Por Xavier Caño Tamayo
Donald Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos, no Hillary Clinton. Tenían razón quienes vaticinaron que antes sería presidente un negro que una mujer, cuando se enfrentaron Obama y Hillary Clinton en primarias. Clinton no significaba más democracia ni más justicia social (no en vano era considerada la candidata de Wall Street), pero desde luego Trump tampoco. Y además es xenófobo, racista y machista.
Maestros de opinión y conspicuos tertulianos, para explicar la victoria de Trump, sentencian que los trabajadores han votado a Trump por ser anti-sistema. De risa. Si un super-rico es anti-sistema, hablamos de otro sistema: métrico decimal, hidráulico, mecánico… pero no del sistema capitalista, del que Trump es claro miembro y representante.
Cierto, muchos trabajadores votaron a Trump, pero trabajadores blancos sobre todo. Obreros blancos que, por la xenofobia demagógica de gente como Trump, se sienten amenazados. Y lo están, pero se confunden de amenaza. El enemigo no son los trabajadores latinoamericanos, por ejemplo, sino la clase de Trump que desposee de derechos cada vez más a la mayoría.
Trump no es fiable; es un super-rico, pero, a pesar de sus toscas provocaciones en campaña electoral, no llegará la sangre al río, como dicen en Castilla. Porque, a pesar del poder del Presidente de Estados Unidos, la minoría de Wall Street tiene mucho más. Y no permitirá nada que reduzca sus beneficios. Como crear un problema con México, por ejemplo, importante cliente de Estados Unidos.
El problema real es que el actual capitalismo de desposesión, que reduce la poca justicia social lograda y vulnera más y más los derechos de la gente… sigue ahí. Como el dinosaurio del microcuento de Monterosso. Pero también hubiera sido así con Hillary Clinton. Acaso fuera diferente de haber sido elegido Bernie Saunders, que concurrió a primarias del partido Demócrata, pero ya se cuidaron grandes medios de comunicación, Wall Street y la plana mayor de ese partido de sacarlo pronto del campo de juego.
Estos tiempos revueltos recuerdan la Europa desnortada de entre guerras mundiales. Entonces se desbordaron la inflación y el desempleo; hoy crecen la pobreza y la desigualdad. Entonces preocupaba al pueblo trabajador la incertidumbre, hoy un crecimiento ridículo. Entonces y hoy el miedo de las clases trabajadoras crece por el oscuro horizonte económico y social… Ese miedo se tradujo entonces en la elección de Hitler en Alemania, por ejemplo.
Hoy los ultraderechistas xenófobos de Marie LePen se han hecho con ciudades que votaron socialista durante décadas. En Estados Unidos han elegido a Trump y en el Reino de España gobierna el Partido Popular, heredero de la dictadura franquista. Peor aún, en el último sondeo del CIS, el PP ganaría un punto y medio en unas elecciones en España. A pesar de los juicios de tarjetas black, el caso Gürtel y la corrupción a mansalva, la derecha (PP y Ciudadanos) sumaría el 47% de votos. Y la izquierda, PSOE incluido, casi 40%. Parte del 13% restante tal vez tendería a pactar con la izquierda. Pero parece una partida en tablas.
Por tanto, no parece de recibo querer cambiar las cosas, los países, fiados solo de la aritmética electoral. En Estados Unidos, Trump ha vencido por su complicada mecánica electoral. Pero, aún olvidando el retorcido sistema electoral, da que pensar que ambos candidatos hayan conseguido cada uno poco más de 59 millones de votos. ¿Un país partido por la mitad?
Volviendo a España, la realidad reciente muestra que hoy por hoy no parece posible un gobierno de cambio. Y algo parecido ocurre en otros países europeos. O peor, como en Hungría, Polonia… que derivan hacia el autoritarismo. Y no parece posible porque no hay suficiente conciencia democrática y crítica de la ciudadanía que se traduzca en buenos resultados electorales. Mientras la ciudadanía no se empape de valores democráticos, completamente convencida de la indiscutible prioridad de los derechos humanos, una masa votante partida en dos penderá como espada de Damocles sobre nuestras cabezas y dificultará o impedirá gobiernos de cambio de verdad.
Conseguir más escaños, sí, pero sobre todo construir una nueva conciencia democrática crítica y establecer la hegemonía de los valores democráticos contra los principios economicistas y codiciosos de la minoría que explota y desposee al pueblo trabajador. Porque hoy demasiada gente asume los principios de la minoría. Y pasa lo que pasa.