Con el corazón se ama y con la vida se vive.
Todo se armoniza con amor y se embellece
con la verdad que nos transforma por dentro
y nos transfigura por fuera, en este fenecer
de cada día, para edificarnos humanos
y proyectarnos como espíritu del verso de Dios.
Se vive con la vida y con el corazón se ama.
Es lo que da sentido a nuestro caminar
en este vaivén de sentimientos y temores,
pues más allá de los instantes precisos
anidan los preciosos ojos del Creador,
siempre injertándonos aliento, prendiendo luz.
Bajo este romper del alba tan del sol
como de la luna, saldremos de la tinieblas,
retornaremos al bien, seremos la bondad
que nos pone en camino de lo armónico,
sólo tendremos que dejarnos guiar,
para volver a ser el itinerario de la poesía,
de la que nunca debimos desmembrarnos.
Cada ser es parte de sí en relación al otro.
Nuestra existencia se ensancha en el encuentro.
Somos lo que somos por los demás.
Nada es por sí mismo, tampoco el yo humano.
Por eso, quien cultiva el pulso nunca está solo,
las mismas pausas se conjugan y comparten.
El mayor dolor entre los dolores, es un cuerpo
endiosado, un espíritu encerrado en sus maldades.
Hay que abrirse, saliendo de nuestro egoísmo.
Tenemos que aprender a abrazarnos con el alma.
A sentirnos más de Dios que de este mundo.
Andemos vigilantes, no vayan a robarnos el aire.
Hay tantas fuerzas destructoras como estrellas
que nos iluminan para cambiar de ruta
y emprender caminos nuevos, donde dejarse
amar, donde dejarse querer, para ser loa;
pues aquel que amasa el amor, espiga el pan,
y aquel que quiere querer, florece en el camino.
Todo empieza como un hilo de agua en la arena,
en continuo nacer y renacer cada crepúsculo,
en perenne desvivirse por vivir, haciendo cauce.
Al fin, no es cuestión de trepar sino de abajarse,
para que el Señor pueda entrar con la sencillez
y naturalidad de un adulto que sueña con ser niño.
corcoba@telefonica.net