Donde hay amor siempre hay vida.
Donde hay vida siempre hay camino.
Donde hay camino, siempre hay sol.
Donde hay sol, siempre hay día.
Donde hay día, siempre hay noche.
¿Qué son las noches sino el despertar
de la luna en el espíritu del caminante?
Tras el verso de Dios va mi voluntad
que lo busca por todas las esquinas,
y lo rebusca en todas las horas;
que lo inquiere, es su aliento,
que lo escucha, es su soplo;
pues abandonarse es perderse,
y perdidos ya no sé ni entenderme.
Somos el pensamiento de Dios,
le necesitamos como esperanza,
es nuestro Creador y nuestra luz,
sin Él nada es lo que ha de ser,
abramos el corazón para oírle,
dejemos de ser piedras para ser
latidos que se versan amando.
Únicamente queriendo
podemos conciliar acciones,
reconciliarnos con la poesía
de la que venimos
y a la que hemos de volver,
y con esta alianza, trascender
sabiendo que uno mismo nada es.
Lástima que hoy Jesús, el Redentor,
continúe crucificado en la tierra,
que el hombre no halle la concordia,
que viva como si Dios no existiese,
endiosado hasta el extremo
de no concebirse el poema perfecto,
el vértice de una existencia de gracia.
Hemos de regresar a lo armónico,
a la sencillez del polvo del camino,
a la humildad del aire prendido
en los labios, a su brío de mansedumbre.
Que los suspiros como las lágrimas,
nos injerten el abecedario de lo que soy:
¡una pausa viciada, un pulso rescatado!.
corcoba@telefonica.net