos, trato abusivo y horas excesivas de trabajo. Algunas empresas de Occidente establecidas en países asiáticos disponen de guardias de seguridad privada que fueron contratados para vigilar el “ambiente laboral”.
La presión social no debe limitarse a que las grandes empresas trasladen la ubicación de su expolio. Esta influencia debe redistribuirse, de forma que obligue a las subcontratas a que adopten cambios y a que los países reconozcan estas nuevas condiciones. Todo esto debe ser recordado por el comprador cada vez que se acerca a una tienda. No podemos permanecer como los europeos hasta hace 5 siglos, cuando pensaban que la seda era un fruto que se obtenía de los árboles. Un consumo responsable debe tener en cuenta que muchos productos proceden de “fábricas de sudor”, y que no se puede permanecer indiferente. Que protejan los derechos de los trabajadores, y que aporten desarrollo y bienestar en lugar explotación y miseria. No más excusas ni campañas publicitarias que oculten sus excesos.