Los ojos de Sultana Khaya no son exactamente iguales. Uno de ellos es artificial. En 2007, mientras participaba de una manifestación de protesta pacífica junto a otros estudiantes, un agente de policía marroquí le clavó su porra en la cavidad ocular y después le arrancó el ojo con la mano.
Sultana es saharaui, la población originaria del Sahara Occidental. Ocupado por el Reino de Marruecos desde 1975, es común referirse al Sahara Occidental como la última colonia de África. Los saharauis han llevado adelante una larga lucha por la autodeterminación y enfrentan una terrible represión por parte de Marruecos.
Tras años de negociaciones, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas acordó que se lleve a cabo un referéndum para permitir a los saharauis decidir si continuar siendo parte de Marruecos o ser independientes. Sin embargo, desde hace más de 25 años, Marruecos impide que se lleve a cabo la votación.
El Sahara Occidental es un territorio rico en recursos naturales: pesca, fosfatos y, probablemente, petróleo frente a sus costas. Miles de saharauis han sido torturados, encarcelados o asesinados, o han desparecido desde que se inició la ocupación hace más de 40 años. Para comprender el profundo compromiso de los saharauis con su independencia y su valor para enfrentar la brutal opresión que padecen, no se necesita más que mirar a los ojos a Sultana Khaya.
Tras el cierre de la conferencia de Naciones Unidas sobre cambio climático (COP22) que tuvo lugar la semana pasada en Marrakech, Marruecos, visitamos Laayoune, la capital de Sahara Occidental. Fuimos el primer equipo de un noticiero de televisión extranjero que visitó Sahara Occidental en los últimos años. Continuamente nos seguían hombres a pie y también en motos y automóviles. Día y noche, permanecían parados frente a nuestro hotel. En nuestro primer día de estadía allí, la policía secreta marroquí se hizo presente en nuestro hotel a medianoche para una visita “estrictamente de rutina”, según dijeron, “con la finalidad de protegernos”. Con frecuencia, los periodistas extranjeros que ingresan son expulsados de inmediato si los agentes de inteligencia marroquíes los ven entrevistando a saharauis partidarios de la independencia.
Los activistas saharauis que hablaron con nosotros lo hicieron poniendo en alto riesgo su seguridad personal. Mayormente, nos reunimos con ellos en sus apartamentos, donde a lo largo de las paredes se alineaban sofás al estilo tradicional sahariano, junto a un té saharaui preparado sobre brasas.
Nos detuvimos para almorzar en un restaurante prácticamente desierto ubicado casi en las afueras de la ciudad. Repentinamente, llegaron unos 80 hombres y algunas mujeres. La mayor parte de ellos vestían el atuendo tradicional saharaui y muchos portaban la bandera oficial del estado ocupante, Marruecos. Entraron al restaurante y ocuparon todas las mesas cercanas a nosotros de manera tal que quedamos acorralados. Una docena de agentes vestidos de civil, uno de ellos con un gorro del Departamento de Policía de Nueva York, coordinaban y hablaban todo el tiempo por celular. Afuera, los vehículos de los agentes le cerraron el paso al nuestro. Varios de los hombres que se sentaron cerca de nosotros parecían muy agitados y sentimos temor de que ese extraño despliegue pudiera tornarse violento. Cuando nos retiramos, nos rodearon. Casi ninguno de ellos hablaba inglés, pero desplegaron varios carteles brillantes de vinilo que decían frases como “Democracy Now! debería avergonzarse” Los carteles eran idénticos en cuanto al diseño a los desplegados luego de que el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, calificara la presencia marroquí en Sahara Occidental como una ocupación.
Cuando logramos irnos, se tornó evidente la razón por la cual esa multitud de personas se había aproximado a nosotros en ese momento. Sultana y otros activistas saharauis habían organizado una manifestación en el centro de la ciudad. La multitud que nos rodeó nos impidió llegar a la manifestación, que fue objeto de una violenta represión por parte de agentes de policía marroquíes vestidos de civil. Valientes periodistas independientes saharauis que trabajan bajo una extrema amenaza en Sahara Occidental lograron realizar una grabación de video que posteriormente compartieron con nosotros. La violenta represión de ese día fue como la de otros tantos.
En un video, se puede observar a un hombre discapacitado, Mohamed Alouat, director de una escuela para personas discapacitadas, que porta la bandera de Sahara Occidental independiente, un Gobierno en el exilio que tiene su base en el campamento de refugiados saharauis ubicado en Tindouf, Argelia, en el que viven unos 100.000 refugiados saharauis. La policía ataca a Alouat, le saca de las manos la bandera y lo arrastra por el piso.
Sultana y otras mujeres les gritan a los agentes vestidos de civil. Un grupo de al menos veinte hombres rodean a las mujeres saharauis y las empujan hacia una calle lateral, lejos de la avenida principal. Allí atacan conjuntamente a las mujeres. A una de ellas, Aziza Biza, intergante del Foro de Mujeres Saharauis, la golpean con un walkie-talkie en el estómago y los riñones. Biza dijo después que además la habían estrangulado con su melfa, su vestido tradicional, hasta que quedó desmayada en el suelo. La policía sigue empujando a otras mujeres contra una pared y las agrede sexualmente apretándoles y retorciéndoles los senos. Los agentes ven a un hombre que está grabando la agresión desde el techo de un edificio cercano y comienzan a lanzarle piedras.
Esa noche, nos reunimos con los hombres y mujeres heridos y grabamos su relato de lo ocurrido. Las mujeres nos mostraron las heridas que sufrieron y nos contaron que los agentes de policía les habían retorcido los senos y los pezones, lo que les había provocado un intenso dolor y dejado moretones. Aziza se había desmayado y vomitado varias veces.
Más tarde esa misma noche, desde la ventana de nuestro hotel, pudimos observar a agentes de policía antidisturbios que lanzaban piedras contra manifestantes saharauis. El pueblo saharaui está decido a luchar de manera pacífica por su autodeterminación. El compromiso con esa lucha se observa a simple vista en los ojos de Sultana Khaya.