Tenemos que decir ¡no! a esta mentalidad tan mediocre, sumisa al poder y a las riquezas. Necesitamos tomar un nuevo rumbo y orientarnos hacia una perspectiva más humana, donde impere la ética sobre todo lo demás. De entrada, hemos de concienciarnos que la más importante medida de éxito es la supervivencia de toda la población, lo que nos exige otro raciocinio que nos lleve a una transformación de respeto y bienestar del conjunto ciudadano. En consecuencia, ha llegado el tiempo de las acciones valientes y audaces, para encaminarnos a afrontar, con familiaridad, las dificultades y los desafíos del momento actual. Para este ejercicio de renovación al que todos estamos llamados, sin exclusión alguna, el mejor tratamiento es ponerse los unos al servicio de los otros, dejándonos guiar por un auténtico hálito de concordia. Con armonía todo se reconduce mejor, y hasta el mismo deseo de vivir, se refuerza en el amor, que es donde se halla la clave de toda esperanza. Por tanto, hemos también de pasar de la pasividad que sufrimos (sálvese el que pueda), a la actividad responsable, pues cada cual ha de ser protagonista en su ámbito de actuación, aunque es de elogiar el verdadero tesón del Fondo de Población de las Naciones Unidas (UNFPA), sobre todo a la hora de apoyar la planificación familiar mediante el abastecimiento seguro y continuo de contraceptivos de calidad, el reforzamiento de los sistemas de salud nacionales y el apoyo incondicional a políticas sociales y de asistencia.
Indudablemente, la distribución espacial de los pobladores y la urbanización están estrechamente ligadas a los desafíos y oportunidades de desarrollo. En este sentido, más de la mitad de la población mundial ya reside en zonas urbanas. Según las estadísticas recientes, la tasa de crecimiento urbano es mucho mayor en África y Asia, donde se proyecta el 85% del aumento mundial de la población habitante entre 2015 y 2030 que se produzca, mientras que la población rural restante depende cada vez más de centros urbanos para el progreso social y económico. Sea como fuere, considero que las políticas mundiales para mejorar las condiciones de vida de las personas en las zonas rurales y urbanas y para promover la urbanización sostenible, tienen que ser mucho más relevantes. Hemos de ser más generosos con los que menos tienen, y a la vez hemos de ayudarles a su realización, trabajando próximos para resolver estos graves problemas demográficos, donde impera la pobreza y la desigualdad. Ésta última como jamás. Por otra parte, es evidente que los seres humanos necesitamos, para crecernos de manera proporcionada, espacios y recursos naturales, condiciones de justicia e igualdad, libertad, derechos humanos, trabajo digno, áreas de esparcimiento y ocio….A mi juicio, contiguo a esta necesidad, uno de los mayores problemas a los que nos vamos a enfrentar es la escasez de agua potable; por lo que hay que detener, con urgencia, la contaminación ambiental.
Adyacente a ese ¡no! rotundo de deshumanización de la especie pensante, hemos de reflexionar, sobre todo para dar salida a otra atmósfera más compasiva, menos violenta, que proteja y aumente los recursos naturales, cuide el bien más preciado, el agua, en vez de utilizar enormes recursos económicos para la fabricación de armas y destrucción, utilizando para ello el fluido de los lagos, mares u océanos, después de tratarlo y distribuyéndolo a donde sea necesario. También hay que avanzar, y nunca retroceder, en materia de producción de alimentos, economía, salud, educación, política y bienestar social. De igual modo, hemos de evolucionar en la observancia a la dignidad de la mujer, proporcionándole una serie de opciones de planificación familiar y libertad de elección. Deberíamos lograr, por ende, que esto fuese un componente esencial de los servicios de atención sanitaria, eliminando cualquier restricción social al respecto. En todo caso, es público y notorio, que no podemos seguir cohabitando con el territorio de la indiferencia, hemos de transformarnos hacia otros horizontes más equitativos, mediante alianzas de cooperación y colaboración real y visible. No podemos seguir degradando el planeta, que es como devaluarnos a nosotros mismos, requiero a las culturas que se humanicen, que propicien sociedades justas y fraternas, porque al fin, tampoco puede haber continuidad del linaje sin sosiego. Lo saben bien los sembradores del terror. De ahí, la necesidad de reconducirnos como agentes motivadores de paz, dispuestos a velar para que todas las personas puedan vivir dignamente, en un entorno tan humanitario como esperanzador.
Ojalá se movilicen todos los medios necesarios para implementar la anhelada agenda 2030, porque ganaremos todos, en la medida que establezcamos alianzas, y no desuniones, en favor de un espíritu de mayor entrega a los demás, con especial ahínco en aquellas gentes más pobres y vulnerables. El objetivo, sin duda, es que nadie se quede atrás y podamos reafirmarnos en un mundo fraternizado, sin fronteras ni frentes, donde se admiren las razas, el origen étnico y la diversidad cultural, con idénticas oportunidades para todos, y la humanidad pueda vivir en conformidad con la naturaleza. No es un sueño. No debiera serlo. Ya estamos globalizados, ahora nos falta conjugar sentimientos y emociones, activar el sentido de la exigencia, para promover la salud y el bienestar, anexo a un estado de derecho efectivo y a una buena gobernanza en todos los niveles, con instituciones transparentes, volcadas en hacernos más llevadera la vida. Por ello, hacen falta menos palabrerías y más iniciativas contundentes que garanticen, principalmente en los jóvenes, un empleo en condiciones dignas. También deberemos pensar más en nuestros mayores; un colectivo que, en demasiadas ocasiones, es discriminado totalmente. No importa la edad, cada etapa existencial tiene sus potencialidades, y marginarlas o menospreciarlas, aparte de ser algo cruel, es un absurdo más, ya que es la unión de todos lo que acumula talento, energía y experiencia para la ejecución de un mundo transformado.
Lo que no podemos seguir es avivando contiendas entre poblaciones, ha llegado el tiempo de esperanzarnos en construir un mundo mejor para todos, un mundo más habitable, un mundo más humano en definitiva. Aún estamos a tiempo de reencauzarnos, a poco que nos adentremos y hagamos realidad la Carta de las Naciones Unidas, pues es la máxima expresión de esos valores morales hoy perdidos, reorientándonos y redirigiéndonos más allá de los pueblos, con todas las plazas dispuestas a reemprender un viaje asambleario, donde nadie sobre ni falte, para llegar a buen puerto y que sus logros sean lección para las generaciones venideras. Ciertamente, aún tenemos muchas barreras en el camino, algunas de igualdad de género. Hay que derribarlas y entonar otro abecedario más del corazón que de las finanzas, más del amor que del interés. Algunos moradores de este caótico planeta, en el año 2015, despertaron e hicieron un compromiso hasta ahora sin precedentes, cuando menos para poner fin a la pobreza, transformando la manera en que vivimos. La idea es formidable, máxime en un momento en el que se someten a las poblaciones a mecanismos de mayor exclusión y dependencia. El futuro al que aspiramos, desde luego, nos pide actuaciones globales; pero la fragmentación social es un hecho que termina por enfrentarnos unos con otros para preservar los propios egoísmos humanos. Confiemos en la sensatez para que sepamos potenciar, como donantes de aliento, lo mejor de cada uno de nosotros. Al fin y al cabo, el único emblema de supremacía que conozco es la compasión. Compadecernos ya es humanizarnos. Sin duda, un buen proceder el de la entereza altruista para salvaguardarnos.
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