Cada día más pueblos pierden el poder de autogobernarse, encerrados en batallas inútiles, que dificultan el clima armónico y propician un suicidio colectivo. Indudablemente, la conducta suicida se ha alimentado en los últimos años, tanto en el mundo desarrollado como en el mundo en desarrollo. Ante esta angustiosa realidad, considero una buena acción concienciar a todos los moradores del planeta, que estas situaciones de riesgo se pueden aminorar con el fortalecimiento de estrategias de salud mental, la ejecución de políticas para reducir el consumo nocivo de alcohol y demás sustancias estupefacientes y psicotrópicas, con restricciones de acceso a medios como las armas que pueden ser utilizados para suicidarse. A esto hay que sumarle el vacío espiritual que sufrimos como especie, que no sólo ha dejado sin orientación a las jóvenes generaciones, son muchos los corazones humanos que han perdido su identidad, su propia dignificación y pertenencia a la vida.
Deberíamos injertar en nuestra mente más criterios de coherencia con lo que somos, seres pensantes vivos y no asesinos. Con la palabra también se puede activar la conducta asesina, hoy tan difundida a través de los medios tecnológicos, mediante calumnias y difamaciones. Es otra manera de matar, porque quien insulta, acuchilla. La falta de respeto hacia nuestro análogo se ha convertido en algo enfermizo; de ahí, la necesidad de conectarnos de otra manera unos con otros, tal vez más con el alma, para que la comunicación sea menos hiriente, y de este modo procuremos cuidarnos y protegernos. Nos alegra, pues, que coincidiendo con el Día Mundial para la prevención del Suicidio (10 de septiembre), y dado que la Organización Mundial de la Salud estima que más de 800.000 personas mueren por suicidio cada año, lo que supone una persona cada 40 segundos, se aliente la prevención como algo posible y realizable, a pesar de nuestras mundanas contrariedades.
Realmente, pienso que detrás de una actuación suicida hay un desorden, no sé si mental, pero sí un caos humano; un desequilibrio que puede corregirse y que ha de enmendarse, desde luego, más pronto que tarde. Hay algo que no funciona en ese ser humano. Se ha devaluado tanto su existencia que opta por no querer vivir. Por desgracia, en lugar de activar la vida, hemos fomentado tantas veces una cultura de muerte, que esta es la factura de nuestros despropósitos, la de rearmarse y autodestruirse. Sería bueno despertar a la luz. Por eso, celebro aquellos humanos que se afanan en regenerar otros espacios de esperanza, en abrir posibilidades a una vida de concordia. El futuro es nuestro, de cada uno de nosotros, pues siempre va a depender de cada cual hacer respetar nuestra pobreza. No podemos permitir que nadie nos lo asesine o nosotros mismos nos lo liquidemos. Ha llegado el momento de plantarse. La consideración a la coexistencia es fundamento de cualquier otro derecho, incluidos los de la libertad, con la que tanto se nos llena la boca en la actualidad. Una generación que no se deja respetar, que usa la inocencia de los niños para adoctrinarlos en la muerte, o desecha la sabiduría de los que caminan por el atardecer de sus vidas, merece cuando menos un buen correctivo por la negligencia de los modales y el abandono de sus deberes.
Esta sociedad tiene que aprender a relacionarse, a quererse humanamente, a conectar con el corazón de las culturas, no virtualmente, que nos aborrega el sentimiento. Recuerden lo que decía en su tiempo el célebre filósofo y escritor español, Miguel de Unamuno, “hay que sentir el pensamiento y pensar el sentimiento”. ¡Cuánta razón hay en ello!. Tenemos que reconducirnos, esperanzarnos, revivirnos, rehacernos junto a esa creación de la que somos parte. El amor es lo que nos ha de mover, justamente el amor, tan solo con el amor podremos querernos auténticamente. Sin duda, aquellos que han estado al borde del suicidio pueden ayudar a comprender la compleja interacción de hechos y circunstancias que los llevaron a ese punto y las que les salvaron o ayudaron a elegir un camino en favor de la continuidad del camino viviente. Estar ahí para alguien que ha perdido esta red de apoyo social puede ser una acción que le haya salvado. Al fin y al cabo, necesitamos sentirnos queridos, sustentados y sostenidos por alguien. En este sentido, es público y notorio que las personas que viven solas son más propensas a las tentativas de suicidio o a su consumación.
Para desgracia de todos, el suicidio aún persiste envuelto en el silencio. Se sigue sufriendo en soledad. Si en verdad queremos prever este tipo de conductas, la concienciación humana es vital para poder afrontar e interpretar esta problemática, que hoy más que nunca requiere de una financiación suficiente, por su importancia como problema de salud pública. Cualquier día es benigno para unirse, pero el 10 de septiembre, nos insta a la reflexión de que próximos podemos conseguir más mediante intervenciones oportunas, basadas en datos fidedignos y a menudo de bajo coste, con estrategias de previsión y cautela del suicidio multisectorial e integral. En esto, aún queda mucho por hacer, tan solo unos pocos países han incluido la dotación suficiente entre sus prioridades sanitarias. A los hechos me remito. Únicamente 28 países en todo el mundo, según datos últimos de la Organización Mundial de la Salud, han notificado que cuentan con una estrategia nacional preventiva. Ante esta situación, conviene recordar, que en el Plan de acción sobre salud mental 2013-2020 los Estados Miembros de la citada Organización se comprometieron a trabajar para alcanzar la meta mundial de reducir las tasas nacionales de suicidios en un 10% para 2020. Veamos que, resignarnos en las estadísticas, es también una manera de suicidarse por no saber dignificarnos como seres vivos. De momento, el suicidio es la tercera causa principal de muerte entre los jóvenes, pero la tasa de suicidios consumados es más alta entre las personas de 45 a 64 años de edad.
Por otra parte, sabemos cruzando estudios últimos realizados por diversos organismos de defensa de los derechos humanos, que la falta de estímulos sensoriales, la incomunicación que padecemos o la falta de contactos entre unos y otros, provocan ansiedad, depresión, con lo que esto conlleva también de incremento de la tendencia al suicidio. Cuidado con la aplicación acerca de la tortura y otras medidas y penas crueles, inhumanas y degradantes, que algunos gobiernos practican, sin considerar que la dignidad de la persona humana está sobre todas las cosas. Sería adecuado recapacitar sobre esto también. En consecuencia, la cautela en la aplicación de la pena debe ser el principio que rija todos los sistemas penales. En medio de tantos dolores, de tantos problemas, no generemos más sufrimiento, rehabilitemos personas; injertemos alegría en lugar de lágrimas, acompañamiento para que nuestras buenas intenciones puedan florecer. Las palabras por sí mismas no bastan. Se requiere de acciones liberadoras que nos acompañen a descubrir el sentido de la vida que tantas gentes han perdido.
La compañía humana es el verdadero antídoto contra esta miseria espiritual que todos padecemos, en mayor medida unos que otros eso es cierto, no en vano tantas veces pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, cuestión que nos lleva por un camino de fracaso y de debilidad. Quizás, como decía, el escritor francés, Albert Camus, “el único problema filosófico verdaderamente serio es el suicidio; juzgar si la vida es o no digna de vivir es la respuesta fundamental a la suma de preguntas filosóficas”. A lo mejor tenemos que empezar a vivir más seriamente por dentro para empezar a entendernos y a soportarnos. Puede ser parte de la solución al asunto del suicidio consumado, la tentativa de suicidio y las autoagresiones no suicidas. A veces, algo es todo.
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