Cada día somos más ingobernables, en parte por nuestra necedad al diálogo sincero y a pactar con todos. Verdaderamente, cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Lo dice el refranero popular que es sabio. Debiéramos, entonces, profundizar en esto. Desde luego, si pensásemos más en la colectividad, seguramente tendríamos cierta tolerancia y comprensión, lo que no desdice la firmeza y el coraje que ha de tener todo mandatario. En efecto, más allá de la paciencia necesaria, naturalmente se requiere constancia, tesón, persistencia…, no tirar la toalla en definitiva. Por ello, hay que trabajar duro y convencer de que ese trabajo, de donación por un tiempo al servicio de la ciudadanía, conlleva el bien común. Sin duda, lo más importante de esta tarea de asistencia al residente, radica en la excelencia y transparencia a la hora de tomar decisiones. Los debates siempre nos enriquecen a todos. Una sociedad que conversa mucho es más fructífera que otra que no lo hace. Por otra parte, la interferencia militar en los asuntos de un estado invariablemente son inadmisibles. Para cualquier demócrata, que lo sea de alma y vida, resulta de gran importancia que se preserven las garantías fundamentales en doquier espacio ciudadano, incluyendo la libertad de expresión y de reunión.
Personalmente estoy a favor de aquellos gobiernos democráticos que no descansan en el engaño o en el poder de la fuerza, sino en el consentimiento, en una concepción de la justicia universal, fortaleciendo la participación de la sociedad civil. En consecuencia, es normal que la ciudadanía demande mayores respuestas de sus gobiernos y ejerzan sus derechos a través del voto y sus sistemas electorales. Las fuerzas políticas, por consiguiente, están para entenderse. Han de despojarse de sus intereses personales y comprometerse en cimentar gobiernos estables, a través de algo tan capital como es el consenso. Lo fundamental no han de ser los sillones, sino la capacidad de servicio en favor del pueblo al que representan. Los gobiernos han de ser gobiernos para todos, también para los no votantes, pues gobernar es aunar esfuerzos en la mejora de un país por propia responsabilidad ética. No es de recibo que las políticas se paralicen por esa falta de equipo. Pongamos por caso, el tema español, la parálisis de su política económica, cuando es menester actuar con prontitud, cuando menos para el cumplimiento del déficit ante el nuevo plan de estabilidad financiera con Bruselas.
Gobiernos y sociedad civil han de trabajar conjuntamente en pos de ese bien colectivo. Las agendas no pueden detenerse ni por vacaciones. El futuro no descansa y a todos nos pertenece por igual. La irresponsabilidad social que padecemos actualmente hace que se acrecienten las desigualdades como en ningún otro tiempo. Por desgracia, en lugar de discursos que nos hermanen, hemos activado el discurso del odio, con lo que esto conlleva de injusticia y discriminación. Este clima de venganzas, de violaciones de derechos humanos, no se pueden permitir. Los políticos deberán utilizar su pensamiento creativo, cuando menos para cambiar esta histeria de conflictos. Ya está bien de no trabajar juntos, de ser incapaces de consensuar gobiernos fuertes, que traduzcan sus palabras en un porvenir mejor para todos. Aquellos líderes ineptos para el consenso, deberían irse y no presentarse jamás a elección alguna. Cada uno tenemos nuestras disposiciones, si quieren nuestras habilidades, algo prioritario para ese gran impulso que hoy todo el planeta requiere para una democracia incluyente, y no adormecida o aletargada, en todo el globo.
Sabemos que no es fácil gobernar un orbe en el que impera la dictadura de la economía sobre todo lo demás, lo que nos exige mucho más diálogo entre todos y menos rigidez del espíritu humano, que ha de ser más comprensivo y humilde con el pueblo del que formamos parte. Es valioso aprender a amarnos. No podemos caer en la resignación. Y en este sentido, los gobiernos de todo el mundo han nacido para gobernar, no para que sus integrantes se sientan cómodos, con un montón de privilegios, y con pocas ganas de avivar la concordia, pues lo que suele primar son los intereses, el egoísmo de cada cual. El partidismo político, en ocasiones, es tan exagerado que genera todo lo contrario, discordia y enfrentamientos absurdos. A muchos dirigentes, hemos de reconocerlo, les falta ese sentido del deber para el logro de ese objetivo para el que se han presentado voluntariamente: el de regir a un pueblo. A mi manera de ver, todas las naciones desean sentirse seguros en una mundializada sociedad plural, sumamente dinámica, con el respaldo del estado de derecho, mediante instituciones eficaces que rindan cuentas de su actos.
Ante la magnitud de hechos delictivos que a diario nos sobrecogen el alma, la ingobernabilidad de los pueblos cuesta entenderla. Hoy más que nunca hace falta asociarse entre las diversas nacionalidades para defenderse y protegerse. Únicamente con la fuerza común de la humanidad coordinada se puede parar esta atmosfera de terror. Lo decía hace unos días, explícitamente, el Presidente de una de las instituciones europeas, Jean-Claude Juncker, tras los ataques sobre Niza: “Nuestra determinación sólo será igualada por nuestra unidad”. En efecto, si los bolsillos de los gobernantes han de ser transparentes, también la esencia de un buen gobierno viene dada por su capacidad de sumar apoyos en lugar de dividir. Esta es la cuestión, ser una piña de responsabilidad para que los sectarios huyan y tome gobierno una gobernanza democrática efectiva que mejore la calidad existencial de su ciudadanía.
Por ende, reitero una vez más, que la humanidad en su conjunto, sin tantas fronteras ni frentes, han de hallar caminos para superar las diversas contraposiciones entre sus ciudadanos. Además, pienso, que es un deber moral de que los gobiernos favorezcan toda iniciativa orientada a promover la asistencia humanitaria a quienes sufren a causa de este diluvio de conflictos por doquier. Está visto que todos a una, siempre se gana. Ya lo decía en su tiempo Confucio, el inolvidable filósofo chino, “arréglese al estado como se conduce a la familia, con autoridad, competencia y buen ejemplo”. Igualmente, lo decimos hoy, gobiérnese a sí mismo y estará en condiciones de fomentar diálogos, tan necesarios cuando las partes están estancadas. Me consta que los pueblos de todo el mundo llaman a la puerta de las Naciones Unidas cuando los derechos humanos y el estado de derecho no funciona, y lo veo bien, muy bien, pero tal vez deberíamos dar un paso más, y pedir responsabilidad a aquellos gobiernos que no aciertan o no quieren gobernar con espíritu democrático.
Jamás ningún partido político debe cerrar la puerta a los pactos democráticos, máxime cuando el partido censurado tiene representación parlamentaria. Olvidamos que una fuerza demócrata siempre merece escucha, porque ella misma se sustenta de lo que oye al común de los ciudadanos, lejos de los monopolios y abusos de posiciones dominantes. Asimismo, una buena gobernabilidad ayuda a la hora de la coordinación y cooperación internacional entre países, algo vital hoy en día para proteger el medio ambiente y la salud pública, combatir el crimen organizado y el terrorismo, así como para obtener una mayor estabilidad económica. En contraste, la ingobernabilidad lo único que acrecienta es una explosión de desorden capitaneada por el pánico. Toca recapacitar sobre ello. Rectificar a tiempo siempre es de sabios y, sobre todo, de buen gobierno.
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