Por Raúl Granado Almena
Esta semana Aitor, pensaba en Alberto. Alberto sólo tiene una cosa en la cabeza, el tenis. Desde muy pequeño empezó a decir a sus padres que quería ir a dar clases. Al principio, José, su padre, no le hacía mucho caso porque en su familia nadie había practicado este deporte. Ya con 5 años se puso tan pesado que un día Lurdes, su madre, cansada de escucharle le llevó al polideportivo de su barrio, Vicálvaro, al este de Madrid. Allí le hicieron una prueba de nivel y el profesor le dijo que no lo hacía mal. A los dos años de 3 clases a la semana y sus competiciones en el barrio, un día el profesor llamó a Lurdes al final del entrenamiento. Alberto tenía nivel para volar lejos del polideportivo y empezar a pensar en el tenis para algo más que un hobby.
Lurdes se quedó sorprendida y cuando llegó a casa tuvo una conversación con su marido para contarle lo que le había dicho el profesor. Lurdes y José hablaron con Alberto y le preguntaron si quería dejar el polideportivo para empezar a competir en serio.
Con sus 7 años Alberto no lo dudó, les dijo que sí. La condición para seguir con el tenis era que Alberto no podía suspender en el colegio.
Ese año Alberto cambió su barrio por el club de tenis Chamartín de la capital de España. Alberto fue creciendo entre raquetas, cada vez mejor, cada vez más seguro de que aquello era su vida. No sólo lo creía él, sus entrenadores lo corroboraban cada día. De los campeonatos locales de Madrid fue saltando a los provinciales, y de ahí al campeonato de España. Con 12 años Alberto es campeón de España, no se lo cree, en 3 sets y después de un partido extenuante se convierte en el mejor.
En esas fechas Alberto ya considera el tenis como lo único importante en su día a día, él quiere ser Carlos Moyá. Carlos en esa época llega a ser número uno del mundo y es un ídolo para muchos niños como Alberto.
El tenista de Vicálvaro sigue creciendo y comiéndose el mundo a golpe de derechas al fondo de la pista y reveses cruzados ganadores. Con 15 años consigue participar en los torneos más prestigiosos de su edad, Roland Garros y Wimbledon incluidos.
Alberto vuelve a España para sus exámenes del segundo trimestre, no ha incumplido su promesa a Lurdes y José. Jamás ha suspendido. Esa mañana Alberto tiene examen de inglés y matemáticas. Él, que es bilingüe desde los 13 y que hace cálculos a más velocidad de la que saca. Pero allí está con su mochila repasando los apuntes en el tren, sólo tiene 5 paradas antes de bajarse y llegar al instituto. Son las 7:37 de la mañana en la estación de Atocha y de repente, el silencio.
Es 11 de marzo de 2004, fecha fatídica en la que terroristas hicieron explotar el tren de cercanías.
Alberto no hará los exámenes, Alberto no volverá a jugar al tenis. Ni él ni las 192 personas restantes que perdieron la vida aquella mañana. Ya hace 13 años de aquella masacre y parece que fue ayer.
La memoria siempre fue la mejor respuesta para el olvido. La eternidad siempre será el lugar para los elegidos. Vaya por ellos…