No me gustan aquellos que se acorazan el corazón,
aquellos que todo lo enjuician sin clemencia alguna,
aquellos que cultivan el odio en cada paso que dan,
aquellos que se dejan enviciar por la voz interesada,
aquellos que hacen del camino una cruz cada día.
Tampoco me gustan los que miran para otro lado,
los que cierran los ojos para no ver las penurias,
los que se tupen los oídos para no oír los lamentos,
los que nada forjan por avivar caricias que asistan,
pues precisamos proteger tanta inocencia torturada.
Reconciliémonos los caminantes con el horizonte,
hagamos del verso un espejo donde mirar y vernos.
Conciliemos andares con miradas, y sentimientos
con alma, que lo armónico es lo que nos hermana,
pues en su bondad nada se suelta, todo se abraza.
El mundo ha de ser una balsa de amor permanente,
no una cámara de tortura, ni un campo de llantos.
Injértanos, Señor, la luz que nos despierte a la vida,
a una vida reencontrada entre los unos y los otros,
renovada en la eterna poesía, renacida en los latidos.
Pulso a pulso se tejen existencias, se trenzan sueños,
se entrelazan brazos piadosos, ¡amémonos sin temor!
Que el amor autentico no se acaba, está siempre,
en guardia, donándose, porque al amor le basta
con amar, perdonando, olvidándose de sí que no es.
Uno deja de ser cuando ama para ser de los demás.
En los demás justamente está el gozo de nuestro vivir.
Un vivir para amar y un amar para un bien convivir.
Por ello, nuestro Creador nos ha dotado de lenguaje,
nuestro gran asistente, el sostén de los pensamientos.
corcoba@telefonica.net