LA JORNADA

Los bárbaros ya están aquí y somos nosotros

Por José Carlos García Fajardo
Conmovido por las víctimas de los atentados en Londres y en tantos sitios, emocionado por la grandeza y generosidad de personas como Ignacio Echeverría, que fue apuñalado por acudir en socorro de una mujer atacada por terroristas, permítanme que comparta mi dolor con el de tantas personas corrientes esperanzadas y espoleadas porque haya gentes generosas capaces de hacer suya la causa de los más débiles.

Muchas veces pregunto a mi mujer, a la mitad de un telediario: “Pero, ¿es posible que no haya sucedido hoy nada positivo, bueno, justo, generoso y digno en ningún país ni ciudad de toda América, de África, de Europa, de Asia o de Oceanía?” Toda la información que vierten tiene que ser de asesinatos, violaciones, crímenes, corrupción a todos los niveles, ancianos muertos en sus casas y abandonados, familias desahuciadas de sus hogares, personas desesperadas en el paro.

Es preciso movilizarnos en nuestros ámbitos de amistad, de familia, de trabajo para arrimar el hombro y hacer frente a la espantosa situación de una explosión demográfica que asciende, de poco más de mil millones de seres en 1914, a siete mil millones en menos de un siglo, y nos acercamos a los diez mil millones de seres humanos antes de 2050.

Llamemos a las cosas por sus nombres y analicemos los resultados de esas guerras de conquista para “cristianizarlos, civilizarlos e integrarlos en el comercio”, las tres Ces de la Conferencia de Berlín de 1885 en donde se repartieron toda África a cartabón y plomada… como en su día hicieron los reyes de Castilla y de Portugal con el resto del mundo conocido, comenzando por América del sur y por ingleses y franceses en el norte donde llegaron al exterminio de cientos de miles de aborígenes. Nos apoderamos de sus tierras, de sus riquezas naturales, los sometimos al servicio de los blancos dando lugar a la venidera “revolución industrial”, a costa de sus materias primas y de la mano de obra explotada hasta en pleno siglo XX.

¿O acaso la expulsión de los musulmanes, judíos y luego de los moriscos fue en “legítima defensa”? ¿Y no vacilamos en meternos hacia el interior de África hasta hacer de ella una masa de siervos útiles para trabajar, para arrasar bosques, implantar otros cultivos como el algodón que destrozaron tierras hasta hacer de ellas un inmenso Sahel? ¿O fueron los indios de India los que invadieron a los británicos, y los pueblos de Oriente Medio a franceses, ingleses y holandeses? Las “tierras entre ríos”, actual Oriente Medio, que hoy arden físicamente por la codicia de otomanos, de cruzados, de las potencias europeas, la conversión en una prisión para indeseables de la inmensa Australia, de Nueva Zelanda, de Indonesia, Vietnam, hasta la humillación de la inmensa China con su milenaria civilización y de tantos lugares que al contemplar un planisferio nos estremecemos con nuestros expolios. Atrevámonos a contemplar un planisferio bien informado y preguntémonos dónde estaban nuestros líderes religiosos, políticos, comerciantes, auténticos piratas bajo patentes de corso, con las innegables excepciones.

No. Los “bárbaros” como se denominaba a los que no hablaban nuestra lengua, ya no vendrán porque los tenemos desde hace décadas en las bolsas, en la banca, en las grandes multinacionales; de ahí estas avanzadillas de refugiados en busca de asilo, de trabajo, de espacios donde habitar con dignidad porque nosotros los hemos explotado.

Sí, hasta esa explosión demográfica por razones sectarias y hasta religiosas, véase la Conferencia de la ONU en El Cairo sobre Población y Desarrollo en 1994, donde musulmanes y cristianos se opusieron a un necesario y factible control de la natalidad confundiendo sexo con genitalidad y esta con procreación.

Mandamos muchas vacunas, potitos, leche en polvo para disolver en aguas no potables arrumbando la leche materna, vitaminas en grajeas cuando en los países del norte sociológico no hay explosión demográfica porque las mujeres tienen los mismos derechos a la educación, al trabajo, a la investigación, a la corresponsabilidad de su maternidad con la información necesaria para su bienestar y el de la comunidad en la que están integrados. En esos países ricos del Norte, no hay explosión demográfica sino que padecen envejecimiento de poblaciones, falta de trabajo para millones de seres, destrucción del medio ambiente y de las posibilidades de una vida en paz como fruto de la justicia, educación, sanidad, trabajo y la superación de barreras y de fronteras tras las que pretendemos “defendernos”.

No han querido entrar en razón las grandes potencias y los inhumanos capitales sin patria más que la codicia, la prepotencia y el desprecio de la naturaleza. Prefieren el caos a una convivencia racional, de sobriedad compartida, digna y humana presidida por la equidad. Por eso necesitamos personas nuevas, responsables, íntegras y valientes que expulsen a los politicastros mediocres y sectarios que padecemos.

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