LA JORNADA

Una diplomacia para domar bribones

La semana pasada Donald Trump inició un viaje por cinco naciones asiáticas que definirá su política exterior y determinará el éxito de su presidencia. Entre sus retos están un Japón desarmado como secuela de su fobia a las armas atómicas, una Corea del Sur renuente a abrazarse a Trump para no provocar a su vecino belicoso y unas Filipinas gobernadas por un troglodita que se burla de la majestad de la ley. Pero sus mayores retos serán una China con pretensiones hegemónicas en Asia y una Corea del Norte donde un bribón armado hasta los dientes amenaza la seguridad y la existencia no sólo de sus vecinos asiáticos sino hasta de los propios Estados Unidos.

Una tarea de proporciones siderales para un político convencional pero Trump ha roto todos los patrones de los políticos convencionales. Nadie sabe la forma en que este hombre reaccionará ante las amenazas y los retos. Y esa es su arma más poderosa para neutralizar a sus enemigos y confrontar a los de los Estados Unidos.

Aunque su presidencia acaba de dar comienzo, ya podemos hablar de una Doctrina Trump y del tipo de diplomacia sui géneris con la que se propone aplicarla. Tanto por temperamento como por entrenamiento este hombre rechaza el tipo de diplomacia que prescinde de la fuerza y se limita a la sagacidad, la hipocresía, el disimulo y hasta el apaciguamiento para lograr sus objetivos de coexistencia precaria con otras naciones. Quizás el único ingrediente en la lista anterior que tiene Donald Trump es la sagacidad para entender que una fuerza militar poderosa es la carta de triunfo que garantiza el éxito en cualquier negociación diplomática.

En marcado contraste, fuimos testigos de la diplomacia arrodillada con la que durante 25 años Bill Clinton, George W. Bush y Barack Obama trataron de conjurar el peligro de las armas nucleares de los forajidos de Vietnam del Norte. El abuelo y el padre de Kim Jong Un comenzaron la extorsión a cambio de la falsa promesa de renunciar a las armas nucleares. En el curso de esos 25 años Washington regaló MILES DE MILLONES DE DÓLARES a Pyongyang sin lograr resultado alguno (5,000 millones con Clinton y 9,000 millones con Obama).

Por otra parte, la crisis de las fuerzas armadas norteamericanas ya había comenzado con anterioridad. Después de la Guerra Fría, las fuerzas armadas fueron reducidas entre el 30 y el 40 por ciento y siguieron en picada a partir de ese momento. Nunca se recuperaron de su crisis de abastecimiento en la década de 1990, cuando la Administración Clinton redujo el presupuesto destinado a modernización y congeló el inventario de armas. Sin embargo, los retos a la seguridad nacional después del ataque artero del 9/11, las han obligado a operar al ritmo de tiempos de guerra. No es necesario ser un experto en el tema para saber que cuando una fuerza pequeña y con un inventario obsoleto opera durante demasiado tiempo al máximo de capacidad su eficiencia sufre daños considerables.

Pero el más patético entre todos los presidentes en el campo de la seguridad nacional fue el apaciguador Barack Obama con su “Doctrina de la Espera Paciente”. Un narcisista que se creyó con la habilidad de cautivar a los enemigos de los Estados Unidos con la sola fuerza de su verborrea. El Presidente que menos recursos dedicó y que mas desprecio mostró hacia las fuerzas armadas de los Estados Unidos.

En su primer discurso sobre el estado de la unión manifestó: “Estoy convencido de que nuestro liderazgo y nuestra seguridad no pueden depender únicamente de nuestro poderío militar. En un mundo de retos y seguridad múltiples nuestra seguridad depende de nuestros principios y nuestra diplomacia”. Ni una palabra de la importancia de la fuerza para disuadir a los enemigos de este país de hacerle daño o presentarle retos. La diplomacia de Obama era una diplomacia desarmada. De ahí su legado de un mundo convulso donde ISIS, Iran, Corea del Norte, Siria. China y Rusia le han perdido el miedo a los Estados Unidos. Y ningún enemigo jurado respeta a una potencia que no sea capaz de inspirarle miedo.

Cito unas cuantas fuentes de entero crédito para respaldar mi última afirmación. Un promotor del poderío americano como Teddy Roosevelt dijo: “La Marina de los Estados Unidos es un factor infinitamente más potente para preservar la paz que todas las organizaciones destinadas al mantenimiento de la paz mundial”. Ronald Reagan, el hombre que destruyó al Imperio Soviético sin disparar una sola bala, apuntó: “En las cuatro guerras que han tenido lugar en el curso de mi vida, ninguna empezó porque los Estados Unidos eran muy poderosos”. Y un consagrado negociador diplomático como George Kennan expresó: “Usted no tiene la menor idea de la forma en que contribuyen unas fuerzas armadas poderosas a las amabilidades y delicadezas de la diplomacia tradicional”.

De ahí que es necesario concluir que la “diplomacia del garrote”, de Teddy Roosevelt, la proyección de poderío militar de Harry Truman durante la Guerra Fría y el paradigma de “Paz a través de la fuerza” de Ronald Reagan, aunque respuestas a situaciones históricas, fueron mucho más que eso. Las mismas constituyen los cimientos sobre los que descansa la estrategia tradicional norteamericana de “diplomacia armada”. En síntesis, el arte de utilizar el poder militar en forma sutil para mejorar los resultados de negociaciones, dar seguridad a los aliados, disuadir a los adversarios y consolidar la credibilidad y la influencia global de los Estados Unidos. La estrategia actual de Donald Trump puede ser enmarcada dentro de los mismos parámetros.

La aplicación de todas estas experiencias y enseñanzas serán de primordial importancia en la agenda del Presidente Trump encaminada a restaurar la grandeza de los Estados Unidos. Por ese motivo las he expuesto en este análisis de la situación actual de este país en el contexto mundial. Pero mientras redactaba estas notas me vino a la mente un chiste del gran humorista cubano Guillermo Álvarez Guedes que quiero compartir con ustedes.

Se lo cuento como lo recuerdo. Un pastor pronunciaba un sermón ante un numeroso público que lo escuchaba con intensidad y reverencia. Ya al final de la disertación, el pastor alzó la voz y con marcada emoción dijo: “Cristo Viene”. Desde la última fila, despertado de su letargo por las palabras del pastor, un borracho gritó: “Ese no viene na”. El pastor insistió en su arenga de “Cristo Viene” y el borracho repitió su diatriba de “Ese no viene na”. Cansado de la impertinencia del sujeto, el pastor dijo a todo pulmón: “Llamen al policía”. Ni tardo ni perezoso, el borracho ripostó: “Ñoo…Ahora si me voy porque ese si viene”. Donald Trump es el policía que necesitaban los Estados Unidos para domar a bribones como Kim Jong Un, Xi Jinping, Hassan Rouhani y otros tantos como ellos.

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