LA JORNADA

La magia de los números

En la Escuela del Bosque transcurría otro día de clases como cualquier otro.

—Hoy vamos a aprender a sumar —dijo la maestra.

Los estudiantes reclamaron y se revolvieron incómodos en sus asientos, pero al final, terminaron por aprender que uno más uno era igual a dos y que dos más dos era igual a cuatro.

—Perfecto, muy bien —dijo la maestra, orgullosa de sus educandos. Prosiguió a demostrar lo útil que podían llegar a ser los números en la vida real.

—Veamos quién es el más inteligente del salón y me da primero la respuesta correcta —dijo—. Si quiero comprar dulces en la tiendita pero sólo tengo un par de monedas de dos pesos, ¿cuántos puedo comprar si cuestan a un peso cada uno?

Silencio en el aula. Los alumnos miraron al vacío, otros empezaron a contar con los dedos de las manos. Después de unos segundos, el más inteligente dijo:

—Cuatro dulces, maestra.

—Excelente, muy bien contestado —lo felicitó la maestra.

Sin embargo, el burro del salón pensaba diferente.

—Yo vendo dulces —dijo—. Pelón Pelo Rico, Tix Tix, Gudulups, chicles Bubbaloo y Motita, Palelocas, Chipiletas, Chupirules, Rockaletas, Miguelitos, Damys, chocolate Vaquita, Almon Ris, Pico Rey, Duvalines, Sugus, Panditas, hasta Tehuanos si gusta, y puedo asegurarle que mediante mi sistema de pagos, usted y mis compañeros, aunque sólo tengan cuatro pesos en los bolsillos, pueden disfrutar de todas estas delicias como si en realidad tuvieran cuarenta monedas.

La maestra, sorprendida del mercantilismo rampante del burro, le dijo que aquello era imposible.

—Para nada —dijo el burro—, soy burro pero no tanto. Mis dulces, a diferencia de la tiendita, los vendo a crédito, operación mucho más práctica que andar cargando monedas.

Los estudiantes no dudaron en hacer correr la voz por todo el colegio sobre el sistema milagroso. Durante un semestre redondo dejaron de comprar en la tiendita, mucho más ventajoso era ir con el burro, pues él únicamente anotaba en una libretita la cantidad de mercancía que le pedían. Todos fueron muy felices, hasta el último día del curso escolar. El burro se presentó a la hora del recreo escoltado por sus hermanos mayores (que no tenían orejas largas y cola, pero sí brazos musculosos de gorila) a cobrar uno por uno a cada amante de las golosinas.

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