Por José Carlos García Fajardo
In memoriam de una gran mujer médico, Imelda San Martín, esforzada y gran amiga, que nos acompañó en varios viajes a África para vacunar a decenas de miles de niños ayudando a los médicos de sus comunidades en Costa de Marfil y ocupándonos de todos los trámites y costos para garantizar la cadena del frío desde Bruselas a Abidjean; a instalar y garantizar el servicio por dentistas africanos y enfermeras solidarias catalanas en el gran penal de Yaundé, capital de Camerún, con cerca de 5.000 internos, sin derecho a más comida que la que les trajeran sus familias o se procuraran haciendo servicios en la prisión.
Muchos de los guardianes eran mujeres grandes como pesos pesados y manejaban una verga terrible retorcida; cada golpe dejaba una huella sangrienta y profunda en espaldas, brazos, espalda, o en pleno rostro; allí estuvieron voluntarios nuestros con mi hijo Alfonso y el gran científico Joaquín Castilla y su esposa Arancha Desojo, la increíblemente responsable de haber seleccionado y enviado 78 Toneladas de medicamentos seleccionados por la otra farmacéutica Charo y unos profesores de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) ya jubilados que se dedicaban a la selección, como otros hacían con los 800.000 seleccionados entre dos millones que fueron en bibliotecas de tres a seis mil ejemplares a las Escuelas de Magisterio de muchos países de Latinoamérica y a los departamentos de español de universidades de África y de Oriente Medio.
Alfonso, Joaquín y otros voluntarios una vez pasaron un mes en Yaundé dedicando las mañanas a arrancar con estropajos y un jabón especial la sarna que cubría sus cuerpos, y había una parte especial para una treintena de condenados a muerte, con ejecución en suspenso por presiones de la ONU, a cambio de seguir enviándoles medicamentos… que nunca llegaban a los encarcelados. A mí me nombraron el condenado nº 33 y cuando iba a pasar una hora con ellos lograba que el Director de aquel infierno permitiera que abriesen las celdas de castigo en las que aullaban algunos. Imelda, Alfonso, los voluntarios nuestros y las dos viejecitas catalanas jamás podremos olvidarlo.
También Imelda vino a Camerún para codirigir conmigo, sobre todo en la parte médica, el Simposio de Médicos de Medicina Preventiva para 50 médicos de 20 universidades de África subsahariana con la presencia activa del Dr. Patarroyo, pionero en la investigación de la vacuna contra la malaria que mantenía una gran amistad con la Reina Sofía. Era una eminencia, galardonado con el Príncipe de Asturias y que se desplazó allí por sus medios, y me recuerda mi hijo Alfonso que por eso vino el Embajador de España a recogernos al aeropuerto; también teníamos a un profesor de la Facultad de Medicina de la UCM experto en medicina preventiva. ¿Cómo pudimos pagar todo eso? El Rectorado de nuestra UCM nos ayudó algo pero viajes, hospedaje, comida de tantas personas…
Hasta allí, mientras comíamos, llegó un día una delegación de misioneras, creo que alemanas, desde el interior de la selva, para pedirme que accediera a que la Doctora sabia Imelda, fuera unos meses a enseñar desde el centro médico fundado por europeos a las digamos que matronas tradicionales, que se ocupaban en el interior a asistir en los partos y todo lo demás, un sistema innovador que Imelda conocía y practicó durante sus años al frente de un hospital en Congo belga, para aquellos casos extremos de episiotomía doble y otras técnicas cuando era imposible practicar una cesárea en condiciones en plena selva y por personas iletradas.
Todos los congresistas nos levantamos y primero en silencio y luego con un entrañable aplauso me “convencieron”, qué podía yo hacer, para que la sabia doctora viajase al interior de la selva camerunesa, pues el eco de su sabiduría y experiencia durante más de 20 años en un hospital en Congo belga, y luego como directora la única persona blanca cuando se alzaron contra los belgas, Lumumba, etc., y no tenía a otro facultativo europeo en casi 100 km a la redonda. Ella, Imelda y yo no hablamos nada, nos miramos como sólo se mira en esos casos, y ella sabía, así como el embajador de España allí presente, que no le faltaría nuestra ayuda por medio de la embajada.
Mi amiga Imelda me acompañó a visitar las poblaciones y sus problemas de las etnias que habitaban en las riberas de un pequeño lago bien alimentado por aguas de río y que un equipo dirigido por mi hijo Alfonso y dos ancianas voluntarias catalanas, convertiríamos en una de las primeras piscifactorías no industriales para tilapias del Camerún; pertenecían a comunidades diversas que desde hacía siglos, vaciaban el lago una vez al año para recoger a la rapiña los peces muertos; y volver a comenzar cada año. Hoy viven todo el año millares de personas del pescado fresco, del ahumado, salado o secado al sol; de cientos de patos que se comen los huevos de los insectos anófeles que transmiten la malaria; de la carne de los cerdos para las poblaciones en equidad al esfuerzo de su trabajo en la pequeña piscifactoría, cerdos que se alimentan de los maizales con toda clase de restos de verduras y frutos que devuelven al lago con sus heces en grandes cochiqueras que se adentran en el agua como palafitos. Y otros viajes y encuentros y esperas y enriquecedoras conversaciones a la luz de la luna después de meditar juntos en silencio.
La noticia de su fallecimiento fue para mí, al mismo tiempo kairológico de dolor y de satisfacción y dicha. Yo había cumplido los 80 y ella me escribió en una tarjeta enviada por correo postal: “Animo, profesor y amigo, lo que aún nos queda por currar. No te rindas. Imelda.”
Ella hacía años que superara los 90 con inmensa dignidad y espíritu de servicio. No quiero entristecer a nadie, pero en las Remembranzas que estoy escribiendo desde que me retiré a mi casa desde la universidad, donde había seguido dirigiendo Talleres de Periodismo Solidario hasta los 80, sé que ella, como otras muchas personas, han enriquecido no sólo mi vida, sino las de los nudos de las redes de todos con cuantos nos hemos relacionado y compartido. Palabras de la Dra. Imelda San Martín en la presentación de mi libro “Encenderé un fuego para ti. Viaje al corazón de los pueblos de África”. Aquí van recuperadas no sé cómo, pero las cosas y las emociones suelen venir cuando las necesitas:
“Desde mi vida en África, jalonada de experiencias como persona y como médico director de un Hospital durante 15 años, quiero aportar mi testimonio durante la presentación de este libro. Este fuego del que habla el autor, no se enciende solo sino, chispa a chispa, vivencia tras vivencia, recuerdos y encuentros, uno tras otro. “Encenderé un fuego…” con los trozos de árboles de la inmensa selva, árboles majestuosos, como largos brazos abiertos al infinito… Con retazos de tu vida, José Carlos, dejados caer en el encuentro contigo a la luz de la luna; con la expresión dolorida y triste de esa mamá que perdió a su hijito por una simple enteritis, hijo al que llamaba “mon petit bijou”; con la sonrisa grande y de jolgorio con que nos reciben al llegar a sus pueblos; con el abrazo cálido y agradecido de esa mamá tuberculosa curada en el hospital; con los cadenciosos cantos fúnebres y las danzas de las ancianas que lloran con todo su cuerpo, ellas que son el ritmo y el llanto; con los millones de flores maravillosas, policromas y minúsculas unas, y gigantescas otras, de una belleza sin igual; con el ritmo de la piragua en el río que bisbisea, susurra y canta al deslizarse sobre el agua; con la belleza armoniosa, vigorosa, original de la mujer africana, columna vertebral de esas sociedades con las inolvidables experiencias vividas en las cárceles africanas, en hospitales y en centros sanitarios o universitarios.
Con estos y otros miles de retazos de vida africanos que José Carlos se trajo de su largo viaje por veinte países de ese continente, retazos pegados, cosidos a su corazón, sembrados en las entrañas de su ser inquieto, lanzado al viento- buscando utópicamente el sol con todos ellos.
He querido sumarme a este acto porque, como médico y miembro de la Junta Directiva de Solidarios, he podido seguir día a día los esfuerzos que es posible imaginar para hacer realidad un sueño que un día nuestro Presidente compartió con algunos de nosotros y que, como todas las obras importantes que jalonan la historia, va entrelazado de muchas alegrías y de no pocos sufrimientos. Pero ha valido la pena al comprobar cómo, en 12 países de África se montan los Centros de Medicina preventiva que aliviarán el dolor, curarán las enfermedades y sobre todo devolverán la confianza en la propia estima y facilitarán la investigación científica de enfermedades endémicas realizada por los mismos médicos africanos.
He viajado a África en varias ocasiones con el profesor García Fajardo y soy testigo de su entrega, de su entusiasmo y de su exigencia de rigor científico y de eficacia profesional al tratar con decanos, rectores, embajadores, alcaldes, obispos, ministros o jefes de Estado. Y el milagro se está realizando porque creyó que podía ser posible y puso los medios para ello convocándonos e implicándonos a tantas personas que hemos apostado por la justicia y por la solidaridad. Sin pedir nada a cambio, sino que las personas y los pueblos puedan ser ellos mismos, como sin cesar nos insiste nuestro Presidente.
A pesar de los kilómetros que nos separan, nos unirá un Puente Solidario de amor y de justicia en el que todos los corazones se pongan a trabajar, es decir, a amar… y juntos podremos calentar y aliviar el dolor de las madres apoyadas en pecho amigo; puente que llevará el trozo de pan que falta y sostendrá la esperanza para el mañana.
Un puente de ida y vuelta, un puente solidario como el abrazo para dar y recibir, puesto que nosotros damos de lo que nos sobra y a cambio recibimos agradecimiento, valoración humana y reconocimiento. Facetas que nos hacen crecer y nos reafirman por dentro al cambiar los esquemas programados.
En resumen: que nuestro dar es infinitamente menor que lo que recibimos pues lo que damos no es más que un simple acto de justicia y de solidaridad. ¿Seríamos Solidarios si solamente fuéramos capaces de recaudar dinero, medicamentos y libros y gestionarlos eficazmente? ¿Qué sería de Solidarios sin esa utopía de intentar lo que parece imposible para las personas corrientes? Es un empeño de nuestro existir para crear obras que permanezcan”.