LA JORNADA

Ante regreso de refugiados a sus hogares, familias temen que “desaparecidos” de Siria se pierdan para siempre

A menos de dos semanas de la caída de Bashar al-Assad en Siria, miles de personas buscan desesperadamente a sus seres queridos, desaparecidos durante las oleadas de represión del derrocado gobierno. Otros celebran el regreso a su país después de años de exilio.

Sirios volviendo a su país.

Heather Murdock – En el exterior del hospital Al-Mujtahid de Damasco, las familias observan unas horribles fotografías pegadas en las paredes.

Las fotografías muestran los cuerpos de las víctimas de la prisión, destrozados tras años de tortura. Todos los que están entre la multitud buscan a alguien. La mayoría se marcha sin respuestas.

Una joven con una coleta negra se aleja del muro gritando.

“Ustedes sabían de esto. Siempre lo supieron”, grita. “No hicieron nada al respecto”.

La multitud se queda en silencio. Entonces un hombre dice: “Dios hará justicia después de la muerte”.

“¿Qué Dios?”, responde ella, alejándose furiosa. “No creo en Dios”.

Aproximadamente 100.000 personas están desaparecidas del ahora extinto sistema penitenciario de Siria, según la Red Siria por los Derechos Humanos, pero los lugareños creen que esa cifra está subestimada. Explican que la causa más común de arresto bajo el derrocado gobierno de Bashar al-Assad era las críticas reales o percibidas al régimen.

En las calles de Damasco, cada persona que conocemos tiene a alguien desaparecido. Y a medida que se descubren más fosas comunes, se desvanece la esperanza de que se encuentren más víctimas con vida.

En una panadería abarrotada, donde las familias hacen cola durante una hora para recibir pan, afuera de una mezquita donde los jóvenes celebran su nueva libertad, y en las calles cercanas al hospital, donde hombres y mujeres lloran abiertamente, hacemos la misma pregunta, en voz alta: “¿Hay alguien aquí que NO conozca a alguien que haya desaparecido?”.

“Todas las familias de Damasco tienen a alguien desaparecido”, asegura un hombre afuera de la panadería. En la mezquita, una mujer, Hiba al-Sadfy, indica que es una de las pocas afortunadas que no ha perdido a nadie. Pero su esposo estuvo en la cárcel durante tres años y su sobrino sigue desaparecido.

“Estaba enviando comida y medicinas a Ghouta”, dice su esposo, Anas al-Nesmeh, de 45 años, en el patio de la icónica mezquita de los Omeyas. Ghouta es un suburbio de Damasco que apoyó el levantamiento contra el gobierno sirio desde su inicio en 2011. Se hizo famoso en 2013 cuando el régimen lanzó armas químicas sobre los barrios de allí, matando a más de 1.400 personas.

“Arrestaron al conductor y les dijo que yo lo enviaba”, explica Nesmeh.

Luego pasó tres años en una prisión donde los reclusos morían por falta de comida y medicinas y la tortura era parte de la vida cotidiana. Sadfy, su esposa, señala las marcas que todavía tiene en las muñecas, donde los agentes apagaron sus cigarrillos.

“Todavía tiene marcas en la espalda de los azotes”, añade.

Funeral

A la vuelta de la esquina del hospital se celebra el funeral de Mazen al-Hamada, un joven que murió en prisión tras años de tortura. Al parecer, Hamada fue detenido por contrabandear comida para bebés en zonas rebeldes. Tras su liberación, se trasladó a Europa, donde se convirtió en un defensor internacional de las víctimas de tortura sirias.

“El cerebro humano no puede imaginarlo”, dice en un vídeo que circula ampliamente en Internet, en el que describe palizas y agresiones sexuales espantosas. “Mucha gente murió bajo tortura”.

Hace una semana, el cuerpo de Hamada fue encontrado en el hospital entre otras víctimas de la tristemente célebre prisión de Sednaya.

Sirios se despiden de los convoyes rusos que salen de su país de forma llamativa…

Afuera del funeral, un joven abraza a su amigo mientras llora. Nos dice que no conocía a Hamada, pero que su corazón está demasiado roto para decir más. “No soporto más este dolor”, dice. “Lo siento mucho, pero no puedo hablar”.

Seguimos la procesión fúnebre mientras una multitud cada vez mayor lleva el ataúd por las calles, envuelto en lo que hace menos de dos semanas era una bandera rebelde. Ahora es la bandera de Siria.

Pronto se convierte tanto en una protesta como en una procesión y la multitud corea consignas familiares como “¡El pueblo de Siria es uno!” y otras menos comunes, como “¡El pueblo exige la ejecución de Bashar!”.

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