LA JORNADA

Pero, ¿dónde queda Macedonia?

Por Adrián Mac Liman
Recuerdo que en mayo de 1976, en vísperas de la primera visita oficial del rey Juan Carlos a los Estados Unidos, el rotativo New York Times publicaba los resultados de un revelador sondeo Gallup sobre el monarca español y el lugar que ocupaba el imperio de Felipe II en el mundo. Me quedé pasmado al comprobar que para muchos norteamericanos España era un paisito situado en la frontera con Colombia. O tal vez, con Ecuador, poco importa.

Ante mi imaginable asombro, un colega estadounidense me confesó que al presidente francés Valery Giscardd’Estaing lo confundieron con el monarca de un principado situado en los Pirineos.
Me acordé de la supina ignorancia de los norteamericanos hace unas semanas, cuando el congresista Dana Rohrabacher, presidente del subcomité de relaciones exteriores para asuntos europeos, euroasiáticos y… amenazas emergentes de la Cámara de Representantes, descubrió la existencia de un país “inútil” o “inviable”: Macedonia. Según el congresista, ese Estado, creado en la década de los 90, debía… disolverse. La población albanokosovar tenía que integrarse en Kosovo, mientras que la minoría búlgara podía o tal vez debía optar por la ciudadanía búlgara. En resumidas cuentas, había que acabar con esos engendros de finales de la guerra fría, cuya presencia en el mapa del Viejo Continente desconcierta a los legisladores de Washington.

Conviene recordar que en estos momentos los diplomáticos de carrera norteamericanos, autores de excelentes trabajos monográficos sobre desconocidos países lejanos, están recluidos en el Gulag administrativo del Departamento de Estado. Algunos no son de fiar, puesto que trabajaron para la Administración Obama, otros… Lo cierto es que a la hora de la verdad Donald Trump tiene sus dudas respecto de las relaciones con algunos países de Europa oriental. En el caso concreto de Ucrania, el actual inquilino de la Casa Blanca no sabía si defender la postura de las autoridades de Kiev, que comulgan con el ideario del “mundo libre”, o mantenerse neutral frente a las maniobras diplomáticas del Kremlin. La decisión de Putin de reconocer los pasaportes de los habitantes de la región secesionista controlada por los rusos, puso de manifiesto la necesidad de apoyar a los ucranios. Huelga decir que las agrupaciones políticas de Kiev pidieron al unísono el amparo de Washington. Alguien tuvo que recordarle a Trump que Ucrania, Georgia y Moldova se habían decantado por el paraguas protector de la Alianza Atlántica. Más aún: que sus gobernantes habían solicitado, en su momento, el ingreso en la OTAN.

Ni que decir tiene que tanto el infortunado desliz del congresista Rohrabacher como la postura bamboleante del Presidente generaron un innegable nerviosismo en las Cancillerías de los países de Europa oriental y, ante todo, de los Estados que se han convertido, en los últimos meses del mandato de Barack Obama, en países de la primera línea de frente, llamados a proteger al “mundo libre” contra la “amenaza” de Rusia. De hecho, algunos analistas políticos europeos llegaron a barajar la posible retirada de los centenares de tanques Abrams, vehículos de combate Bradley y morteros autopropulsados Paladin, trasladados a Polonia, Rumanía y los países bálticos por el flamante Nobel de la Paz.

“No teman nada”, advirtió el actual inquilino de la Casa Blanca a través de su enviado especial, Hoyt Yee, quien recalcó el deseo de la Administración de reforzar el flanco oriental de la Alianza Atlántica. Aun así, la perspectiva de una modificación de las fronteras del Viejo Continente, de la desaparición de Estados soberanos en caso de conflicto armado, genera una sensación de inseguridad en el seno de la población de algunos países de la zona. ¿Quién me protege en caso de peligro? A esta pregunta, formulada por un equipo de sociólogos de la organización WIN/Gallup, los pobladores de Bulgaria, Grecia, Eslovenia y Turquía, países miembros de la OTAN, se decantaron por… ¡Rusia! Curiosamente, para los búlgaros y los griegos, la principal amenaza proviene de Turquía, socio de la Alianza Atlántica. Por su parte, los rusos contemplan una posible coalición con China. Los rumanos apuestan por el pacto de seguridad con los Estados Unidos, mientras que los ucranios y los bosnios dudan entre la protección de Rusia y el amparo de Estados Unidos.

Todo ello pone de manifiesto la fragilidad del proyecto europeo. Cabe preguntarse si no es esta la verdadera clave de la nueva política exterior estadounidense. En realidad, Donald Trump, el titubeante Trump, parece haber hecho suya la máxima de Julio Cesar y Napoleón: “divide y vencerás”.

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