INICIO OpiniónAnte un Mundo cambiante; La fragilidad nos vuelve humanos

Ante un Mundo cambiante; La fragilidad nos vuelve humanos

“Cuidar a los cuidadores va a ser esencial, ante el cúmulo de soledades impuestas; precisamente, es el darse y el donarse lo que nos hace actuar bien y sentirnos mejor”.

Por Redaccion Central

Imagen ilustrativa. Foto FreePik.

Todo está cambiando, nada permanece, es norma de vida. Por sí mismo, vivir es mudar de aires. Está bien anidar recuerdos que potencian la cátedra viviente, pero tampoco podemos quedarnos en el pasado, hay que hallarse en el presente para reencontrarnos con el futuro. Ciertamente, somos frágiles, pero el potencial es inmenso, además de que podemos compartir mutuamente las debilidades con nuestros análogos. Este acompañamiento puede ser fructífero sí, todas las partes, han experimentado la filiación y la fraternidad de pulsos. Por cierto, cuidar a los cuidadores va a ser esencial, ante el cúmulo de soledades impuestas; precisamente, es el darse y el donarse lo que nos hace actuar bien y sentirnos mejor.

Víctor CORCOBA HERRERO corcoba@telefonica.net

Víctor CORCOBA HERRERO
corcoba@telefonica.net

La sociedad debe apresurarse a atenderse y a entenderse, sobre todo a sus ancianos y niños. Indudablemente, estamos llamados a acoger el magisterio de la fragilidad, al menos para realizar una reforma indispensable en nuestra civilización, pues la exclusión afecta a todas las etapas de la vida. Sin duda, tenemos que ser más corazón que coraza y, de igual forma, más poesía que poder. Únicamente así, podremos reivindicar la necesidad de invertir en una economía del cuidado resiliente e inclusiva, incluido en el desarrollo de sistemas de cuidados y apoyo sólidos. En efecto, el crecimiento de la población y su envejecimiento, cuando menos debe hacernos repensar sobre la prestación de asistencia y acogida, favoreciendo una promoción humana integral de la persona.

Ojalá nos ponga en acción el gesto humilde de la donación, un espíritu donante que parte y comparte. Tal vez, sería curativo, volvernos poetas en guardia permanente para revolvernos contra el egoísmo, poder salir de nosotros mismos e inclinarnos con amor hacia toda fragilidad. Desde luego, a poco que nos adentremos en nuestro interior, percibiremos que, si damos aliento, nosotros incluso hallaremos níveos soplos en los desalientos. De hecho, precisamente en la flaqueza, descubrimos quién nos vela y quién está con nosotros; máxime en un momento en que la impunidad ha permitido décadas de atrocidades. Bajo esta sombra nos hacemos fuertes, no con la ilusoria pretensión dominadora o de autosuficiencia, sino con la fortaleza de hacer humanidad y de sentirnos humanitarios.

No tengamos miedo a la novedad, tan sólo ama, y verás que el mundo es distinto. Si a esta innata pasión auténtica, la completamos con reformular la enseñanza como una profesión colaborativa, respaldada por políticas, prácticas y entornos que valoran el apoyo mutuo, la experiencia participada y la responsabilidad conjunta, además de percibir que el ser humano vive de los cambios, nos daremos cuenta de que el mayor hallazgo pasa por hacer familia. Por ello, es vital conocerse y reconocerse en los lazos de unidad, porque ninguno puede desligarse realmente de nadie. Nada, por consiguiente, de lo que ocurra a las personas nos debe resultar ajeno, en un orbe cada vez más dominado por la dimensión tecnológica, desfigurando el encuentro entre corazones.

Quizás debamos volver a la mar a reparar las redes vivenciales, volverlas menos virtuales y más físicas, para que nuestras propias miradas acaricien los vocablos del alma y donen luz, que nos liberen de las sombras. Hoy más que nunca, nos hacen falta mallas, que nos hagan redescubrir la belleza de lo auténtico, por vías menos digitales y más de escucha, donde ninguna burbuja de filtros pueda apagar la voz de los más indefensos. No olvidemos que el trabajo humanitario es una obligación moral, que todos debemos ejercitarlo, como hoja de servicio, de nuestro paso por este mundo injusto, que arde de inhumanidad y deshumaniza vínculos. Hacerse cargo, pues, del presente en su situación más angustiante, y ser capaz de injertarle dignidad, es la mejor opción a cultivar. ¡Hagámoslo!

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