Para aquellos que se limiten a leer y a escuchar los titulares de prensa sobre estas últimas elecciones Hillary Clinton fue derrotada por Donald Trump. De eso no hay discusión y es la realidad superficial que recogerá la historia de las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de 2016. Pero quienes, como yo, insistimos en buscar las razones que determinan los acontecimientos políticos no nos conformamos con esa explicación que consideramos simplista. Un analista consumado de la realidad norteamericana que se llamó Paul Harvey iniciaba sus artículos describiendo primero los hechos e inmediatamente decía: “Ahora, la otra parte de la historia”. Eso es lo que yo me propongo hacer con este trabajo. Describir la otra parte de la historia sísmica que condujo al resultado inesperado del triunfo de un candidato al que todos los medios informativos daban como perdedor. Una historia que empieza con la presidencia convulsionada de Barack Obama.
La noche del 4 de noviembre de 2008, ante 240,000 admiradores delirantes en el Parque Grant, de Chicago, tú, Barack Obama, anunciaste al mundo que, “aunque ha demorado mucho tiempo, el cambio ha llegado finalmente a América”. A los enemigos de los Estados Unidos les dijiste:”Nosotros los derrotaremos”. Describiste un futuro de esperanza a los hombres y mujeres de los Estados Unidos diciendo:”Este es nuestro tiempo para poner nuestra gente a trabajar y abrir puertas de oportunidad para nuestros niños; para restaurar la prosperidad y promover la causa de la paz; para reclamar el sueño americano y reafirmar la verdad fundamental de que, todos nosotros somos uno; de que a pesar de las dificultades mantenemos la esperanza”.
Un elocuente y estimulante discurso que penetró profundo hasta en muchos de quienes no votamos por ti y que fue posible gracias al apoyo multitudinario en las urnas que te dieron muchos americanos de raza blanca. Veíamos en ti la personificación de los grandes progresos logrados en el campo de los derechos civiles y la erradicación del estigma de la esclavitud del hombre negro en los Estados Unidos. Pero la alegría duraría muy poco tiempo porque tú mismo te encargarías de defraudarnos.
No sabíamos que tú eras un hombre con una agenda que habías escondido a base de hipocresías y de mentiras. Tu propósito, que fue revelado andando el tiempo, era nada menos que dar marcha atrás a la revolución conservadora iniciada en 1980 por Ronald Reagan. Querías ser el Ronald Reagan de la izquierda radical pero, también andando el tiempo, has demostrado que te falta la compasión, la humildad y la flexibilidad para negociar de Ronald Reagan. De todas maneras, con el control de la Casa Blanca y de las dos cámaras del Capitolio en 2008, te diste a la tarea de transformar radicalmente a América.
Empezaste con un plan de salud (Obamacare) que vendiste con mentiras y que fue aprobado sin un solo voto republicano porque te negaste a aceptar enmiendas del partido contrario. Seguiste con un plan de estímulo que tú mismo admitiste después que había sido un fracaso en cuanto a la generación de empleos. Te embarcaste en un programa de gastos que ha duplicado la deuda nacional bajo tu mandato hasta el monto de 20 millones de millones (20 TRILLONES EN INGLÉS) de dólares, más que los 43 presidentes que te antecedieron en el cargo.
Y cuando los republicanos te despojaron del control del Capitolio en las parciales de 2010 mostraste tu ignorancia y tu arrogancia gobernando por decreto. Por decreto le diste amnistía a 550,000 jóvenes que se encontraban en forma ilegal en los Estados Unidos, propusiste regulaciones abusivas contra empresas que no cumplieran con tus requisitos para combatir el cambio climático, decidiste financiar el costo de anticonceptivos a empleados de empresas que se negaran a incluirlo en sus seguros de salud, aumentaste el salario mínimo de empleados de empresas que tenían contratos con el gobierno federal, impusiste controles más estrictos en la venta de armas a ciudadanos sin antecedentes penales y extendiste a matrimonios del mismo sexo derechos similares a los de matrimonios entre un hombre y una mujer.
Con este procedimiento autoritario de una presidencia imperial, depositaste una parte considerable de tu “legado” en un cajón sin fondo. Con toda tu “viveza” y tus proclamados conocimientos de derecho constitucional se te olvidó que “quién mata por decreto, muere por decreto”. Ahora es muy probable que 24 horas después de tomar posesión Donald Trump anule todos esos decretos y tanto tú como tu nefasto legado vayan a parar al basurero de la historia. Muy lejos de la perdurabilidad del legado de prosperidad y concordia del Ronald Reagan que una vez pretendiste emular.
En el campo internacional, para congraciarte con tu nuevo amigo Vladimir Putin, debilitaste a la OTAN desmontando los proyectiles nucleares en Polonia y la República Checa que apuntaban a Moscú, retiraste en forma festinada a las tropas norteamericanas en Irak y creaste un vacio para el crecimiento de ISIS, firmaste un acuerdo con Irán en que le entregaste 150,000 millones de dólares y le diste luz verde a los clérigos fanáticos de Teherán para continuar su desarrollo de armas nucleares, le diste oxigeno a los tiranos que han oprimido por 57 años al pueblo cubano y has ignorado la política agresiva de Pekín en el Mar del Sur de la China. Como consecuencia de tu ineptitud y de tu cobardía, los Estados Unidos ya no disfrutan del respeto y de la confianza de sus amigos ni inspiran temor a sus enemigos. Precisamente el escenario en que proliferan las guerras.
Así llegamos a las más reñidas y repulsivas elecciones presidenciales del último medio siglo. De pronto te diste cuenta de que tu legado dependía del triunfo de Hillary Clinton y te diste a la tarea que más te agrada: Hacer campaña política degradando, insultando y despersonalizando a tus adversarios. En un despliegue de racismo indigno de un presidente le dijiste a los votantes negros: “Consideraré como un insulto personal–un insulto a mi legado–si esta comunidad baja la guardia y no participa en forma activa en estas elecciones. ¿Quieren darme ustedes un buen regalo de despedida? Vayan a votar”. Muchos de tus votantes negros se quedaron en casa, te regalaron una derrota y fuiste “personalmente insultado”.
Por otra parte, las cifras de estas últimas elecciones dieron cuenta de una soberana pateadura no sólo para la Clinton sino para muchos candidatos del Partido Demócrata. Los republicanos se hicieron con el control de la Casa Blanca, del Senado y de la Cámara de Representantes. Por los próximos dos años son los dueños de Washington. A nivel nacional, la pateadura alcanzó proporciones galácticas. Los republicanos controlan 69 de las 99 legislaturas estatales, así como 34 de las 50 gobernaciones estatales, algo que no había ocurrido desde las elecciones que siguieron a la Guerra Civil del Siglo XIX. Según la organización “Americanos por una Reforma Tributaria”, estas estadísticas muestran que el 80 por ciento de la población total del país vive en estados controlados por el Partido Republicano.
Y lo que considero la “ironía de las ironías”, es que, contra todos los pronósticos, Donald Trump no destruyó al Partido Republicano. Tu destruiste al Partido Demócrata. Primero con tu obstinación en imponer una agenda ideológica radical y después promoviendo la candidatura de una mujer debilitada por su corrupción y sus mentiras. No hay dudas de que has dejado un legado, pero un legado que vaticino que resultará venenoso para el partido. La prueba está en la postulación para el cargo de presidentes del partido de un activista de la izquierda vitriólica como Howard Dean y de un ex discípulo del racista Louis Farrakhan como Keith Ellison. Esta vez perdieron con la izquierda y todo indica que, en vez de trazar nuevos rumbos, insistirán en seguir el mismo camino que los llevó al abismo.
Con respecto a ti, aunque nunca te he tratado personalmente he seguido bastante tus pasos como para conocerte como animal político. Tú no te retiraras con la humildad de Jimmy Carter ni con la dignidad callada de George W. Busch. Tú seguirás en la lucha política tratando de enmendar tu entuerto. Pero todo el mundo sabe que se te acabaron las excusas, que no puedes culpar a Bush de tus fracasos, ni puedes atribuirle a Hillary la debacle política de este 2016. A pesar de todas sus limitaciones, Donald Trump ocupará la Casa Blanca el próximo mes de enero porque tú legado fue rechazado y porque tú fuiste el principal derrotado.