LA JORNADA

No dejar a nadie sin camino

Bravo por aquellos países que trabajan por no dejar a nadie atrás. Todos debemos tener voz. Es una pena que sólo gobiernen los pudientes el planeta, los que discriminan y excluyen. Para desgracia de la humanidad andamos inmersos en una atmósfera de violencia y desigualdades sin precedentes, viciada por la deshumanización, que nos retrotrae a tiempos pretéritos, donde únicamente se promovía la felicidad de unos pocos, acentuando el sufrimiento de muchos. Ha llegado el momento de que la sociedad como tal despierte, proteja a los más indefensos, active otros caminos más justos, sepa acompañar a los jóvenes en sus anhelos, sin obviar la memoria viva de los mayores. En este sentido, nos satisface que Costa Rica haya sido el primer país del mundo en suscribir un Pacto Nacional por el Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS). Algo es todo. Se requiere, desde luego, responsabilidad y empeño para restablecer o cimentar ese espíritu comunitario que el mundo hoy necesita.

El camino es la acción hacia sí mismo, hacia los demás, pues el horizonte anda hambriento de senderos que cultiven el amor, en referencia a todos los tiempos, modos y maneras. Ahí está el compromiso de la sociedad costarricense como referente en la construcción de una agenda nacional donde varias instituciones, el sector privado y la sociedad civil acuerdan una agenda nacional para hacer que el país pueda lograr la eliminación de la pobreza. Sin duda, el trabajo conjunto de todos los sectores sociales, promoverá la movilización de recursos disponibles para la consecución de los objetivos, el fortalecimiento de las capacidades institucionales para el desarrollo de políticas, planes, programas y proyectos y la rendición de cuentas a la ciudadanía sobre los avances y las brechas en la implementación de las metas. Es verdad que los derechos humanos y el estado de derecho están mejor protegidos en las sociedades democráticas, pero esto no es suficiente, hay que promover una ciudadanía garante y unos gobiernos transparentes, con corrupción cero, para que los recursos no se dilapiden y pierdan siempre los más indefensos.

Nos conviene recordar que la ausencia de reflexión es el pasaje hacia la muerte. Nos falta humanidad y nos sobra endiosamiento. No dejemos que el Pacto Nacional por el Cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible se quede en palabrería. Su horizonte es verdaderamente apasionante, ya que representa el mayor y más integrado esfuerzo de la humanidad para luchar contra la pobreza y la desigualdad, promover la educación y la salud, proteger el medio ambiente y fomentar la justicia, entre otros temas de desarrollo. Ciertamente, necesitamos nervio para llevarlo a buen término y unión de caminantes, para no dejar a nadie abandonado como un objeto en cualquier esquina de la calle. En armonía es como se avanza, sumando confluencias, persistiendo en todas las sendas, aguantando todas las incertidumbres, pues al fin, todos necesitamos compartir nuestros gozos y también nuestras miserias. Un pueblo seguro de sí mismo deja que se expresen todos los ciudadanos y toma nota de lo que dicen, permitiéndoles participar en el desarrollo de la nación.

No podemos robar caminos a nuestros análogos y aventajarles haciendo trampas. Hemos perdido toda ética, toda moral, y vamos sin rumbo, a la deriva, bajo un desértico espiritual que nos ha dejado sin alma, pero también sin vida. Cualquiera te la puede quitar porque sí, porque no le gustas o le viene en gana. Nos falta avivar ese espíritu mundial de comprensión en un mundo complejo y de gran movilidad. Hoy en día es vital ser solidarios con los débiles y desfavorecidos, para construir puentes entre culturas y superar los conflictos, ya estén abiertos o latentes. Naturalmente, con urgencia, tenemos que tomar otro estilo de vida menos despreciativo, más hermanado, más cooperante, como una familia en que sus miembros se donan plenamente y sin miedo a sí mismos. Es más, debemos forjar alianzas entre gobiernos y ciudadanos fomentando una cultura de escucha de la realidad entre unos y otros. Sólo así podemos avanzar humanamente en el camino de la participación cívica.

Los nuevos caminos de la reciprocidad siempre nos traen la novedad, el empuje necesario para mantener esa preciosa semilla de la esperanza, desde el respeto y la consideración de todos para con todos. Por desdicha, cada día se considera menos a la persona, a la que se explota y esclaviza sin miramiento alguno, manteniendo la mano de obra a bajo precio y con una creciente ideología de consumo, que nos hace ser unos irresponsables como jamás. A este universo de despropósitos hay que sumarle, la nefasta distribución desproporcionada de los dividendos de la globalización, donde la mayor tajada siempre se la llevan los mismos, los poderosos; que junto al incremento del desempleo, son muchos los ciudadanos que han tomado la calle, pero ya no para manifestarse y reivindicar sus derechos, sino para vivir por falta de techo. Por otra parte, la cuestión a mi entender no es dar migajas, o sea rentas básicas, sino la realización de la persona con un trabajo digno como derecho y con el deber de trabajar. No se puede esperar algo a cambio de nada. No pasemos de un extremo a otro. Seamos justos y propiciemos otros estímulos, no de subsistencia, sino de actuación para que tampoco se fomente el parasitismo.

A poco que naveguemos por el mundo, nos daremos cuenta que cada día son muchos los seres humanos a los que se les niega tomar el camino de la luz. Hace tiempo que se recomiendan políticas para hacer frente a la pobreza de los trabajadores, poner fin a la discriminación, reducir las diferencias entre las condiciones de trabajo, y fortalecer los mecanismos de salario mínimo y protección social, políticas que serán decisivas en la configuración del futuro del trabajo; pero, sin embargo, todo resulta inútil. También se habla de diálogo social para convertir los acuerdos mundiales en soluciones sostenibles, y somos incapaces de consensuar postura alguna. Todo queda en el lenguaje, en las buenas intenciones, no pasamos de los hechos a las obras, quizás porque el desarrollo del ser humano interesa a ciertos círculos de poder que sea desigual; obviando, de este modo, que el primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el ciudadano, el ser humano en su integridad, pues cada cual tiene derecho a tomar su camino, siendo el autor, el centro y el fin de todo.

Hay personas que nacen con estrellas y otros estrellados, recuerdo que lo decía mi propia abuela, que en su tiempo no quiso ir a hacer las Américas y optó por hacer una vida sencilla, desmembrada de todo poder y adicta al servicio de los más débiles. Las tortas fueron mayúsculas. Nunca levantó cabeza, pero siempre tuvo una fuerza increíble para saltar por encima de las contrariedades, para estar dentro del camino aunque la excluyeran, por renacer y rehacerse así misma de las injusticias sociales. Nosotros también, en este tiempo en el que prolifera el engaño, corremos el riesgo de que nos dejen sin calzada aquellos que con su avaricia lo aglutinan todo para sí y los suyos, para sus seguidores, a los que compran con una visión economicista de objeto sin alma. Sería bueno repensar esto, máxime cuando en este mes celebramos el Día Internacional de la Democracia (15 de septiembre), porque si importante es tomar de la mano el progreso y la participación cívica, tampoco ha de dejarse a nadie en el camino, sin tenderle una mano, sin escuchar su voz. El futuro nos pertenece a todos y es inhumano marginar a nadie. A todos, mal que les pese a los privilegiados, nos incumbe por igual nuestro porvenir común. ¿Contamos todos?. Sí, debemos contar. Sin camino, nadie (lo subrayo).

corcoba@telefonica.net

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