La bomba atómica que Estados Unidos lanzó sobre la ciudad japonesa dejó miles de muertos. Y sobrevivientes que cicatrizaron sus heridas y hoy siguen contando la historia del horror más tremendo.
La mañana del lunes 6 de agosto de 1945, Sunao Tsuboi asistía como todos los días a la universidad donde estudiaba en la zona de Senda-machi, en Hiroshima. Y el destino quiso que se transformara en un Hibakusha: sobreviviente de la bomba nuclear: una de las mayores tragedias de la humanidad causadas por la propia mano del hombre.
La bomba mató de manera inmediata a entre 60.000 y 80.000 personas, que fueron 135.000 al final y sin contar las muertes y otras enfermedades como secuelas de un ataque atómico.
Tres días después, el 9 de agosto, Estados Unidos también lanzaba otra bomba para doblegar a Japón, esta vez sobre Nagasaki: entre 40.000 y 50.000 seres humanos murieron en las primeras horas del ataque y con el correr de los días.
Este martes se cumplen 74 años de esos actos de guerra con que el presidente Harry Truman y los militares estadounidenses buscaron acelerar el fin de la guerra y “evitar” más muertes, según algunas versiones. Otras dirán que “apenas” fue un test nuclear para comprobar el poder disuasivo de la potencia frente a otros archienemigos de entonces como la ex Unión Soviética.
La bomba lanzada sobre Hiroshima hace hoy 74 años detonó con una intensidad de unos 16 kilotones a unos 600 metros de altura muy cerca de donde se levanta el parque donde tuvo lugar la ceremonia, y acabó de forma inmediata con la vida de unas 80.000 personas.
El número aumentaría hacia finales de 1945, cuando el balance de muertos se elevaba a 140.000, y en los años posteriores las víctimas por la radiación sumaron más del doble.
La ciudad japonesa hace un llamamiento a los líderes mundiales, especialmente a Japón, para que suscriban el Tratado para la Prohibición de las Armas Nucleares.