Si existe un punto de acuerdo entre fumadores, no fumadores, gobiernos, ciencia e industria es que la opción ideal, la más saludable: no fumar. El humo del cigarrillo es responsable de casi 7 millones de muertes en el mundo cada año, según la Organización Mundial de la Salud. De ese total, 890.000 son personas no fumadoras que respiran humo ajeno . A esta altura, los efectos nocivos sobre la salud están más que comprobados: el humo del cigarrillo causa cáncer y aumenta el riesgo de complicaciones cardiovasculares y respiratorias.
La pregunta, entonces, parece tan obvia como compleja de desentrañar: ¿por qué, habiendo tanta evidencia de los daños que genera fumar, mil millones de personas en el mundo – según las cifras más actualizadas de la Organización Mundial de la Salud- lo siguen haciendo?
La respuesta es que los fumadores no dejan el cigarrillo porque la nicotina, un componente adictivo del tabaco, se une en el cerebro a una serie de receptores y facilita la liberación de dopamina, el neurotransmisor causante de una sensación de placer y relajación .
¿Es posible entonces encontrar una alternativa que genere la misma satisfacción con menos riesgos para la salud?
Lo primero que hay que considerar es que numerosas investigaciones comprueban que no es la nicotina, sino el humo del tabaco, el principal causante de las enfermedades relacionadas al tabaquismo. Al entrar en combustión, el humo del tabaco libera más de 6000 sustancias químicas, de las cuales 100 están clasificadas como componentes nocivos y potencialmente dañinos (HPHC).
“La nicotina en sí no es especialmente peligrosa; si la nicotina pudiera proporcionarse en una forma que fuese aceptable y efectiva como sustituto de un cigarrillo, podrían salvarse millones de vidas”, afirma un informe del Royal College of Physicians de Londres.
El planteo se basa en el principio de reducción de daños que sustenta varias políticas públicas. El mismo implica asumir que ciertas prácticas o comportamientos seguirán presentes ya sea por costumbre, adicción o simplemente elección. Y entonces la acción es tomar medidas para reducir, al menos, los daños o riesgos.
Acceder a un producto de calidad, pero sin humo, que contenga un nivel de nicotina suficiente para ofrecer una experiencia placentera similar a la del cigarrillo tradicional, pero sin la combustión ni humo dañinos, se plantea, entonces, como una alternativa que los fumadores pueden adoptar. A esto apuntan los productos tecnológicos más innovadores y de mayor calidad que están reemplazando al cigarrillo tradicional.
Los dispositivos que calientan el tabaco pero no lo queman tienen forma de bolígrafo y calientan el tabaco sin llegar a la combustión, reduciendo en un 90-95% las sustancias tóxicas que se encuentran en el humo del cigarrillo tradicional, al tiempo que ofrecen, en términos de aspecto, aroma, sabor y una experiencia placentera similar. Otra alternativa parecida es el cigarrillo electrónico, un dispositivo que calienta una solución que normalmente contiene nicotina líquida y que no produce humo sino vapor.
“Mientras reducimos o eliminamos los HPHC o componentes nocivos, nuestro objetivo también es ofrecer un ritual de sabor y un nivel de nicotina comparables a los cigarrillos para ayudar a asegurar que los fumadores adultos, que de otra manera continuarían fumando, puedan cambiar por completo”, dice Philip Morris International (PMI).
En 2014, en una emblemática carta conjunta enviada a quien era la directora de la OMS, Margaret Chan, 53 reconocidos expertos en salud pública y científicos de más de 18 países destacaron el aporte que puede significar el desarrollo de productos sin humo. “Sabemos desde hace años que la gente ‘fuma por la nicotina, pero se muere por el humo’ (…) El potencial de que productos de reducción de daños reduzcan la carga de las enfermedades relacionadas con el cigarrillo es enorme. Estos productos podrían ser una de las mayores innovaciones sanitarias del siglo 21, y podrían salvar millones de vidas”.