Por María Mestre Hurtado
Un inminente riesgo de hambruna afecta a 1,4 millones de niños, según Unicef. Naciones como Nigeria y Somalia son algunos de los países en mayor riesgo, junto con Sudán del Sur y Yemen. Anthony Lake, director de la organización, afirmaba que aún podemos salvar muchas vidas, aunque “el tiempo se agota para más de un millón de niños”, añadía el titular de Unicef.
Según Naciones Unidas, casi 800 millones de personas no toman suficiente comida para tener una dieta saludable, una de cada nueve en el mundo, mientras que se desechan 1.300 millones de toneladas de alimentos al año, un tercio de la producción.
La convivencia entre el desperdicio de comida y la hambruna es una de las mayores contradicciones de nuestra sociedad. Sin embargo, los ciudadanos han demostrado que existen alternativas rentables para cambiar esta situación.
Copenhague es una de las ciudades que marca la diferencia en la lucha contra el desperdicio de comida, con iniciativas como WeFood, un inusual supermercado que vende a mitad de precio alimentos a punto de caducar o con defectos de envase y excedentes de producción. Mediante este proyecto pretende reducir la cantidad de comida desechada en el país. Francia, por otro lado, ha sido uno de los primeros países en prohibir el desperdicio de comida. Lo que comenzó como una movilización ciudadana se ha convertido en una ley que obliga a los supermercados a donar los alimentos no deseados a organizaciones benéficas o bancos de alimentos.
Otros enfoques como el del autor Tristan Stuart proponen la transparencia de las empresas en cuanto a la cantidad de alimentos que tiran como solución. Así se crearía una cierta competencia para ser la empresa que ‘menos desperdicia’, para dar una buena imagen. Esta medida ha triunfado en Noruega y podría servir de modelo para los demás países, explica el autor.
Estos países han demostrado de forma individual que existen alternativas y soluciones al desperdicio y el hambre. El fenómeno solidario crece progresivamente entre la comunidad internacional, aunque su lenta adaptación sigue cobrándose millones de vidas. Pensar que nuestros actos tienen consecuencias es vital para la mejora de la situación, que lo que pueda desperdiciar hoy podría haberle salvado la vida a alguien mañana.
Un cambio en la actitud hacia el desperdicio es clave para el progreso en la erradicación del hambre. Como dice Stuart, “Tenemos el poder de producir los cambios necesarios si convertimos el desperdicio de comida en algo socialmente inaceptable”.