Hasta ahora no hemos sabido organizar el mundo para toda la especie humana. A lo sumo, lo hemos creado al antojo de los poderosos y lo hemos izado por doquier de frondosas fronteras, a fin de hacer espacios para una determinada cultura, no para la universalidad de todas ellas. Con la globalización, ya no tiene sentido este sistema organizativo. Se ha vuelto arcaico. Desde aquí, por tanto, hago un llamamiento para que todos nos pongamos manos a la obra para conseguir el bienestar de todo el linaje. Personalmente, hace tiempo que lo vengo exponiendo a través de diversos artículos, en los que suelo injertar los valores humanos que nos han de mover a trabajar por un futuro más esperanzador, más de todos y de nadie en particular; y, por ello, hemos de cambiar la educación, que ha de enseñarnos sobre todo lo demás a convivir. Aún no hemos aprendido el sencillo arte de cohabitar. Encima la necedad nos puede, aborregándonos. Para empezar, hemos perdido algo tan básico, como la conciencia de justicia y la capacidad de amar. De lo contrario, seriamos más comprensivos con nuestros análogos, también más justos y, por ende, más libres y responsables, siendo cada uno dueño de su propia existencia. No es fácil, hay muchas vidas que todavía no lo son.
Algunos creerán utópicas mis palabras. Yo les pediría que reflexionasen más y, luego, cultivasen el gozo de vivir más fraternalmente, o si quieren, más humanamente. Por si acaso, dejo la idea Aristotélica de que “la excelencia moral es resultado del hábito”, pensamiento que puede ayudarnos a leer mejor nuestros caminos y acciones. En cualquier caso, nunca es tarde para despertar y hacer familia en conjunto, antes de que nos llevemos egoístamente, cada uno para sí, parte del territorio. Al fin y al cabo, todo depende de nosotros, porque está dentro de cada cual ese espíritu conciliador o guerrero, demócrata o dictatorial. Sólo hay que ahondar en nuestra historia para ver que apenas hemos avanzado en unidad y en actitudes. Seguimos adheridos a los peligros armados, aunque ya sabemos que las guerras son todas destructivas, jamás construyen ni solventan nada, pero hacemos bien poco o mejor dicho nada, para poner fin a todas estas matanzas inútiles. En consecuencia, tampoco me gusta este actual sistema organizativo planetario que alza muros y que escatima fondos para la educación de millones de niños atrapados en conflictos o desastres. Urge, indudablemente, invertir más y mejor en el futuro de los niños que viven en situación de emergencia. Son el mañana nuestro, conviene tenerlo presente.
Sumado a este caos, que nos impide un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades, los jóvenes de todo el orbe también tienen casi el triple de probabilidades que los adultos de estar desempleados y de realizar trabajos más precarios. Por eso, la educación y la capacitación son cruciales para triunfar en el mercado laboral. Por desgracia, los sistemas de formación y organizativos tampoco responden a las necesidades de aprendizaje de muchos jóvenes. Nos alegra, pues, que el quince de julio se reafirme el Día Mundial de las Habilidades de la Juventud y activemos nuevos anhelos sobre el tema, propuesto por Naciones Unidas: “Desarrollo de las habilidades para mejorar el empleo juvenil”. Naturalmente, conocer qué es lo apropiado para apoyar a los jóvenes en el mercado laboral actual y en el futuro, a través del intelecto y del desarrollo de habilidades, será imprescindible para el éxito de la Agenda 2030 y ha de ser el asunto central en cualquier reunión de alto nivel mundial.
Frente a este desbarajuste del planeta, están las persistentes acciones de los sembradores del terror, que siempre hallan formas de burlar los dispositivos de seguridad, pongamos por caso los ataques a la aviación civil internacional como una manera efectiva de causar numerosas muertes y daños económicos y, al mismo tiempo, perturbar a la población en general. Por si fuera poco esta inseguridad, hay que añadirle la interconexión de otros problemas mundiales, como la crisis migratoria, inherente al problema de la exclusión y a los peligros armamentísticos. En definitiva, que la tensión es manifiesta, lo que requiere una actuación contundente de todos los líderes, respetando los tratados internacionales y promoviendo una visión multilateral para que las soluciones puedan ser verdaderamente efectivas, duraderas y globales. Sea como fuere, no podemos continuar con esta atmósfera de divisiones, ambiente avivado por nuestro propio orgullo, puesto que lo único que hace este proceder es alimentar la inestabilidad y los enfrentamientos sectarios. Ojalá el reino de la verdad se imponga y retorne el raciocinio a fortalecer sustancialmente los sistemas de gobernanza mundial, a fin de garantizar otros ambientes más armónicos y hermanados.
Ya sé que organizar el mundo no es empresa fácil, máxime cuando los Jefes de Estado y de Gobierno son tan diversos como horizontes a abrazar tenemos; no en vano, ese universo que construimos entre todos, hoy requiere escuchar todas las voces, por muy estridentes que nos parezcan o estén fuera de lugar. Por otra parte, hay un déficit de ética que requiere con urgencia la cooperación de todos para promover un desarrollo humano e integral. Está visto que cuando el juicio moral falla, todo camina hacia el derrumbe total. Sin duda, el verdadero instrumento organizativo de avance radica en el factor decente. Lo que es una verdadera indecencia son los desequilibrios actuales y las desigualdades. Al respecto, nos llena de esperanza que haya un consenso cada vez mayor, entre los diversos países del mundo, de que el crecimiento económico no es suficiente para reducir la brecha de la pobreza si este no es inclusivo ni tiene en cuenta las tres dimensiones del desarrollo sostenible: económica, social y ambiental. Es público y notorio, que hay que prestar una mayor atención a las necesidades de las poblaciones desfavorecidas y marginadas. Priorizar el desarrollo social y humano es un deber de justicia.
Dicho lo cual, la situación es tan grave que hay que darse prisa si queremos organizar otro mundo más habitable, con mayor conciencia humana, porque en el momento presente tenemos situaciones tan injustas que claman al cielo. Nadie se puede quedar en el camino. Cada uno ha de aceptar generosamente su papel y participar en la acción de manera responsable. El progreso de unos no puede activar el estancamiento de otros o el retroceso de algunos. Se requiere de auténticas reformas del ser humano dentro de sí. No basta con repartir la riqueza del mundo equitativamente. Es preciso que cada ciudadano se convierta en ejecutor de su progreso, ya que todos tenemos algo que aportar en favor de la colectividad, dando cognición de servidores antes que productores, porque somos lo que somos, no por nuestra autosuficiencia, sino por nuestra donación social, donde la familia tiene una función trascendente. En todo caso, no podemos organizar el mundo de la manera que lo venimos haciendo, con tanta tentación materialista, y nulo espíritu humano. Hace falta retornar al hermanamiento solidario de la humanidad, reencontrándose el hombre consigo mismo, en su hábitat y con su especie, en esa comprensión y amistad mutuas, en esa comunión versátil, donde nadie es más que nadie, y todos somos únicos y precisos, ante una misma hoguera de acogida, de hospitalidad, de lógica social y de alma poética.
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