LA JORNADA

Hillary perdió, Trump no conspiró, pero Mueller no lo exoneró

El viernes 16 de febrero Donald Trump recibió un regalo, aunque atrasado, del “Día de los Enamorados”, o de la “Amistad” como le dicen los promotores del lenguaje políticamente correcto de nuestros tiempos. El Fiscal General Adjunto, Rod Rosenstein, convocó una apresurada conferencia de prensa para dar a conocer las primeras conclusiones de la investigación del Procurador Especial Robert Mueller. El tema principal de la misma ha sido investigar la inaudita acusación de que Donald Trump o miembros de su campaña conspiraron con los rusos para robarle las elecciones a Hillary Clinton.

En el curso de la conferencia de prensa, Rosenstein reveló que 13 ciudadanos rusos serían acusados de interferir en las elecciones presidenciales de 2016 en los Estados Unidos. Agregó que estos acusados, escondiendo su identidad, mantuvieron contacto con partidarios de Trump que ignoraban que sus interlocutores eran rusos y los propósitos malignos de sus actividades. En ninguna parte de la acusación de Mueller aparece Trump o alguno de sus partidarios como participantes activos en una conspiración con los rusos. Para aclarar más las cosas, Rosenstein manifestó que en la acusación no existe alegación de ningún tipo de que la actividad de los acusados hubiera alterado en forma alguna los resultados de las elecciones.

Trump se sintió reivindicado y repitió su acusación de que la investigación que está efectuando Mueller es “una cacería de brujas”. Asimismo, reiteró a través de Twitter que “los resultados de las elecciones no habían sido impactados y que él jamás había conspirado con los rusos”. Ahora bien, Trump debe tener cuidado de no apresurarse a cantar victoria. Sus declaraciones podrían ser interpretadas como un cambio de opinión y un reconocimiento de la imparcialidad de la investigación encabezada por Mueller.

En mi opinión, las declaraciones del Fiscal Federal Adjunto, Rod Rosenstein, en el curso de la conferencia de prensa, no garantizan la imparcialidad de Mueller. Las únicas conclusiones sólidas a las que se puede llegar son que Hillary perdió las elecciones por mala candidata, que Trump no conspiró para ganarlas y que Mueller no ha terminado de buscar delitos que puedan ser atribuidos al Presidente Trump. De hecho, esta acusación cubre solamente una parte de la investigación total que, según fuentes cercanas a la misma, podría prolongarse por varios meses. Las mismas fuentes afirman que Mueller y su equipo buscan pruebas sobre la posibilidad de que el presidente haya incurrido en el grave delito obstrucción de justicia, que bien podría ser la base para un enjuiciamiento del presidente por el Congreso. Y esa es precisamente la meta de la izquierda demócrata y la prensa que la acompaña en su determinación de cambiar los resultados de las últimas elecciones presidenciales.

Mirando hacia atrás, estas revelaciones demuestran que Hillary perdió no sólo las elecciones sino su dinero financiando el fraudulento informe de Christopher Steele con falsos datos sobre una conspiración de Trump con los rusos. Y que el uso de ese informe para obtener órdenes judiciales con las cuales espiar a ciudadanos norteamericanos partidarios de Trump fue, además de una ilegalidad, una infamia por parte de miembros del gobierno de Obama. Lo que anda escondido en esta enrevesada trama es el conocimiento y hasta la participación del sinuoso Barack Obama en un escándalo que ha dejado pequeño al de Watergate: El uso por el partido en el poder de funcionarios de inteligencia para descarrilar las aspiraciones del candidato del partido contrario.

Todo esto explica la defensa vociferante de Hillary Clinton por los demócratas y por la prensa que simpatiza con ella. Una mujer que sigue obstaculizando con su empecinamiento de notoriedad el camino del partido hacia un regreso a la Casa Blanca. Tienen que proteger a Hillary para mantener en secreto cualquier participación del Mesías Obama en esta barbaridad.

Hagámonos una pregunta y utilicemos por un momento la lógica. ¿Cree alguien posible que Susan Rice, Samantha Powers y Ben Rhodes se hayan arrogado la autoridad de revelar nombres de ciudadanos norteamericanos en investigaciones sobre supuesto espionaje sin notificar a su jefe Barack Obama? Si alguien lo cree puedo venderle mi título de propiedad de la Torre Eiffel. Porque estos tres sujetos fueron la guardia pretoriana que mintió para proteger a Obama en los asesinatos de diplomáticos norteamericanos Benghazi y en los pagos fraudulentos de millones de dólares a los clérigos iraníes.

Por otra parte, la Operación Rusa comenzó en el 2014, mucho antes de que Donald Trump anunciara su aspiración a la presidencia. Según la reciente acusación del Departamento de Justicia, “el propósito de la misma fue interferir los procesos electorales norteamericanos, incluyendo las elecciones del 2016”. Ya cerca de las elecciones, los rusos se dedicaron a denigrar a Hillary Clinton, a Ted Cruz y a Marco Rubio mientras apoyaban a Bernie Sanders y a Donald Trump, dos candidatos con escasas probabilidades de ser postulados.

La meta pareció ser siempre destruir a Hillary Clinton, la candidata con mayores probabilidades de salir victoriosa. Pero una vez que Donald Trump obtuvo la postulación republicana también le enfilaron los cañones. Aquí es importante tener en cuenta que todo esto empezó durante la presidencia de Obama, él sabía lo que estaba pasando y, sin embargo, se limitó a decirle a Putin que dejara de interferir en las elecciones. Dio el paso de imponer sanciones a Rusia cuando ya habían pasado las elecciones y estaba a punto de entregar el poder. El objetivo no podía ser otro que crearle problemas a Trump en cualquier futura negociación con Putin. Una trampa tomada de las páginas de “El Príncipe” de Maquiavelo.

Hay otro ángulo de este asunto que no he visto que haya sido abordado hasta el momento: la capacidad de Trump para identificar el peligro en situaciones de trascendencia como es sin dudas la aspiración a la presidencia de los Estados Unidos. No se concibe que un hombre que ha triunfado en un mundo competitivo como el de la construcción de proyectos multimillonarios y afrontado los riesgos de grandes inversiones de capital incurriera en la tontería de asociarse con Vladimir Putin. Esto lo hubiera expuesto al chantaje del policía asesino y lo habría hecho vulnerable a la acusación de una prensa que lo detesta. Aún admitiendo que Trump fuera el rufián que dicen sus enemigos, nadie con un mínimo de cerebro puede pensar que este hombre carezca de malicia para leer las señales de peligro en una situación que habría sido de un alto riesgo.

Ahora me queda la charca más putrefacta y peligrosa para Trump de la ciénaga que es el Washington de nuestros días. Se llama Robert Mueller y tiene un mandato casi ilimitado para investigar hasta los detalles más personales de la vida del presidente. Empecemos con una lista de sus verdaderas prioridades que tienen poco que ver con la transparencia en busca de la justicia y mucho que ver con la preservación del estado invisible. Un grupo de burócratas que, sin haber sido electos por nadie, se han auto-designados guardianes de los intereses nacionales. Revelaciones recientes demuestran que muchos de ellos son parte de los altos mandos del FBI.

Mueller fue Director del Buró Federal de Investigaciones durante 12 años y uno de sus discípulos preferidos fue el narcisista y arrogante James Comey. Fue nombrado el 16 de mayo del 2017 Procurador Especial por su amigo Rod Rosenstein, Fiscal Federal Adjunto, para investigar la supuesta conspiración de Trump con los rusos. Su nombramiento se produjo como consecuencia de la filtración por James Comey a la prensa de datos confidenciales de dicha investigación. Esto fue sólo una semana después de que le fuera negada por Donald Trump la dirección del FBI en sustitución del despedido James Comey.

Estos datos serían suficientes para demostrar la animosidad de Robert Mueller hacia Donald Trump. Pero, para convencernos todavía más, sólo tenemos que pasar revista al equipo que ha contratado Mueller para llevar a cabo la investigación sobre una conspiración del presidente con los rusos. El 90 por ciento de los abogados que integran el equipo de Mueller han donado fondos a candidatos del Partido Demócrata en el curso de campañas electorales. Solo uno de ellos donó fondos a candidatos del Partido Republicano.

Donald Trump tiene, por lo tanto, que andar con cautela y mantenerse alerta ante posibles acusaciones de obstrucción de justicia. La investigación de Mueller contra él no ha terminado con esta acusación a los rusos y los demócratas, carentes de una agenda constructiva, apelarán a la mentira y la diatriba para destruirlo. A juzgar por la rabia de sus ataques, estoy convencido de que lo odian con más intensidad que al mismo Vladimir Putin.

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