El Siglo XX se caracterizó por una abierta hostilidad contra la doctrina política del nacionalismo. Considero que, injustamente, fue culpado de los horribles conflictos bélicos de la Primera y la Segunda Guerra Mundiales, con sus saldos macabros de millones de víctimas y de millones de millones de dólares en pérdidas materiales. Franceses contra alemanes, alemanes contra franceses y eslavos, rusos contra alemanes y japoneses, turcos contra eslavos utilizaron el nacionalismo como pretexto para imponer su voluntad sobre otros pueblos.
El paneslavismo, que pretendía la unión de todos los eslavos de la Europa oriental, y el pangermanismo alemán, que pretendía la resurrección de una nación conquistadora (Alemania) en defensa de la amenaza eslava, fueron aberraciones del nacionalismo que contribuyeron al conflicto bélico de la Primera Guerra Mundial(1914-1918). Veinte años más tarde el antisemitismo, el racismo, la xenofobia y la intolerancia de Hitler y Mussolini fueron los detonadores de la Segunda Guerra Mundial (1940-1945).
En ambos casos, un mundo horrorizado ante tal devastación se apresuró a buscar antídotos contra tal pandemia política. Así surgió La Sociedad de las Naciones (SDN) o, extraoficialmente, Liga de las Naciones creada por el Tratado de Versalles, el 28 de junio de 1919. Y, más tarde, la Organización de las Naciones Unidas (ONU), fundada el 24 de octubre de 1945 en la ciudad de San Francisco por 51 países, al finalizar la Segunda Guerra mundial. Ambas han resultado ser organizaciones inútiles para prevenir guerras y conflictos regionales en los cuatro rincones del mundo.
Ahí están como testimonio los conflictos de Corea, Vietnam, el Oriente Medio y las guerras africanas del siglo pasado. Y en nuestros días, el holocausto desatado contra todo el que no profese su religión por el terrorismo islámico de ISIS y Al Qaida. Parafraseando el refrán español “el remedio del ‘internacionalismo’ ha resultado ser más malo que la enfermedad del tan injustamente vituperado nacionalismo”. El pernicioso internacionalismo no ha sido capaz de poner fin a conflictos generados por fanatismo religioso, odio racial o ambiciones hegemónicas.
Antes de continuar, veamos el significado de nacionalismo en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española donde se define como: “Apego de los naturales de una nación a ella propia y a cuanto le pertenece”. Donde el diccionario dice “apego” yo digo el “amor” de los naturales de una nación por su historia, su cultura, su lengua, su música, sus paisajes, su clima y hasta sus olores. Todos esos ingredientes forman parte de la personalidad y están grabados con caracteres imborrables en el alma y en la psiquis de quienes nacieron y crecieron en ella.
Esos lazos unen a todos los que habitan en su territorio en la búsqueda del bien común y en el rechazo a quienes amenacen su existencia. Esos lazos son más poderosos que cualquier documento jurídico o arenga política que promueva una intangible y foránea solidaridad internacional. El hombre de África no tiene punto de referencia con el de América ni el de Europa con el de Asia. Ninguno se siente directamente impactado por los problemas del otro. El internacionalismo es, para mí, una necesidad impuesta por la convivencia civilizada y no un sentimiento compartido que una a los hombres en un mismo destino. Ese sentimiento de solidaridad lo encontramos únicamente entre los hijos de una misma nación.
Por eso el internacionalismo, con su política de fronteras abiertas e injerencias foráneas, se ha convertido en una amenaza para las sociedades más prósperas como las de Europa y los Estados Unidos. Los menesterosos del mundo las están invadiendo. Y entre ellos, muchos que se proponen destruirlas. Por eso, el nacionalismo está de regreso con más fuerza que nunca y se proyecta como el arma más poderosa para conjurar los peligros de un mundo alucinante y hostil.
La inesperada victoria de Donald Trump en las últimas elecciones ha dado un impulso considerable al regreso del nacionalismo como doctrina de gobierno en los Estados Unidos. Su nacionalismo se manifiesta en temas como la seguridad nacional, la economía y la inmigración. Comienza por la idea de la excepcionalidad de los Estados Unidos como sociedad. El orgullo de ser americano que se había perdido en los ocho años en que el ‘internacionalista’ Barack Obama pidió perdón al mundo por la prosperidad económica y el poderío militar de los Estados Unidos.
A pesar de lo que dicen sus críticos, Donald Trump no es el primer nacionalista norteamericano. Se encuentra en la ilustre compañía de George Washington y Abraham Lincoln. Mucho antes de que el nacionalismo surgiera como doctrina política George Washington adoptó una política nacionalista para blindar a su joven nación contra los peligros de conflictos internacionales. En el plano económico, George Washington fue el primero que uso la frase “buy american” para convencer a sus compatriotas de que era mejor comprar quesos locales. Por su parte, Abraham Lincoln fue un gran crítico de quienes afirmaban que las tarifas perjudicaban a los norteamericanos al elevar los precios de sus compras.
Por otra parte, la victoria del nacionalista Trump ha ejercido un impacto de envergadura en el ámbito internacional. Ha dado un segundo aire a la decisión de los ingleses de abandonar el barco náufrago de la Unión Europea con el referendo en que el llamado Brexit se anotó una victoria tan inesperada como la de Trump en los Estados Unidos. Detrás del referendo inglés hubo antiguas y nuevas tensiones: el recelo ante la burocracia de Bruselas, el control de la inmigración, la defensa de la soberanía nacional, el orgullo por un carácter británico insular y diferenciado del resto de Europa y los retos de seguridad, entre otras .
En Francia, la nacionalista Marine Le Pen cree que sus posibilidades de victoria se han visto alimentadas por la decisión de Gran Bretaña de salirse de la Unión Europea y por la victoria de Donald Trump en las elecciones de Estados Unidos, factores estos que reflejan un mundo en estado de transición, en el que ganan peso el proteccionismo y el nacionalismo. En un encuentro con la Asociación de Prensa Anglo-Estadounidense, Le Pen declaró: “La historia del mundo está dando vuelta esta página. Vamos a volver a un proteccionismo y a un patriotismo económico y cultural razonables.”
En Hungría, la nación heroica que en 1956 regó con sangre las calles de Budapest en su lucha contra la opresión soviética, el gobierno ha tomado medidas drásticas para defender su seguridad nacional frente a la invasión de quienes escapan del terrorismo islámico. El Primer Ministro, Viktor Orban, un genuino nacionalista, aseguró en el acto de graduación de guardias fronterizos que “las fronteras (de Hungría) están bajo asedio”. Para Orbán, “la emigración es el caballo de Troya del terrorismo” y reiteró que actualmente “centenares de miles de personas están planeando partir desde el Oriente Medio hacia Europa”. También criticó a la Unión Europea al asegurar que Hungría no puede contar “con la UE y con Bruselas (en la defensa de las fronteras), ya que ellos le hacen más difícil el trabajo”.
Los cubanos que combatimos a la tiranía comunista debemos tomar nota de estos acontecimientos y convertirlos en enseñanza. La nueva nación cubana tiene que adoptar un nacionalismo ilustrado como doctrina política y como brújula en nuestras relaciones internacionales. Intercambio y cooperación con aquellas naciones donde los intereses nacionales de Cuba sean promovidos y protegidos. Porque el imperialismo de nuestros tiranos, disfrazado de internacionalismo, no ha hecho otra cosa que causar desolación y muerte en África, América Latina, Asia y hasta el Oriente Medio, así como ganarnos el odio justificado de las naciones agredidas.
Por mi parte, siento especial orgullo por la forma en que el partido que fundé con otros treinta cubanos hace catorce años enfocamos el tema del nacionalismo como doctrina política. En las bases del Partido Nacionalista Democrático de Cuba, estipulamos entonces: “Somos un PARTIDO NACIONALISTA porque nuestra meta principal es la promoción del bienestar y la defensa de la integridad de la nación cubana. … Somos y seremos nacionalistas abiertos a la mutua cooperación internacional. Pero estamos conscientes de que las relaciones entre países son determinadas por intereses más que por principios o por solidaridad. Por ello, los intereses de la nación cubana tendrán prioridad en todas nuestras decisiones”.