Ya en su tiempo, el novelista francés Víctor Hugo (1802-1885), decía que “el sufrir merece respeto y que el someterse es despreciable”; pues son formas que nos esclavizan, pero que están ahí en casi todos los países del mundo, como resultado de una discriminación arraigada, que también se ha globalizado, incapaz de desenmascarar a los traficantes y a los creadores de un injusto mercado. Sin duda, nuestro prioritario deber está en rehabilitar a los cautivos. Hay sumisiones verdaderamente sorprendentes que se ocultan, aunque se perciben a poco que ahondemos en la realidad de las vivencias, cuando esclarecemos situaciones a las que nos hemos acostumbrado, muchas veces por cobardía e inhumanidad, lo que nos impide el esfuerzo mancomunado de levantar el estandarte de los valores humanos. Por desgracia, la servidumbre y la explotación continúan en todos los ámbitos, recurriendo a todo tipo de coacciones y de amenazas, lo que debiera hacernos reforzar las medidas de lucha, con las protecciones legales necesarias, ampliando igualmente el amparo social y promoviendo otro espíritu más ético con todos, también con los vulnerables. Mucha gente no puede ni emanciparse, y por más que quiere salir de este injusto sistema, no tropieza nada más que con cruces y sin nadie para liberarlo. La indiferencia es lo más palpable.
Por otra parte, hay sometimientos tan crueles, que son la contrariedad de la justicia social y de la apuesta por ese desarrollo en comunidad sostenible, lo que debiera movilizarnos a trabajar contra este tipo de calvarios, que muchas gentes sufren en cadena perpetua, como es el caso de numerosos matrimonios forzados a vivir sin su consentimiento o a realizar determinados trabajos que impiden ser uno mismo, haciéndolo además en ocasiones en contra de su voluntad. Sea como fuere, nada justifica esta atmósfera indigna a más no poder, cuyos primeros perjudicados son los más frágiles. Quizás tengamos que explorar otros caminos. Está visto que estos colonizan poderes que esclavizan y corrompen. Es importante, pues, resistir al imperialismo de la sumisión, con la vergüenza necesaria y la colaboración mutua; todo ello vivificado por la levadura de la equivalencia, la imparcialidad y la concordia. Por consiguiente, es vital estudiar las causas de este virus enfermizo, que contamina el mundo y lo está dejando sin corazón, sabiendo que el vasallaje más demoledor radica en no hacer nada por cambiar, estando preso de nuestras miserias. Evidentemente, hemos de volver al lenguaje del alma, primero porque de él emana vida y, después, porque lo que tiene esencia es en realidad aquello por lo que nos hallamos, sentimos y maduramos.
Está bien ser responsable y dócil, pero uno también tiene que sentirse libre, para poder volar entre sus corrientes. Las cadenas de la esclavitud nos están dejando sin horizontes claros, atrapados en mil situaciones absurdas, que continúan generando multitud de sufrimientos humanos. Mi esperanza radica, en todo caso, en modelar otros sistemas existenciales que den prioridad a los más débiles. Es cuestión de tomar conciencia, igualmente, sobre la necesidad de ayudar a las víctimas de estos abusos, acompañándoles permanentemente en el restablecimiento de su dignidad, con una integración social y humana plena. La cuestión está en no desfallecer para proteger a los desvalidos y a las poblaciones inocentes. La meritoria labor jurídica de las Organizaciones internacionales, sabrán hacernos despertar a todos de nuestros intereses sectoriales e ideologías, para abrazar otro mundo en el que sus moradores sepan propiciar una cultura de respeto y de consideración hacia todas las identidades, de manera que no existan diferencias entre poderosos y servidores, porque ambos hemos destronado las inmoralidades y los vicios. Situándonos en otros tronos más igualitarios, disfrutaremos de otros trinos menos abusivos, y hasta nuestro propio pensamiento se clarificará en medio de las ciegas noches.
Porque realmente son estos estúpidos cautiverios, que nos imposibilitan a reaccionar a tiempo, los que deben ponernos en movimiento, para que juntos podamos hacer una salida del fraude y crecer con una reserva de confianza. La abolición de todo tipo de esclavitud será posible, precisamente, en la medida que abandonemos todo abuso, engaño y dominación. Ahora tenemos la oportunidad de sentar magisterio, generando otro espíritu más humano, restaurando las alas de la vida en libertad a millones de personas que aún están atrapadas en multitud de injustos sometimientos y reponiendo otros cauces más níveos, donde no habiten rutas resignadas. Uno tiene que realizar su proyecto viviente, bajo el árbol existencial de la concordia, pero jamás de la sumisión, que en parte suele florecer debido a la vulnerabilidad generada por la exclusión social y la pobreza, sobre todo en colectivos como los migrantes. Es fácil observar, en consecuencia, que las diversas crisis que estamos atravesando por todos los rincones del planeta, está agravando situaciones y prácticas horrendas, como la rendición por deudas, la entrega al trabajo forzado o al vasallaje de la explotación sexual. Pongámonos a salvo de este tipo de domas, nuestra propia mirada será la primera en agradecérnoslo, con una gran sonrisa entre emocionantes lágrimas.