LA JORNADA

Cristo o Mahoma: la opción inaplazable

Un amplio sector de los seguidores de Mahoma nos han hecho una nueva declaración de guerra. Se acabaron los tiempos de corrección política y de tolerancia suicida. La opción inaplazable es Cristo o Mahoma, ellos o nosotros.

El mundo cristiano confronta en este Siglo XXI el más grande de los retos a su supervivencia desde las invasiones musulmanas de Europa que comenzaron en el Siglo VIII. Las más de 1,500 millones de personas que alegan ser seguidoras de Jesús de Nazaret, inspiradas por el idílico Sermón de la Montaña, se distinguen por su amor, dedicación y compasión hacia los demás. Jesucristo fue un apacible predicador que estableció una religión de verdad y misericordia y ordenó a sus seguidores a “amar a sus enemigos” y a invitar a toda la humanidad a venir a los pies de un Padre amoroso.

En marcado contraste, están las aproximadamente 1,200 millones de personas que alegan ser seguidores del Islam. Una religión que sacraliza la violencia, califica de enemigos a quienes no compartan su fe y considera que la voluntad de Dios es expandir el Islam por las buenas o por las malas. Mahoma fue un guerrero que ordenó el asesinato de centenares de sus adversarios y calificó de infieles sin posibilidad de salvación a todos los que no lo tuvieran a él como su profeta y a Alá como a su Dios.

Esta forma de ver la relación del hombre con su Creador es la base para el tsunami de terror desatado en los últimos 20 años por ISIS, Al-Qaida, Boko Haram y otros engendros diabólicos similares. Un amplio sector de los seguidores de Mahoma nos han hecho una nueva declaración de guerra. Se acabaron los tiempos de corrección política y de tolerancia suicida. La opción inaplazable es Cristo o Mahoma, ellos o nosotros.

Desgraciadamente, la izquierda apaciguadora del mundo occidental y su prensa aliada se han negado hasta hace muy poco tiempo a reconocer el peligro y mucho menos a confrontarlo con sus mismas armas. Aunque el apaciguamiento se ha extendido a lo largo y ancho del Continente Europeo, los más tolerantes han sido países como Alemania, Francia, Italia, Bélgica y Suecia.

Las cosas han llegado a tal extremo, que en muchos de estos países las áreas habitadas por musulmanes se han convertido en ghettos donde la policía tiene temor entrar, los ataques con granadas de mano son cosa frecuente, las mujeres permanecen encerradas y las ambulancias y carros de bombero necesitan protección policial. Dios ampare a los infelices que tienen que vivir en estos antros de fanatismo y odio.

Regresando a países específicos, vemos como Angela Merkel abrió de par en par las puertas de Alemania a las hordas musulmanas que escapan de los conflictos del Oriente Medio, Francia confronta la amenaza de los inmigrantes procedentes de sus antiguas colonias africanas, Bélgica ha sido objeto de ataques terroristas in precedentes en su historia, Italia recibió solamente en el fin de semana del último domingo de resurrección a 7,000 refugiados procedentes de Libia y Suecia insiste en ignorar el terrorismo islámico a pesar haber sido víctima de ataques recientes. Para los suecos, aceptar la amenaza del terrorismo islámico en su territorio equivaldría a reconocer que su política de ochenta años de extrema izquierda ha sido un absoluto fracaso. Y si por algo se distingue la izquierda en todas las latitudes es por su renuencia a reconocer errores y su insistencia en imponer su ideología.

Ahora bien, la amenaza no está limitada a Europa. La prueba está en los brutales atentados perpetrados por el Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en ingles) el domingo de ramos contra las iglesias en Tanta y Alejandría, Egipto, donde resultaron asesinadas 45 personas y 200 más fueron heridas. Estos ataques terroristas muestran indubitablemente la naturaleza de la creciente amenaza yihadista contra las minorías religiosas en el Medio Oriente.

Afortunadamente, muchos han empezado a reconocer el peligro y algunos a tomar medidas para conjurarlo. El presidente de Egipto, Abdelfatah Al-Sisi, reunió a los más prominentes clérigos musulmanes de la Universidad Al-Azhar en su despacho presidencial para comunicarles que “el corpus de textos e ideas islámicos que se ha sacralizado a través de los siglos” está “antagonizando al mundo entero. Acto seguido les ordenó que comiencen a trabajar en la modificación de un curriculum sobre cómo se enseña el Islam a los musulmanes en esa casa de estudios.

En la tradicionalmente izquierdista Europa, en respuesta a la creciente hostilidad de su ciudadanía contra la amenaza islámica, varios gobiernos y líderes de partidos políticos están imitando el ejemplo de Donald Trump. Están denunciado el terrorismo y dando pasos para castigarlo y evitarlo. Según una encuesta de 10,000 ciudadanos efectuada por la empresa Chatham House, el 55 por ciento de los europeos están de acuerdo con Trump en que los inmigrantes musulmanes no deben de ser admitidos en el viejo continente.

Como resultado de este rechazo las cosas están cambiando. Los suecos han reducido las cuotas de inmigrantes musulmanes, Inglaterra avanza en su proceso de separarse de la Unión Europea y de su política migratoria, Italia ha puesto en marcha un plan para impedir la llegada de inmigrantes libios y Alemania ha comenzado a deportar sospechosos de terrorismo islámico. La Merkel sabe que su política de puertas abiertas podría costarle el cargo en las próximas elecciones. Por su parte, el Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán, fue quién dio los primeros pasos en este sentido cuando cerró su territorio a los inmigrantes musulmanes y condenó la política de apaciguamiento de la Unión Europea.

Pero el caso más ilustrativo de este cambio de política es el de Francia. En las elecciones efectuadas el pasado domingo, compitiendo entre un nutrido grupo de casi una docena de candidatos, una versión femenina de Donald Trump, la conservadora Marine Le Pen, quedó en segundo lugar con el 22.59 de los votos. La Le Pen y Emmanuel Macron, quién recibió el 23.32% de los votos, discutirán la presidencia en una segunda vuelta que tendrá lugar el próximo 7 de mayo.

Al igual que Trump, Marine Le Pen ha sido subestimada por las encuestas que le dan 60 por ciento de los votos en las próximas elecciones a Macron. Ella, sin embargo, ha descrito a su adversario como el candidato de las élites políticas globales y se presenta a sí misma como la representante de un nacionalismo francés que ha sido ignorado por mucho tiempo. Ese mensaje rindió frutos en los Estados Unidos el pasado 8 de noviembre y podría repetirse el 7 de mayo en Francia.

Todo parece indicar que el mundo civilizado y cristiano ha entendido finalmente la verdadera naturaleza del Islam. Se ha dado cuenta de que el Islam no es una religión o un culto sino una forma de vida total, absolutista e intolerante. Que trae consigo componentes religiosos, legales, políticos, económicos, sociales y hasta militares. Por eso es la gran amenaza a nuestra civilización occidental en este Siglo XXI. Su penetración de nuestras instituciones abiertas y tolerantes pone en peligro nuestra seguridad nacional y nuestro modo de vida.

Y no me vengan con la patraña de que la mayoría de los musulmanes son gente pacífica y que los yihadistas son una minoría dentro de esa religión. Porque esa minoría no existiría si una mayoría cobarde e hipócrita no se hiciera cómplice con su inaudito silencio. Si los llamados “musulmanes moderados” no se unen a nosotros en esta lucha de vida y muerte contra el terrorismo islámico no tenemos por qué tener contemplaciones con ellos. Los yihadistas islámicos tienen que ser enfrentados y derrotados con sus mismas armas. Porque, el que a hierro mata a hierro tiene que ser confrontado y muerto.

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