Berlín – Stuttgart ha lanzado una ofensiva contra los automóviles diésel. Y Múnich podría seguir sus pasos en breve.
No es casualidad que estas dos capitales regionales asuman la voz cantante a la hora de reclamar centros urbanos con aires más limpios: ambas encabezan la lista de localidades más contaminadas de la primera economía europea, según la Oficina Federal alemana de Medio Ambiente (UBA).
El debate sobre la prohibición de coches altamente contaminantes en entornos metropolitanos, que en un inicio tenía en Alemania un carácter puramente local, ocupa ahora a la primera plana política del país.
Los esfuerzos se redoblan para hacer equilibrios que sirvan para contentar a la poderosa industria del automóvil germana y a una ciudadanía cada vez más preocupada por el impacto que las emisiones tienen en el medio ambiente y en su salud.
A ello se suma además la presión de Bruselas, que tiene potestad para abrir expedientes o llevar ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea a aquellos países o ciudades que superen los niveles máximos permitidos de contaminación.
Las mediciones oficiales revelan que los residentes en las ciudades alemanas respiran cantidades peligrosas de dióxido de nitrógeno. ¿El causante? El temido diésel. Más concretamente el dióxido de nitrógeno (NO2), un gas que irrita las vías respiratorias y que procede principalmente de los tubos de escape de los vehículos.
Stuttgart, en el suroeste de Alemania, tiene 600.000 habitantes y es la capital de Baden-Wurtemberg, una de las regiones más prósperas del país. Situada en un valle, la ciudad decidió en febrero prohibir la circulación por sus calles a partir de 2018 de todos los automóviles diésel que superen determinados límites de emisiones cuando la contaminación sea especialmente elevada.
Así lo acordó el Gobierno municipal, formado por el partido de Los Verdes y los conservadores de Angela Merkel (CDU), que lleva tiempo estudiando la mejor manera para luchar contra la contaminación.
Aparte de las restricciones que entrarán en vigor el próximo año, la ciudad también ha puesto en marcha un plan especial de limpieza que contempla el aspirado y humedecido de las calles para evitar la elevada concentración de partículas suspendidas en el aire.
El objetivo, según precisó la corporación local, es reducir el número de días al año en que la contaminación se sitúe por encima del límite de 50 microgramos por metro cúbico de aire que establece la Unión Europea (UE).
Ahora, Múnich, capital de la también próspera Baviera y con cerca de 1,5 millones de habitantes, se plantea seguir el ejemplo de Stuttgart y otras ciudades como Hamburgo (casi 1,9 millones) y Hannover (530.000) también estudian medidas en la misma dirección.
La Justicia obliga a las autoridades muniquesas a presentar antes del 31 de diciembre un plan que permita cumplir con los límites de contaminación fijados por Bruselas.
Entre las medidas que se están estudiando figuran también restricciones a la circulación de vehículos con motores diésel antiguos, que en Múnich se estima que oscilan entre los 133.000 y los 170.000.
“Debemos pensar en limitar el acceso de los coches diésel cuando no hay otra solución y yo ahora no conozco ninguna otra”, admitió en declaraciones a dpa el alcalde de la ciudad, el socialdemócrata Dieter Reiter. “Por fin a un regidor le parece más importante la salud de la ciudadanía que la libre circulación de vehículos diésel”, celebró la organización medioambiental Greenpeace.
Desde la Federación de la Industria Automovilística Alemana (VDA), sin embargo, consideran que prohibir la entrada de automóviles con motor diésel a centros urbanos constituye una medida equivocada.
“Para mejorar la calidad del aire en las ciudades hay medidas más inteligentes y más efectivas que la prohibición de la circulación”, señalan. En este sentido, apuntan que diseñar planes para lograr un tráfico más fluido serviría para reducir un tercio las emisiones de gases contaminantes.
Automotrices como BMW o Daimler comparten esta opinión, mientras que el grupo Volkswagen -que en 2015 reconoció haber manipulado 11 millones de coches mediante la instalación de un dispositivo que indicaba niveles de emisión de gases contaminantes más bajos de los reales- aboga por poner en marcha “reglas claras y unificadas” en un país federal como lo es Alemania.
En Berlín evitan recoger el guante y por ahora desde el Ministerio de Transportes lamentan que se esté llevando una “campaña de difamación” contra el diésel, al tiempo que recalcan que restringir la circulación debe ser el “último recurso” que adopten las ciudades.
En su lugar, desde el Gobierno de Angela Merkel apuestan por que vehículos como taxis o autobuses, que circulan continuamente por los cascos urbanos, estén equipados con motores “limpios”.
En esta legislatura, la canciller alemana se fijó como objetivo que en 2020 circulasen por las carreteras de Alemania un millón de coches eléctricos, meta que se revela como inalcanzable.
Con las elecciones generales a la vuelta de la esquina, el próximo 24 de septiembre, es más que previsible que Merkel prefiera que cualquier iniciativa sobre prohibición de coches a escala nacional pase a “dormir el sueño de los justos” en un cajón. No en vano, tener que dejar el automóvil en casa es uno de los temas que más puede inquietar a los votantes.