LA JORNADA

Vamos al encuentro de quien nos soñó

Somos obra del Espíritu, labor del Padre,
comunión de un sueño, relación de savia,
pues la esencia de todo está en nosotros,
en las idas y venidas, vueltas y revueltas,
avivadas por lo que soy en cada despertar
y apagadas por los cimientos de la noche.

Son tan fuertes las cadenas que llevamos,
que requerimos, tras el andar sin dormir,
del reposo en el camino para tomar aire,
y renacer como luz del verso a la poesía,
retoñando como amapolas de la palabra,
a un lenguaje vivo, espejo de la acción.

Pues tan valioso como reunirse es unirse
y escucharse, poner alma en todo labio,
tomar el pulso de la vida y hacer pausa,
asistir a todo clamor e incrustar calma,
que nada es tan esencial como coexistir,
para convencer y vencer las resistencias.

Me niego a abandonarme sin batallar,
no me quiero suicidar en este calvario,
tampoco deseo sustraerme a este dolor,
lo que ha de llegar que llegue pronto,
para que mi alma pueda revivir ya,
que la muerte es otro paso más del yo.

Nunca desee tanto como ahora vivir
y desvivirme, aunque este mundo me pese
y me pise, busco trascender a otros cielos,
comunicarme con los crucificados de aquí,
para juntos propagar la reconciliación
con Dios; y así, en familia, conciliar gozos.

Que si la eternidad nos redime y consuela,
también nos hace interrogarnos a diario,
vernos más allá de una imagen sin entidad
recrearnos en lo que soy y en lo que seré,
una vez despojados, y espirada la tristeza,
restituidos por la alegría de ser inspiración.

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