Por Héctor Mairena
Donald Trump es un espectáculo móvil. En él se resumen la política y el espectáculo. Lo que hace y dice es noticia donde quiera que vaya. Lo es -lo será más ahora por ser el presidente de Estados Unidos- por lo impredecible e histriónico. Por lo contradictorio en sí mismo.
Antes de y por encima de político, el ahora presidente, es empresario y como tal ha llegado a ser multimillonario, con inversiones en diversas partes del mundo. Las posee en al menos tres continentes: América por supuesto, Europa y como no, Asia. Subrayo diversas partes del mundo, ya verán por qué.
Lenin, el teórico y revolucionario ruso, argumentó en 1916, que una de las características consustanciales del capitalismo monopolista (imperialista) era la exportación de capital. Más allá de las derivaciones políticas del estudio leninista, la globalización, la transnacionalización de la economía con particular fuerza en las décadas finales del siglo veinte, confirmaron sus apreciaciones.
Sería inconcebible la fortuna de Trump sin que haya exportado capital, sin inversiones directas en el extranjero. Como lo serían las de Carlos Slim o la de Bill Gates. Por muy grandes que sean los mercados de origen de esos capitales, igual que muchos otros, se quedaron estrechos ante su propio crecimiento en un mundo global que demanda y atrae inversiones foráneas.
Sin embargo, uno de los ejes de la campaña electoral de Trump -anuncio de su credo gubernamental- ha sido el proteccionismo estatal a las empresas nacionales de los EEUU frente a la competencia extranjera, pero también la cuasi obligatoriedad del retorno de muchas inversiones que habían migrado, so pena de pagar más impuestos, incluso exorbitantes.
Y esto tiene un doble objetivo: recuperar puestos de empleo en los propios Estados Unidos, especialmente en industrias emblemáticas como la automovilística, con las consecuencias sociales y políticas que ello conlleva y dar ventaja a su propia economía en el escenario de la competencia global.
Eso en sí mismo podría parecer no solo necesario, sino justo, si no fuese porque el mundo de hoy es diverso, la economía -y la vida- global y porque Trump desarrolla esas propuestas -políticas de gobierno- desde posiciones mesiánicas, anti migración y rozando el ultra nacionalismo. Necesita –en sus cuentas- depurar el mercado laboral estadounidense, invadido de migrantes ilegales, para que el sistema asimile la mano de obra y le ofrezca bienestar a sus trabajadores; requieren las empresas estadounidenses la protección del estado para ser competitivas. Propone, pide, grita: “Primero Estados Unidos”, como Hitler reivindicaba el verso del viejo himno alemán: “Alemania sobre todo”.
Es harto paradójico que mientras en el Foro Económico Mundial en Davos, el presidente de China –de la República Popular China, la de Mao, la que gobierna con mano de hierro el Partido Comunista- defiende el libre comercio y rechaza el proteccionismo, Trump dice lo opuesto. Es claro que aquellos comunistas no lo son más, pero Trump sigue siendo un capitalista.
El mundo asiste a una nueva etapa en el desarrollo de las contradicciones en el seno del capitalismo…y del “socialismo”. Por eso mismo la lucha por la democracia, de su establecimiento o perfeccionamiento, debe estar dotada de contenidos viables, realistas, en lo económico, en lo social, en lo cultural. Si no, surgirán nuevos Trumps criollos: populistas, enemigos de las libertades, mentirosos, mesiánicos.
A propósito ¿qué ha dicho Ortega de Trump? No ha dicho nada ni dirá nada, porque pretende evitarlo, pero sobre todo porque esconde el propósito de parecerle simpático.
(P.D) Escrito y ya publicado este artículo, se dieron el sábado 21 las formidables movilizaciones ciudadanas en distintas ciudades del mundo, y especialmente la de Washington, para decirle a Trump que no podrá hacer lo que se le antoje.