LA JORNADA

Ocuparse antes de una vejez enriquecedora

Por Carlos Miguélez Monroy
Sumaban 1.400 años todos juntos y su procedencia abarcaba un territorio que iba desde toda España y hasta algunas partes de América Latina. Más de veinte personas mayores y voluntarios de la asociación Solidarios para el Desarrollo compartieron no sólo el chocolate con churros o café y tortilla española que sirvieron como excusa para motivar la participación, sino también un rato de compartir experiencias, de llamarse por su nombre, de conocer experiencias de su pasado y de sus anhelos de futuro, fuera cual fuera la edad. Los proyectos y la necesidad de compartir no desaparecen con los años.

Éste es uno de los pilares en los que se apoyan los programas de mayores de la organización: el de acompañamiento con voluntarios que van a casa de la persona mayor una vez por semana y el Programa Convive, que ofrece la casa como espacio de convivencia intergeneracional durante el curso académico en que viven juntos.

La soledad de personas ancianas y sus múltiples necesidades de ayuda acaparan el imaginario colectivo sobre los programas de voluntariado con mayores de las miles de organizaciones sociales que realizan labores diversas. La existencia de ese aislamiento no escapa a estas entidades y a parte de la sociedad, con una soledad no deseada que va en aumento en países como España, especialmente entre las personas mayores de 65 años. Así lo refleja la Encuesta Continua de Hogares 2016, del Instituto Nacional de Estadística (INE). Casi 2 millones de personas viven en esta situación, que se agrava a medida que se pierden las relaciones sociales y las capacidades físicas con el paso de los años. Más del 40% de los hogares en los que vive una sola persona están ocupados por estas personas.

Sin embargo, la soledad no puede abarcar toda la realidad de millones de personas que también tienen vínculos de familia, amistades, actividades múltiples, proyectos y recuerdos en los que muchas veces habitan, como si volvieran a ser ese joven que pensaba en la vejez como en algo lejano, ajeno y abstracto, algo que veía en las arrugas de sus abuelos.

Estas realidades, opacadas por las imágenes de soledad y de tristeza, empiezan a ganar presencia en los programas intergeneracionales de las organizaciones. No sólo a nivel discursivo para mostrar una imagen alegre en los medios de comunicación, sino también para concienciar a la sociedad de que la soledad no sólo perjudica a los mayores, y de que las redes intergeneracionales pueden tejerse mucho antes de cumplir 80 años y tener el físico mermado por dolencias y limitaciones.

De personas que “reciben” ayuda, las personas mayores se convierten en protagonistas que aportan serenidad, experiencia de vida y vivencias, profundidad, ganas de vivir que complementan a las personas más jóvenes con las que se encuentran.

Las personas empiezan a ocuparse de su vejez antes cuando asumen que el momento llegará, cuando pierden la vergüenza, condicionada por la cultura, nuestro modelo económico e incluso por la publicidad, que supone reconocer la propia fragilidad y el hecho de que envejecemos. De esta manera, se incorporan antes a programas como Convive o a tantos otros en España o en otros países del mundo que forman parte de la red internacional Homeshare International.

Esta incorporación más temprana retrasa algunos efectos del envejecimiento que aceleran la soledad no deseada, el aislamiento y otros factores emocionales relacionados. Por otra parte, difumina la barrera edadista que separa a dos generaciones como si juventud y vejez estuvieran separados por una línea trazada con regla. Se normaliza la edad como una circunstancia más de la vida, sin dramas. Como la caída de los dientes de leche, la salida de vello facial, los cambios en el cuerpo por la adolescencia, la aparición de arrugas.

Las iniciativas intergeneracionales han marcado el camino para cambiar los modelos de relación en nuestra sociedad. Queda trabajo para conseguir un reconocimiento más temprano de nuestra necesidad de estar con otras personas para construir desde antes y de mejor manera una vejez sin aislamiento y más digna, aportando a los demás.

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