Por Xavier Caño Tamayo
Bayer ha comprado la multinacional Monsanto. Dos gigantes empresariales peligrosos nada fiables. Bayer será ahora la mayor empresa global farmacéutica, incluidas semillas y pesticidas agrícolas. Por su parte, la farmacéutica multinacional Grifols traslada su sede central a Irlanda. Para eludir impuestos en España, obviamente. Grifols detenta el monopolio de hemoderivados, (medicamentos a partir de sangre humana) y quiere apropiarse de las patentes de diagnóstico y tratamiento de la enfermedad de Alzheimer, aunque gran parte de investigación sobre Alzheimer la hayan hecho y hagan profesionales de instituciones públicas españolas, con pacientes públicos del Servicio Nacional de Salud y financiación pública. Últimamente, 100 millones de euros del Banco Europeo de Inversiones. Una vez más, la repugnante rapiña capitalista. Lo público corre con los gastos y lo privado se queda con los beneficios.
La nueva Bayer y el comportamiento de Grifols van como anillo al dedo para hablar del poderoso sector que son las farmacéuticas. Tanto que sus beneficios son mayores que los de los de los fabricantes de armamento. El mercado mundial de medicamentos mueve 700.000 millones de euros de los que más de la mitad están controlados por media docena de empresas. Además, la lista de 500 mayores empresas del mundo muestra que los beneficios de las 10 mayores farmacéuticas superan los de las otras 490 empresas de la lista sumados. Por cada euro invertido en producir un medicamento, las farmacéuticas ganan 1.000 en el mercado. Rendimiento indecente y sospechoso.
Ignacio Ramonet recuerda un informe de la Comisión Europea del pasado julio sobre el sector farmacéutico que demuestra como las grandes farmacéuticas juegan sucio para impedir medicinas eficaces y descalifican los medicamentos genéricos mucho más baratos. Las gigantescas masas de dinero de las farmacéuticas les proporcionan una potencia financiera colosal que utilizan para arruinar con pleitos millonarios a los modestos fabricantes de medicamentos genéricos. Las grandes farmacéuticas son un peligro real. John Le Carré mostró cuan inmorales y desaprensivas son en su novela El Jardinero Fiel.
Que no son trigo limpio lo demuestra que de 2000 a 2003 casi todas las grandes empresas farmacéuticas pasaron por los tribunales de EEUU acusadas de fraudes diversos. Ocho fueron condenadas a pagar más de dos billones de dólares de multa. Y cuatro (Bayer entre ellas) reconocieron su responsabilidad en actuaciones que arriesgaron la salud y vida de pacientes.
Pero hay más infamias en el oligopolio farmacéutico. Producir medicamentos que no curan son la producción más importante del sector, el 75%. El sector farmacéutico argumenta que esos medicamentos mejoran los tratamientos existentes, pero es falso. De 2000 a 2006 se aprobaron 441 fármacos, pero sólo 44 aportaban alguna mejora. El primer medicamento con estatinas para rebajar el colesterol salió en 1987 y desde entonces se han comercializado cinco versiones con precios más caros, pero sin aportar mejoras.
Según denuncia Gilles Godina, hace tiempo que la gran industria farmacéutica no invierte en investigar nuevos medicamentos. Por ejemplo, no investigan nuevos antibióticos desde 2001, aunque la OMS haya advertido que las infecciones por bacterias resistentes a antibióticos son la segunda causa de muerte en el mundo. El New York Times publicó en marzo de 2014 que, en la India, la menor eficacia de antibióticos ante bacterias resistentes causó más de 60.000 muertes al año de recién nacidos.
De la calaña de las farmacéuticas da fe Thomas Steitz, investigador del Instituto Médico Howard Hughes de Yale y premio Nobel de Química 2009. Seitz denunció en 2011 documentadamente que las empresas farmacéuticas no invierten en investigar antibióticos que puedan curar de una vez: prefieren fabricar medicamentos que sea necesario tomar toda la vida. Y por eso muchas farmacéuticas cancelaron las investigaciones de nuevos antibióticos. Abandonan los antibióticos por ser menos rentables; prefieren medicamentos para enfermedades crónicas que no curan, pero los pacientes han de tomar mientras vivan.
Otra muestra de la ralea de las farmacéuticas la mostró Marijn Dekkers, consejero delegado de Bayer hasta abril de 2016. Aseguró en una entrevista que Bayer no desarrollaba un medicamento concreto para los pacientes de la India: “lo producimos para los pacientes occidentales que pueden pagarlo”.
Toda la indecencia de las grandes empresas farmacéuticas, actuaciones económicas irregulares, políticas fraudulentas de precios y conductas anti-sociales, cuando no delictivas, demuestran la necesidad de crear un potente sector farmacéutico público. O, dicho de otro modo, sacarlo del ámbito privado. Con la salud no se puede jugar.