Por José Domingo Blanco
Quizá notaron que le di “un mes sabático” a la escritura. Distintos motivos me alejaron temporalmente del teclado; pero, no de la realidad del país. Una realidad que sigue siendo tan cruenta que, a veces, cuando leo las noticias, pienso que estoy ante algún cuento de Horacio Quiroga o una novela de Kafka. Corren días lúgubres y cargados de podredumbre. Se enfilan cada vez más venezolanos hacia la miseria, mientras el régimen saqueador y parásito, se justifica tejiendo una red de mentiras que nos obliga a contemplar y a escuchar en cadenas de radio y televisión.
¿Disfruta el régimen viendo el resultado de sus erradas políticas? ¿Se deleitan los destructores del país con el sufrimiento, el hambre y la desesperación de los venezolanos? Es como una especie de sadismo gubernamental que se retroalimenta con las cifras obscenas de muertos semanales que ingresan a la morgue o con las defunciones por desnutrición o falta de medicamentos, que cada vez son más frecuentes en nuestro país. Goza morbosamente el régimen obligando a los canales de televisión y a las emisoras de radio a encadenarse para que un ¿líder?-desesperado e inepto- diga su sarta de mentiras y arremeta –con insultos y bravuconadas- contra quienes le lleven la contraria. A cualquier hora. En cualquier momento, puede haber una cadena de Nicolás para lo de costumbre: hablar tonterías, decir cuánto ama a Cilia o asegurar que Venezuela es una potencia en cualquiera de los rubros de los que –desde que el chavismo llegó al poder- cayeron en el abandono. Así inunda por horas las televisoras y radios: un noticiario de la patria que anuncia avances maravillosos, einexistentes, de una revolución que solo los beneficia a ellos; una letanía de proyectos que se vuelven elefantes blancos mucho antes de que se coloque la primera piedra o la primicia de la construcción de alguna obra cuya inversión terminará en la cuenta bancaria de alguno de los corruptos que integran a este régimen. Disparates tras disparates que Maduro quiere obligarnos a oír y que retratan a un país que sólo existe en la fantasía de quienes nos mal gobiernan.
Pero, ¿qué pasaría si un día las emisoras de radio y los canales de televisión deciden desobedecer y no hacerse eco de las mentiras que se enuncian en las cadenas? En otras palabras: ¡no transmitir las cadenas, sin miedo a que el régimen les termine de quitar por completo la concesión! Ya una vez hubo un amago, cuando se dividieron las pantallas de los televisores para no dejar de informar sobre lo que estaba ocurriendo. Esto que propongo, es mucho más temerario y más aún con un régimen que amenaza a diestro o siniestro con poner tras las rejas a quienes le desobedecen.Por algo, hay un proyecto que se discute en el seno de la Asamblea Nacional: una Ley Anti cadenas que pretende impedir el abuso de las transmisiones conjuntas y reducir su duración a un máximo de 20 minutos. Lo que aún no sé es cuántas al mes tendría permitido hacer como exponente del Ejecutivo Nacional.
¿Creerá Maduro que mientras más nos obligue a escucharlo o a mirarlo, mejorará su popularidad y aceptación entre la población? Nicolás, permíteme decirte algo que recoge no sólo mi posición sino la de millares de venezolanos: como gobernante, lo has hecho fatal. Llevas a Venezuela derecho a la destrucción. Las consecuencias de tu mandato se ven en cada rincón del país: en la pobreza y la muerte que nos azotan. En el rostro de la gente con hambre que rebusca en los basureros para encontrar algo que comer. Eres un pésimo gobernante: tan malo o peor que tu antecesor. Con el agravante de que, a diferencia del difunto ex presidente, a ti no te adorna ni el carisma ni el liderazgo. Para eso es para lo que sirven tus cadenas: para mostrarnos cuán inepto luces aun cuando los discursos te los escriba un erudito y te los obligue a memorizar tu mentor. No importa que tengas todos los poderes públicos bajo tu absoluto control, complacientes y cómplices de los destrozos que hoy sufre Venezuela. No sigas permitiendo que tus aduladores y entorno más cercano te edulcore las cifras y la realidad. No somos un país próspero, no somos un país feliz, no somos un país seguro, no somos un país productivo: ¡somos todo lo contrario! Somos el hermano pobre del continente, somos el ejemplo de lo que no se debe hacer. Somos una vergüenza de nación. Somos la materialización del retroceso. Pero, ¿sabes qué es lo peor? Que sigas creyendo que, obligando a las radios y a los canales de televisión a transmitir tus alocuciones, tus reuniones o tus inauguraciones, tu aceptación entre los venezolanos mejorará como por arte de magia.
Y que no se diga que no te lo advertimos: los libros de historia te reseñarán como el otro responsable de la devastación de un país que fue rico –muy rico- pero que cayó en las manos de unos ambiciosos que sólo gobernaron para su beneficio personal. Chávez será el capítulo que te anteceda, en ese tomo dedicado a los destructores de una patria que lo tenía todo para triunfar. ¿Sabes que es lo que más me duele? Que nos tomará unas cuantas décadas reconstruir lo que tú, tu entorno y tú antecesor destruyeron en 18 años.